Sífilis y gonorrea, en el nombre de la ciencia
La administración a cuatro presos de altas dosis de ivermectina para combatir la Covid-19 trajo el recuerdo del experimento de Tuskegee, en el que se engañó a 399 hombres durante 40 años dejándolos padecer sífilis… Y el mismo equipo de científicos hizo cosas peores
Primero, se inoculó a 241 prisioneros guatemaltecos depositándoles en la punta del pene cultivos de bacterias de la especie Neisseria gonorrhoeae; pero como no se lograron producir infecciones de manera constante, los investigadores estadounidenses dieron esta línea de experimentación por terminada…
Unos meses después, gracias a un becario guatemalteco, en el Laboratorio de Investigación de Enfermedades Venéreas en Estados Unidos se supo que en Guatemala la prostitución y que las prostitutas visitaran a los hombres encarcelados era legal. Entonces se desarrolló el plan de inducir sífilis en los presos de la Penitenciaría Central de Guatemala a través de relaciones sexuales con prostitutas infectadas y luego probar la eficacia de ciertos medicamentos.
“Cuando los médicos estadounidenses encontraron dificultades inesperadas, comenzaron a realizar los estudios con soldados guatemaltecos, internados en el único hospital psiquiátrico del país, y niños en el orfanato nacional”, cuenta Martin Tobin en un artículo publicado hace unos días en el American Journal of Respiratory and Critical Care Medicine.
Esta trama no es una ficción, es algo que, entre 1944 y 1945, hicieron investigadores del PHS el antecesor de lo que ahora son los Centros de Control de Enfermedades (la famosa CDC) con patrocinio de los Institutos Nacionales de Salud de EU (NIH) e incluso se diversificaron a tratar de inocular a los sujetos con sífilis, gonorrea y chancroide con métodos poco amables.
Los cuadernos de los investigadores contienen descripciones detalladas de las acciones de los investigadores. Por ejemplo: un médico sostuvo el pene de un participante, retiró el prepucio y, “con un poco de fuerza, hizo rodar el hisopo de inoculación grande sobre la mucosa para tratar de contaminar toda la fosa navicular”.
En el caso de que las prostitutas inscritas no estuvieran infectadas, los investigadores las inoculaban humedeciendo un hisopo con la punta de algodón con, por ejemplo, pus de gonorrea, insertándolo en el cuello uterino de la mujer y “frotándolo alrededor… con considerable vigor”.
Como estos procedimientos no estaba funcionando, los médicos del PHS llegaron a usar una aguja hipodérmica para raspar la superficie dorsal del glande de los sujetos “sin sacar sangre” y luego cubrían el área raspada con un apósito empapado en Treponema pallidum, la bacteria causante de la sífilis. Con este sistema lograron una alta tasa del 91.6% de transmisión.
Sin embargo, el equipo del Laboratorio de Investigación de Enfermedades Venéreas no se hizo infame por este caso, sino por otro que ha sido llamado “el evento más importante en el surgimiento de la bioética”: el estudio de sífilis en Tuskegee, el cual fue dado a conocer al público hace 50 años.
El caso que no debería ser nombrado así
Para el estudio, el PHS contó con un grupo experimental de 399 hombres con sífilis mientras que otros 201 que estaban libres de la enfermedad sirvieron como grupo control. Los 600 sujetos eran afroamericanos. El Instituto Tuskegee, una universidad para la población negra del Macon County, prestó las instalaciones del Andrew Memorial Hospital para hacer el seguimiento de los sujetos.
Ya en aquella época, se sabía que la sífilis era curable con penicilina; sin embargo, los sujetos que participaron en el llamado “Estudio Tuskegee de sífilis no tratada en el hombre negro” no recibieron el tratamiento durante un período de 40 años, y se les engañó haciéndoles creer que los tónicos vitamínicos y la aspirina que recibieron como placebo eran efectivos contra su enfermedad.
Los investigadores del PHS decidieron buscar evidencia de neurosífilis, para lo cual se necesitaba tomar muestras con una punción en la zona lumbar de la columna de los pacientes, por lo que se les dijo que su terapia especial incluía “inyecciones espinales” gratuitas.
Además, como el paso final en la recopilación de datos implicaba obtener muestras en la autopsia, el doctor Oliver Wenger escribió a su colega el doctor Raymond Vonderlehr “Tal como lo veo, no tenemos más interés en estos pacientes hasta que mueran” (el subrayado está en el mensaje original). Por esto se les pidió a los participantes desde el inicio que firmaran su consentimiento para que se les practicaran autopsias al morir.
Cuando Hugh Cumming, quien ocupaba el puesto de Cirujano General de EU (que es algo así como el “médico de la nación”), buscó la ayuda del director del Instituto Tuskegee, le escribió en 1932 diciendo que el estudio “ofrece una oportunidad sin precedentes para llevar a cabo esta investigación científica que probablemente no se pueda duplicar en ningún otro lugar en el mundo”.
Tobin señala que “presumiblemente, el Dr. Cumming no pretendía ninguna ironía” con esa frase y el director del Instituto no se sintió ofendido. El experimento para seguir el curso de la sífilis no tratada podía empezar.
Para Tobin hay una cierta injusticia en que este caso se conozca popularmente con el nombre del Instituto como “el experimento Tuskegee” o simplemente Tuskegee, ya que fue el PHS quien lo ideó y llevó a cabo.
