Cecilia Soto: Tendremos Presidenta
Siglos del monopolio patriarcal en la toma de decisiones de gran calado, ya sea en la esfera gubernamental, en las empresas o en organismos de representación hacían difícil imaginar que las mujeres podían encabezar varios puestos de toma de decisiones
Han pasado 29 años de mi candidatura a la Presidencia de la República y es como si en estos años de no dejarlas pilotear aviones, las mujeres en México hubieran logrado llegar a la luna y empezaran a colonizarla. Apenas el 3 de septiembre pasado, la senadora Xóchitl Gálvez recibió la constancia que la acredita como próxima candidata presidencial del Frente Amplio por México. En días pasados no tuve duda en que Claudia Sheinbaum recibiría la suya como próxima candidata de la coalición encabezada por el partido Morena. Dos mujeres contenderán al frente de las principales coaliciones partidarias que competirán por la Presidencia y una de ellas, sin duda, ganará en junio de 2024.
Pocos meses después de que terminara la campaña de 1994, apareció una encuesta que me dejó sin aliento. Esta preguntaba cuáles eran los puestos de elección menos propicios para ser ocupados por una mujer. Aunque la encuesta se centraba en México, la gente contestó que el menos adecuado, casi con 90 % de respuestas negativas, era el papado. El segundo puesto más impropio para una mujer era la Presidencia de la República, con más de un 80 % de respuestas negativas. Después, la cosa mejoraba cuando se trataba de responsabilidades compartidas. Por ejemplo, había una aceptación creciente para el Senado o la Cámara de Diputados o incluso, para las sindicaturas municipales. El rechazo aumentaba para puestos ejecutivos unipersonales: no a las gubernaturas, no a las presidencias municipales. ¡Menos mal que la encuesta se dio a conocer después de la campaña!
Siglos del monopolio patriarcal en la toma de decisiones de gran calado, ya sea en la esfera gubernamental, en las empresas o en organismos de representación como sindicatos, hacían difícil imaginar y menos aceptar que las mujeres podíamos encabezar puestos ejecutivos de responsabilidad unipersonal. “Que lleguen a la Cámara de Diputados o al Senado, donde las podemos controlar”, casi podía escucharse, “pero no las dejemos entrar a la cabina de pilotos”.
Mi campaña fue disruptiva por esa razón. Cuestionaba la legitimidad del supuesto de que las mujeres no podíamos ni debíamos aspirar a llegar a Palacio Nacional. El Partido del Trabajo había intentado conseguir el registro en las elecciones intermedias de 1991, pero no obtuvo el
2.5 % requerido. Para 1994, el reto era todavía mayor, pues se jugaba la Presidencia.
Para competir había que escoger una candidatura atrevida y llamativa que ayudara a romper el desinterés por un partido pequeño y desconocido, de la prensa y los medios.. Quizá un campeón goleador o un gran portero. O una estrella del cine o de la televisión. O… una mujer. No sé si fui su primera opción o la única valiente que aceptó. Sea como fuera les estoy muy agradecida por esa candidatura. Juntos, el PT y quien esto escribe, sacamos 2.75 % en la elección presidencial y logramos de panzazo el registro para el partido. A mí la campaña me cambió la vida y casi tres décadas después recibo testimonios emocionantes de niñas y jóvenes que recuerdan la sorpresa de ver a una mujer candidata.
Hoy resulta natural que Claudia y Xóchitl aspiren a la mayor responsabilidad ejecutiva. Aunque todavía hay un 15 o
20 % de electores —hombres y mujeres, la mayoría adultos mayores y sin primaria terminada— que desaprueba una candidatura femenina, la mayoría considera un acto de discriminación prohibir el acceso de las mujeres a puestos de decisión de gran responsabilidad. Las han visto en el Congreso, en las presidencias municipales, compitiendo y ganando gubernaturas. Ya no es algo exótico. Al igual que los hombres, algunas lo han hecho muy bien; otras medianamente; y otras son casos de vergüenza, como algunos de ellos.
Las mujeres colonizamos el imaginario popular. En 1993 y 1996 la ley sugirió respetuosamente a los señores de los partidos que incentivaran las candidaturas de mujeres. En 2002, se aprobaron primero unas cuotas discretas, en las que al menos 30 % de las candidaturas tenían que ser para mujeres (o para uno de los sexos). Derrotamos los trucos contra esta modesta aspiración: las Juanitas y otros. Después en 2008, las cuotas aumentaron al 40/60 pero no se cumplían. En 2011, las cúpulas partidarias se rebelaron contra esa cuota. Y contra ellas, logramos la histórica sentencia 12/624 del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que obligó a los partidos a cumplirla. En 2014, la paridad obligatoria en las candidaturas al Congreso, quedó inscrita en la Constitución, como obligación. Y en 2019, este mandato se extendió a “la paridad en todo”.
Históricamente, en la segunda mitad del siglo pasado, las mujeres que abrieron brecha en el mundo al llegar a las primeras magistraturas o a las presidencias, lo hicieron de dos maneras. Ya sea “heredando” el carisma del hombre que era su mentor por ser su padre, esposo o líder político, o por méritos propios, pero adoptando un “estilo de gobernar” más bien masculino. Ejemplo del primer caso está el de Indira Gandhi, nombrada primera ministra de la India en 1966 y quien heredó el carisma de su padre, Jawajarlal Nehru, gran figura en la lucha por la independencia de ese país. Semejante es el caso de Benazir Bhutto, electa primera ministra de Pakistán en 1988 e hija del líder político Zulfikar Alí Bhutto, depuesto en un golpe de estado y condenado a la muerte en 1977.
Los casos más célebres de la segunda vía son Golda Meir, Primera Ministra de Israel en 1969 y Margaret Thatcher, Primera Ministra de Reino Unido en 1979. Ambas con grandes méritos pero cuyos gobiernos tuvieron poca repercusión en el empoderamiento de las mujeres.
En la próxima contienda electoral por la Presidencia de México, las candidatas parecen representar una versión del siglo 21 de ambas vías. La candidatura de Claudia Sheinbaum, construida cuidadosamente por su mentor político, el presidente López Obrador, deja en el misterio si ella hubiera llegado sola sin el apoyo explícito y reiterativo de Palacio Nacional para impulsarla y, sobre todo, para salvarla de grandes errores como los cometidos en el sismo de 2017 y con la Línea 12 del Metro, que costaron decenas de vidas. Tampoco son evidentes sus méritos —aunque seguramente los tiene— pues promete la continuidad del camino trazado por su protector. El contraste es total con la candidatura de Xóchitl Gálvez, mujer hecha a sí misma, sin patrono o mentor que la proteja, con los aciertos y errores de alguien que arriesga al hacer camino al andar. Protagonista de una historia de vida inspiradora, sus méritos no son un misterio. Está de más decirlo: las mujeres —la mayoría en el padrón electoral— decidirán que mujer entrará por la Puerta Mariana de Palacio Nacional en octubre de 2024. Lo único seguro es que tendremos Presidenta.
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