Tulyehualco, la tierra de nadie

7 de Noviembre de 2024

Tulyehualco, la tierra de nadie

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Ausencia de autoridad, impunidad, vía libre a narcomenudistas, anarquía en comercio y transporte, pobreza y marginación conforman el entorno cotidiano 
de uno de los feminicidios más atroces de la CDMX

Sabes que te aproximas a Tulyehualco cuando, en tu trayecto desde el Metro Tláhuac, comienzas a ver calles cerradas con cadenas, con tambos rellenos de cemento o con “porterías”
—estructuras tubulares para restringir el tránsito de vehículos— que han colocado los vecinos para pertrecharse ante la ola de asaltos y extorsiones.

Sabes que estás a punto de llegar a Tulyehualco cuando ves pegados en paredes y postes carteles que dicen #JusticiaparaFátima, la niña de siete años que fue secuestrada y posteriormente hallada muerta, crimen que escandalizó al país por el nivel de violencia de los victimarios, la vulnerabilidad de las niñas y el pasmo de las autoridades.

Sabes que has llegado a Tulyehualco cuando el conductor de la combi te dice, 300 metros antes de llegar a la terminal, que debes bajar de la unidad y caminar, pues el embotellamiento es atroz.

Entonces comienza un andar entre camiones de carga, autobuses de pasajeros, microbuses, taxis regulares, taxis piratas, mototaxis, bicitaxis y carritos de golf adaptados para transporte púbico. En las calles aledañas al mercado principal, todas las esquinas son paraderos.

Es una marcha entre cientos de puestos colocados sobre las banquetas y otros en pleno arroyo vehicular, donde se venden tacos, accesorios para celulares, películas apócrifas, ropa, zapatos, postres, vegetales, frutas, botanas, cosméticos, refacciones, fierros viejos, discos, carnes, dulces…

Todo es vendible en Tulyehualco, y el caos es el mejor aliado de los dealers que, con mariconera al hombro, se aproximan para ofrecer “piedra”, “tachas”, “grapas” o “churros”. No importa la hora, ni que en los alrededores del kiosco haya un patrullero, pues para los pobladores no es raro que los agentes pasen a los puntos de venta por su respectiva “mochada”.

Entorno criminógeno

Con sus más de 100 mil habitantes, Tulyehualco, lugar de residencia de la familia de Fátima, es el punto de conexión entre las tres alcaldías semirurales de la Ciudad de México: Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta. También es el principal conector de la capital con el brazo oriental del Estado de México, integrado por grandes conglomerados como Chalco y Valle de Chalco.

Su ubicación lo convierte en un centro de transferencia donde convergen decenas de rutas de transporte público y de carga; en una central de abasto donde conviven cadenas comerciales, mercados populares, tianguis y pequeños productores del campo, y en punto de consumo que atrae a ambulantes que llegan desde de Iztapalapa, Ixtapaluca, Amecameca e, incluso, de municipios del estado de Morelos.

La intensa actividad comercial, el tránsito masivo de personas y su lejanía tanto del centro de la Ciudad de México como de la sede de la alcaldía de Xochimilco hacen de Tulyehualco un lugar propicio para la ilegalidad, según refieren sus habitantes, pues la presencia de autoridades es esporádica, el comercio es anárquico y los accesos son estrechos y difíciles de transitar.

El escenario criminógeno se completa con la orografía, pues Tulyehualco se encuentra en las faldas del volcán Teuhtli, lo que ha propiciado el aumento de asentamientos irregulares en la zona cerril. Colonias que en realidad son favelas con caminos escarpados a los que sólo se puede llegar en taxis piratas; donde pocas casas tienen luz y drenaje, las pipas llevan agua dos veces al mes y en cuyas partes altas con frecuencia son hallados restos humanos.

Tulyehualco también está rodeado de bastas extensiones ejidales —la mayoría utilizados para el cultivo del amaranto—, zonas chinamperas y lotes baldíos que, por su difícil acceso y poca iluminación, son utilizados para cometer varios delitos o simplemente arrojar restos humanos, como ocurrió con el cuerpo de la pequeña Fátima.

En la última década, Tulyehualco se convirtió en uno de los principales puntos de venta y distribución de drogas, y en territorio codiciado para bandas delictivas, como el cártel de Tláhuac, la banda de Los Rodolfos y algunas células de La Familia Michoacana y los Beltrán Leyva, según reportes de las fiscalías de la Ciudad de México y el estado de México.

