La colonia que no cree en Covid-19
La alcaldía Gustavo A. Madero es el tercer territorio con más contagios de Covid-19 en todo el país, pero en esta colonia, se resisten a creer en el nuevo coronavirus, a pesar de que ocho vecinos han muerto en los últimos días por problemas respiratorios
Le pusieron el nombre de La Providencia por la creencia católica del cuidado que Dios da a la humanidad. Y es justo aquí donde sus habitantes no creen en el nuevo coronavirus, aunque ya enterraron a ocho vecinos en las últimas semanas a causa de esta enfermedad.
Cuando uno llega a esta colonia de la alcaldía Gustavo A. Madero, que está más cerca de Nezahualcóyotl y Ecatepec, estado de México, que del centro de la Ciudad de México, se coloca en una triple frontera en donde el ir y venir de las personas no para, ni antes, ni ahora. Es una zona popular con algunas casas construidas al aventón y que concentra su vida en el comercio.
Desde el principio, la crisis sanitaria fue subestimada en esta localidad, que forma parte de la alcaldía que tiene el tercer lugar nacional en contagios, sólo superada por Iztapalapa, en la Ciudad de México, y Tijuana, Baja California. Hasta el 7 de mayo, la Gustavo A. Madero tenía mil 64 contagios acumulados, de los cuales 327 están activos, 482 se han recuperado y 135 han muerto.
Los vecinos pusieron en duda la pandemia, primero porque, según ellos, el gobierno trataba de controlar el precio de los insumos básicos, como el huevo; luego corrió la versión de un supuesto plan mundial para lograr la reducción de la población. En la colonia La Providencia, cualquier fenómeno parece más sencillo de creer —por más elaborado que sea— que una epidemia desconocida y mortal.
La Providencia es una colonia de la alcaldía Gustavo A. Madero, el tercer mayor foco de contagios en el país, que no cree en el nuevo coronavirus.
Ni la enfermedad o muerte de sus familiares parece convencerlos de que el coronavirus existe y es peligroso. Durante la última semana 8 vecinos han perdido la vida a causa del COVID-19, pero contrario a las recomendaciones, cada uno de ellos ha tenido un concurrido funeral, en donde muchos niegan que la causa del fallecimiento haya sido “el virus ese” y algunos incluso aseguran que en el hospital les hicieron algo.
La tía de Sandra fue la primera víctima del coronavirus en la colonia; su enfermedad comenzó con fiebre y algo de tos hasta que, en cuestión de horas, tuvo problemas para respirar. Permaneció tres días intubada en el hospital de Chalco, antes de morir.
Al funeral, que celebraron en su casa, acudió mucha gente. Para entonces el cubrebocas no era obligatorio y nadie portaba uno porque, aunque los médicos habían dicho que murió de Covid, para sus familiares en “realidad ella había muerto de una neumonía que querían utilizar para inflar los números.”
Días después, ocurrieron otros funerales, pero la explicación era siempre la misma, como si morir por Covid-19 fuera imposible dentro de una comunidad que se niega a creer en su existencia y letalidad. Pero no sólo aumentaron los fallecimientos, las pequeñas clínicas de la zona también se han visto saturadas por el número creciente de pacientes con síntomas de una enfermedad que para ellos no existe.
En la zona existe un solo laboratorio que tiene el equipo necesario para tomar placas, que luego se utilizan para diagnosticar posibles casos de Covid. Emma es la técnica encargada del lugar, y desde el inicio de la pandemia, no ha recibido más que burlas y cuestionamientos por las reglas que ha puesto para seguir operando. Incluso otros locatarios se niegan a creerle cuando les advierte sobre los peligros de esta enfermedad.
Tanto al laboratorio que atiende, como a la clínica que ayuda en estos días, han llegado pacientes que a pesar de la tos grave y la fiebre alta, se rehúsan a buscar atención en un hospital o siquiera a usar el cubrebocas. Emma también ha tenido que cambiar la rutina con sus pacientes de la tercera edad, a quienes busca en su casa para tomar las muestras que necesitan y así no exponerlos a salir, aunque eso ha sido un riesgo para ella misma, ya que algunos vecinos temen que pueda contagiarlos de algo que, según ellos, no existe.
El laboratorio donde trabaja Emma está en Zacatecas, la avenida principal de la colonia, la cual que no ha tenido descanso durante la contingencia; los comercios siguen abiertos y cientos de personas pasan por allí a diario, ajenas a cualquiera de las medidas que se han impuesto desde que los contagios por esta nueva enfermedad comenzaron a ir en aumento.
Mercedes es vecina de La Providencia, y no cree que el nuevo coronavirus sea un peligro para ella a pesar de tener hipertensión, diabetes, y ser de la tercera edad. No ha podido regresar a sus labores como trabajadora del hogar, ya que las personas que la emplean le han dicho que no se presente, pero ella insiste en que “no es tan grave” y les ha mandado mensajes para saber cuándo puede volver porque no le gusta que le paguen por no hacer nada.
Además, en su casa nadie ha dejado de trabajar, por lo que no entiende por qué otros le dicen que está en peligro. Frente a su domicilio, los negocios permanecen abiertos y la gente pasea e incluso, van a los juegos que están ubicados a un lado del mercado. Doña Meche dice que “hay mucho miedo por algo que es sólo una gripa” y espera que todo esto se acabe pronto.
Lo mismo quiere Jimena, que es estilista y no ha dejado de abrir su negocio un solo día desde que inició la contingencia. Aún tiene clientes para cortes, pero la demanda por peinados o uñas para eventos se ha visto disminuida porque ahora las fiestas se hacen en casa y no en salones. Para ella es una exageración cerrar todo por algo que “ni existe y es sólo una mentira del gobierno para beneficiarse”, y aunque no sabe cómo puede suceder eso, lo repite convencida a todo el que se siente en su silla.
Su negocio, al igual que muchos otros, que se encuentra sobre la misma calle Zacatecas; ha recibido visitas de los verificadores de la alcaldía. Las primeras notificaciones de cierre fueron ignoradas por la mayoría de los pobladores, ya que consideraban injusto que sus labores se catalogaran como no esenciales. En las inspecciones siguientes algunos optaron por darles entre 100 y 200 pesos a cada uno de los notificadores para que no anotaran su negocio en la lista; en cambio, otros confrontaron a los funcionarios y llegaron a correrlos a empujones.
En La Providencia el miedo al Covid no existe. La cotidianidad transcurre a pesar de los velorios y los enfermos. Mañana, las cortinas de los negocios seguirán arriba y la gente continuará en las calles, sin importar qué cifra se anuncie en la conferencia de esta tarde. Para ellos este virus no es más que un invento o en el peor de los casos, un riesgo mucho menor al que enfrentan cada día en una de las zonas más peligrosas de la capital, en la que la vida vale solo lo que trabajas.