Juan Pablo de Leo
Al iniciar una administración, cada presidente elige una agenda para los primeros 100 días que son considerados como fundamentales por dictar, en buena medida, el rumbo que toma su legado. El concepto fue utilizado por primera vez en 1933 con Franklin D. Roosevelt. Quizá ningún presidente había recibido al país en las condiciones de crisis en las que él lo hizo y, ante la urgencia, se vio en la necesidad de crear un plan específico para atender las situaciones económicas y sociales que imperaban en Estados Unidos y el mundo tras la gran depresión.
Casi 80 años después, el presidente Barack Obama agotó gran parte de su capital político desde el primer periodo para sacar adelante, de igual forma, un país de nueva cuenta sumido en la mayor crisis financiera desde la gran depresión. El rescate de la industria automotriz, el too big to fail con los bancos en Wall Street, la reforma al sistema financiero enfocada a la protección del consumidor y la regulación de las instituciones, fueron las primeras acciones que lograron detener la hemorragia económica.
Después de atender la crisis financiera, la apuesta de Obama se enfocó en la Reforma Salud, mejor conocida como Obamacare, que se ha vuelto casualmente, el principal enemigo de Donald Trump en estos primeros días de presidencia. Lo que en algún momento fue visto como una apuesta impopular, es hoy el principal bastión de los demócratas sobre el cual el partido ha basado la defensa y ataque legislativo, aun siendo minoría. Para Barack Obama, impulsar una reforma de salud fue una de sus prioridades de campaña. Un asunto que los demócratas habían intentado empujar por años sin éxito. Entonces llegó el senador por Illinois que con experiencia legislativa y habilidad política, logró negociar con la mayoría con la que llegó a la presidencia, la reforma sanitaria. Algo de lo que hoy por hoy el presidente Donald Trump no puede presumir.
›Por el contrario, la derrota recién sufrida a manos de su propio partido para echar atrás dicha reforma es un símbolo no solamente de lo que está por venir, sino que pone en duda las capacidades reales que tendrá Trump para avanzar su agenda, entre ellas México.
A pesar de haber sido su principal plataforma de campaña, Donald Trump no ha logrado aterrizar dos promesas primordiales: la cancelación del Tratado de Libre Comercio y la construcción de un muro en la frontera con México. La posición débil en la que se encuentra el presidente al interior de su propio partido hace difícil pensar que pueda alguno de estos temas ser prioridad para el Partido Republicano y su actual Legislatura. Con las elecciones intermedias a la vuelta de la esquina, el presupuesto a punto de ser discutido, el fracaso de Trumpcare, la nominación y eventual confirmación del juez Gorsuch a la Suprema Corte de Justicia, sin mencionar el problema de la investigación criminal contra la posible intervención del gobierno ruso en las elecciones y muchos otros temas pendientes en la agenda, seguramente irán con mayor prioridad y presupuesto a esas partes.
Republicanos conservadores en las cámaras alta y baja se han negado a apoyar las propuestas que ha enviado el presidente. El Freedom Caucus en el Congreso, un grupo fiscalmente conservador, hizo oídos sordos a la propuesta enviada por la Casa Blanca y empujada por Paul Ryan, al considerar que no era lo suficientemente reservado en sus cálculos. Mientras algunos republicanos se niegan a votar en contra de Obamacare por los privilegios que podrían perder sus constituyentes ante las aseguradoras, otros no están dispuestos a apoyar el gasto sin sentido que acciones como esa o la construcción de un muro con valor de 20 mil millones de dólares, le puedan generar a la deuda y finanzas pública.
La posición de Trump ante México ha cambiado y él lo sabe. Lejos están los días de ataques y de utilizar a México como distractor. A pesar de que su electorado sigue clamando y aplaudiendo la idea de un muro y el discurso del proteccionismo, Trump sabe que no cuenta con las fichas políticas suficientes para proponer lo que alguna vez pareció un trato seguro. La cancelación del Tratado TransPacífico que firmó en los primeros días de su administración, fue un regalo para quien llegara. Con él o con Hillary el TPP había nacido muerto. Una condición muy diferente a la que se está enfrentando con la renegociación del tratado.
La presencia de conservadores fiscales, Reagan, demócratas, Blue dog demócratas y otros grupos en el Congreso, sumado a los gobernadores demócratas y republicanos que se niegan a una renegociación por las condiciones favorables que el TLC les implica, han sido voces de peso cuando de renegociar se trata. Ahí están las advertencias públicas de los agroindustriales que exportan sus productos a México, o las advertencias de especialistas como Paul Krugman sobre lo complicado que sería un proceso como el que constantemente prometió durante la campaña electoral. Portales especializados en política como Político Estados Unidos, auguran para el TLC el mismo destino que tuvo la cancelación de Obamacare. Si bien es cierto que Trump cuenta con una mayoría republicana, no es un partido unificado que vota en conjunto. Vota individualmente y por conciencia. Ya el periódico Wall Street Journal publicó una nota en la que presenta un borrador de lo que podría ser la propuesta de renegociación del gobierno estadunidense. Una propuesta mucho más moderada, centrada y balanceada de lo que se venía proponiendo en un principio. Incluso parecería que la amenaza de pararse de la mesa, quedó del lado mexicano.
El muro de Trump no presenta un mejor panorama para su gobierno. Más allá del costo, que definitivamante no llegará de México, los problemas para su construcción van más allá de lo monetario. El secretario del Interior declaraba la semana pasada que no estaban muy seguro de la geografía del muro, pues inevitablemente parte del Río Bravo quedaría del lado mexicano. Es decir, estarían cediendo parte de su agua. Con nulo capital político y sin el apoyo de los gobernadores fronterizos, el muro por ahora, también se queda guardado.
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Las elecciones presidenciales de Mexico en 2018 son otro factor que afectará la agenda que tenía pensada Trump en un inicio respecto a la renegociación del Tratado de Libre Comercio. La posibilidad de que un gobierno populista que ha planteado poco, o casi nada, y la posición que tendría ante un eventual triunfo electoral, suma a las condiciones de incertidumbre que indirectamente le pueden suceder a los tiempos propuestos por Trump.
Conforme las derrotas políticas de Trump continúen, el gobierno mexicano se encontrará en una mejor posición para negociar sus beneficios. En la medida que el Partido Republicano se separe de la imagen fallida que arrastra el presidente y atienda su propia agenda como lo es la deuda, el presupuesto y otros asuntos nacionales, la estridencia del Tratado de Libre Comercio y del muro irá disminuyendo. Si bien es difícil que ese discurso y esas propuestas desaparezcan por completo, sobre todo cuando llegue la época de la reelección, los tiempos electorales tanto en México como en Estados Unidos, sumados a la presidencia debilitada de Trump, podrían generar un cambio en los incentivos para ambas partes. Por lo pronto, hoy no hay dinero, ni tiempo, ni interés en construir un muro.