Rabia por la impunidad

“La gente está muy enojada en esta parte de Xochimilco, y eso se debe a la impunidad con que actúa la delincuencia, y la corrupción que ha tocado a las autoridades”, dice el padre Jesús Alejandro, encargado de la Parroquia de Santiago Apóstol, principal templo católico de Tulyehualco.

Los linchamientos y las patrullas vecinales que se han armado en la zona para hacer frente al crimen, de acuerdo con el presbítero, tienen que ver con un clima de indignación. “Esta zona tiene pozos de agua y es proveedora desde hace siglos, pero aquí hay colonias que no tienen agua potable. Cosas como esa causan enojo en la gente”.

El asesinato de la niña Fátima y el incremento de la violencia contra las mujeres, admitió el padre Jesús Alejandro, ha puesto en alerta a la diócesis de Xochimilco, una de las alcaldías con mayor vida religiosa en la CDMX.

“Nuestro obispo reconoció que la Iglesia también ha fallado. Estamos convencidos de que es necesario crear redes humanas de solidaridad, incrementar el trabajo pastoral, el contacto con la gente, ayudarle a enfrentar sus problemas y darles más acompañamiento”.

“Tulyehualco es tierra de nadie”, reclama, por su parte, un destacado integrante del Patronato de Santiago Apóstol, ente encargado de organizar las fiestas religiosas del pueblo, quien pidió el anonimato por temor a represalias. “Aquí es el paraíso de la impunidad. ¿Quieres vender mercancía pirata, quieres distribuir droga, quieres manejar un taxi ilegal, quieres asaltar, violar y no ser molestado? Vente para Tulyehualco”, ironiza.

El dirigente patronal recuerda que hace un año, ante el desbordamiento de la delincuencia, el pueblo de Tulyehualco se armó, cerró sus calles con cadenas y comenzó a cazar delincuentes.

“Sacamos pistolas, escopetas y machetes. Estábamos hartos de atrapar a los rateros para que después los soltaran, de ver a los policías cómo pasan a las ‘tienditas’ de droga por su mochada. Se armó tal alboroto, que los alcaldes de Xochimilco y Tláhuac vinieron a ver qué estaba pasando. Por un tiempo hubo más vigilancia y la criminalidad bajó, pero al rato volvimos a lo mismo”.

Se la “partieron” a Tulyehualco

En 1998, el entonces Instituto Federal Electoral (IFE) tomó una decisión que agravó el caos y desgobierno que se vive en esta población. Con el objetivo de completar el número de habitantes para un distrito electoral de Tláhuac, el organismo determinó desincorporar las colonias San Sebastián, San Isidro y Olivar Santa María de la delegación Xochimilco e integrarlas a la demarcación vecina.

Al principio, se les dijo a los habitantes que la subdivisión de Tulyehualco sólo era con fines electorales, pero que las colonias separadas seguían perteneciendo a Xochimilco. Sin embargo, no fue así. Lo que el IFE perdió de vista es que en la porción cercenada se localizan pozos de agua que durante siglos abastecieron a los pueblos del oriente de Xochimilco, y Tláhuac no iba a desaprovechar la oportunidad de quedarse con ese recurso.

Con el tiempo, las autoridades de Tláhuac reclamaron esas colonias como propias y es fecha que los límites territoriales de Tulyehualco siguen en litigio. La fallida decisión del IFE no sólo causó desarraigo entre las comunidades que se sentían parte de uno de los pueblos originarios de Xochimilco, sino que desató una disputa por el agua entre los propios lugareños, pues los pozos fueron entubados y dirigidos a Iztapalapa y a otras partes de la ciudad, lo que provocó que los habitantes de Tulyehualco ahora tengan un escaso suministro, con el consecuente sentimiento de despojo.

Otra de las consecuencias de la decisión del IFE de partir en dos al pueblo de Tulyehualco es que se descontroló la asignación de códigos postales, pues mientras la credencial de elector dice uno, los recibos del predial, el teléfono y la luz dicen otro. Y eso dejó en el limbo a la mitad del pueblo, pues cuando acuden a las oficinas de Tláhuac a solicitar un servicio, son remitidos a Xochimilco; y cuando van a Xochimilco a presentar una denuncia los rebotan a Tláhuac.

Camilo Morales, agricultor y comerciante de amaranto, opina que desde los años 90, cuando la mancha urbana comenzó a crecer sin control, Tulyehualco se convirtió en la “papa caliente” de Xochimilco, ya que rebasaron la capacidad de los gobiernos para meter en orden a los grupos de comerciantes, transportistas, taxistas y ambulantes.

