https://youtu.be/Mls4gdQx5w8 Tlahuelilpan, Hidalgo. Entre calles angostas, se alcanzan a ver bardas de madera o mallas metálicas que protegen las casas de los habitantes de Tlahuelilpan y los pueblos cercanos como Presas, Teltipan o San Primitivo. En los patios llenos de árboles pasean gallinas, guajolotes, uno que otro borrego y en algunos contados lugares se escucha el mugir de las vacas. No faltan viviendas que siguen en construcción o tal vez se quedarán así por un tiempo, pequeñas tienditas rodeadas de arbustos y milpas entre caminos de terracería adornan la cotidiana caminata de los pobladores de Hidalgo. Casi siempre se escucha el ruido constante de una motoneta pues la mayoría de los jóvenes ocupan ese medio de transporte para viajar de pueblo en pueblo, a su trabajo o escuela. Pero la gente mayor prefiere caminar e ir saludando con gusto a todos los que encuentre en el camino, sean o no conocidos. Pasadas las diez de la noche, la tranquilidad se siente aún estando fuera de casa, se escuchan perros ladrar y muy poca gente se ve caminando, puede que se deba a la tragedia del pasado viernes o puede que normalmente se viva así, sin tanto ruido. Don Modesto dice que el pueblo es tranquilo. Tlahuelilpan es un lugar donde la mayoría de los habitantes se han dedicado al campo, a sembrar, repartir, y vender verduras, sobre todo el maíz, alfalfa y frijol; “No nos agachamos ante nadie, todos estamos con la frente en alto”, asegura Modesto en entrevista con ejecentral pues su trabajo le enorgullece.
“Se imagina, 200 pesos al día, y teniendo hijos en la escuela. La mayoría de los difuntos tienen hijos en la escuela, ¿qué va a pasar cuando queden las mujeres solas? Van a quedarse los hijos a lo mismo, porque ya se está viendo que hay mucha delincuencia también, desde que cerraron los ductos de Pemex empezaron los robos a casa habitación y asaltos en los autobuses”.
Modesto Mendoza trabaja en el campo como toda su familia ha hecho, siembre tierras, y prefiere trabajar por su cuenta para poder ganar 30 mil pesos al año, él como muchos otros recibe un apoyo anual muy bajo por parte del programa procampo, lo que le toca son noventa pesos cuando hace dos años era mil 200 o novecientos pesos. La situación es crítica pero está acostumbrado a trabajar, incluso día y noche y a pesar de lo poco que llega a ganar. Tiene dos hijos, que gracias a su trabajo se han convertido en profesionistas, una contadora y un ingeniero en mecatrónica.
Don Modesto seguirá trabajando en el campo y espera que la situación mejore, que el pueblo sea tan tranquilo como ha sido siempre y que el apoyo que les brinden sea mayor.