“Pero ahora, con la subdivisión y las alcaldías aventándose la bolita, para que nos hagan caso, esta canijo. Aquí es muy fácil delinquir y por eso los linchamientos”.

EL DATO. Tulyehualco es una palabra náhuatl que significa
“lugar entre tules”. El poblado fue fundado en el año 1181.

“A ver repáreme ese daño”

En marzo del año pasado, Rosalinda y su esposo vieron una escena que difícilmente podrán borrar de su memoria: sus dos hijas, una de 10 y otra de 14, encima de la cama, abrazadas y con un cuchillo en la mano.

Las chicas estaban aterradas porque un ladrón se había metido a la casa e intentaba llevarse los tanques de gas. Los padres habían salido al mercado a comprar comida y las jóvenes prefirieron quedarse a ver la televisión.

“Mamá, alguien se metió a la casa a robar”, dijo la mayor, temblando la voz, por el teléfono celular. “Ya vamos para allá, hija”, gritó la madre, quien les recomendó encerrarse y no hacer ruido.

Acompañados de algunos vecinos, Rosalinda y su esposo llegaron a la vivienda y lograron someter al intruso. Algunos pidieron llevarlo al kiosco de Tulyehualco y darle un escarmiento público para disuadir a los malvivientes que rondan por la zona, pero la mujer prefirió no golpearlo y llevarlo al Ministerio Público.

Después de varias horas en la delegación de Xochimilco, un agente salió a explicarles que no podían proceder contra el delincuente porque éste estaba en la disposición de reparar el daño. Indignada, Rosalinda le respondió: “Yo sólo quiero que me diga una cosa: ¿cómo va a reparar el daño que le causaron a mis hijas, que cuando entramos a la casa, estaban temblando de miedo y con un cuchillo en la mano para salvar sus vidas? ¡Repáreme eso!”

Rosalinda es vecina de Magdalena Antón, madre de la pequeña Fátima. Ambas viven en San Sebastián, una de las colonias más antiguas del pueblo de Tulyehualco y cuyos pobladores viven atemorizados por la escalada de asaltos y violaciones. Hace tres semanas, después del hallazgo del cuerpo de la pequeña, las mujeres de San Sebastián tomaron las calles para decirle a la autoridad que no quieren un efímero servicio de mastografías gratis ni silbatos para alertar ante un posible agresor. Lo que quieren es caminar sin miedo.

Mario Alberto Reyes, pareja de Giovana Cruz, la mujer que recogió a la niña Fátima de la escuela antes de ser asesinada, manejaba un bicitaxi en Tulyehualco. El gremio de los bicitaxeros es visto con recelo por los habitantes de esa zona oriente de Xochimilco, pues no sólo colocan sus bases en zonas que entorpecen la vialidad y conducen de una forma que pone en riesgo al pasaje, sino que muchos de ellos han sido vistos vendiendo droga en pequeñas dosis o sirviendo de halcón (vigilante, informante) de las organizaciones delictivas.

Mario Alberto y Giovana tienen su vivienda en la colonia San Felipe de Jesús, localizada en los cerros que flanquean el pueblo. ejecentral recorrió la colonia y constató que se trata asentamientos donde la mayoría de las casas carecen de los servicios básicos, como luz, agua y drenaje.

Paulina Martínez llegó a vivir a La Esperanza, colonia vecina de San Felipe, hace diez años, pero dice que la situación de inseguridad se agravó en los últimos dos, al grado de que procuran no salir de casa después de las nueve de la noche. A esa hora, cuenta, a las laberínticas calles de la zona cerril de Tulyehualco comienzan a llegar grupos de individuos que se drogan en vía pública, algunos de ellos armados, lo que incrementa el riesgo de sufrir un asalto o una agresión.

Paulina tiene un hijo de 25 años que sale tarde de trabajar y llega a su casa a las 11 de la noche, lo que representa un riesgo, pues el servicio de taxis piratas ya no opera a esa hora y debe caminar durante 20 minutos cuesta arriba.

A finales del año pasado, la delegación Xochimilco repartió silbatos entre los pobladores de la zona cerril, en el marco de un programa para que los vecinos se defiendan de asaltos y violaciones. Sin embargo, reflexiona Paulina, “¿quién se va a animar a sonar un silbato en la noche, si la gente está atemorizada, encerrada en sus casas, y los pillos andan como si nada en sus motos, reunidos en bola en las calles?”