Los secretos publicables
El experimento PHS no fue, para nada, un secreto; el primer informe se publicó en el Journal of the American Medical Association (JAMA) en 1936, y los investigadores del PHS publicaron 15 artículos en revistas médicas acreditadas y de prestigio a lo largo de 37 años.
Sin embargo, “a pesar de los repetidos relatos de los estragos de la sífilis no tratada que aparecen [en esas publicaciones] en ningún médico o científico de ninguna parte del mundo publicó una carta o comentario criticando la ética del experimento”.
El caso Guatemala, que se dio a conocer hasta 2010, al menos era secreto, comenta Tobin en entrevista con ejecentral, pero quienes leían los reportes sobre lo que sucedía en Tuskegee “decían ‘Esto es muy interesante, estas personas se mueren con sífilis y presentan estas y aquellas complicaciones; esto es ciencia interesante’. Pero ninguno de esos médicos levantó alarma alguna… Nadie de ningún lado vio los reportes en las revistas y dijo ‘Esto es abominable’”.
En diciembre de 1965, el PHS contrató a Peter Buxtun de 29 años como trabajador social psiquiátrico para hacer entrevistas a pacientes con enfermedades venéreas. El joven originario de la República Checa se escandalizó con lo que sucedía en Tuskegee y, un año después, envió una carta a William Brown, el director de la División de Enfermedades Venéreas de los CDC, que ya se llamaban así.
Después de meses de silencio, los CDC invitaron a Buxtun a una reunión en Atlanta, donde fue sermoneado y regañado; además, Brown le escribió para comentarle que un panel de primera categoría había revisado el experimento y decidido no tratar a los hombres.
Buxtun entonces discutió el asunto con profesores de derecho, pero sin éxito, y finalmente, después de años, contactó a un periodista; la historia se publicó en el Washington Star el 25 de julio de 1972, y como noticia de primera plana en el New York Times al día siguiente.
El mejor de los males
Las consecuencias de la publicación fueron enormes. Primero, el Congreso de EU se dio cuenta de que “los médicos y científicos no pueden regularse a sí mismos” dice Tobin y agrega que las regulaciones que actualmente hay en todo el mundo “se implementaron por lo que sucedió en Tuskegee”.
Para Tobin, “no hay duda de que exactamente lo que pasó en Tuskegee no volverá a pasar”, y que “nadie va a ir a Guatemala a las prisiones, a los hospitales psiquiátricos ni a los orfanatos y tratará de infectar gente. Jamás se va a repetir de esa manera”, pero agrega: “No creo que la regulación pueda prevenir por completo que algo malo vuelva a suceder”. De hecho, ya han vuelto a pasar cosas muy similares al caso Tuskegee con todo y regulaciones.
En diversos países de África, había y sigue habiendo una importante cantidad de mujeres embarazadas e infectadas con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), y se encontró que el antiviral AZT reducía notablemente la posibilidad de que el recién nacido tuviera también VIH, pero este medicamento era muy caro. Entonces, en los NIH se decidió ver qué sucedía con un tratamiento más breve.
Pero cuando hicieron el estudio sucedió lo mismo que en Tuskegee: “a la mitad de las mujeres les dieron un placebo y no las trataron… y esto fue aprobado por comités de ética en escuelas de medicina de Estados Unidos”, dice Tobin.
Tobin comenta que resulta alarmante que este tipo de cosas sucedan incluso entre profesionales “que juraron que considerarían el bienestar de los pacientes más que cualquier otra cosa”.
“Puedo entender que esto (Tuskegee) le suceda a uno o dos malos médicos… hay gente así en cualquier camino de la vida, pero aquí tienes una sucesión de médicos que fueron parte del estudio, y cada uno de ellos le tuvo que mentir a los hombres para convencerlos de que estaban recibiendo tratamiento… Todos esos doctores creyeron que la ciencia era más importante que cuidar a las personas, y eso es una tragedia”.
“Estoy seguro de que pensaron que estaban haciendo algo bueno… y en algún momento tuvieron que aceptar ante sí mismos que, sí, algunas personas morirían en el transcurso de hacer esto; pero incluso que muera una sola persona es un mal resultado para la ciencia. Es una forma errónea de pensar” concluye.
Advertencia final
A mediados del pasado abril, los CDC dieron a conocer que en Estados Unidos los casos de enfermedades de transmisión sexual crecieron durante la pandemia; en especial los de gonorrea y sífilis.
En México, datos preliminares de la Dirección General de Epidemiología también muestran incrementos: con respecto a la sífilis adquirida, en 2021 hubo 6,022 casos en hombres y 4,478 en mujeres, mientras que los acumulados de 2020 son 5,277; en lo que toca a la gonorrea o enfermedad gonocócica, en 2021 se registraron 2,769 en hombres y 7,233 en mujeres, dato que por sí solo supera al acumulado de 2020, que fue de 6,747.
La sífilis sigue siendo curable con penicilina y otros antimicrobianos de primera línea, pues por alguna razón la bacteria Treponema pallidum no ha desarrollado resistencia; pero se han detectado cepas de Neisseria gonorrhoeae y Mycoplasma genitalium que han desarrollado resistencia a todos los antimicrobianos utilizados en su tratamiento; en particular, ya se han encontrado cepas de M. genitalium resistente a la azitromicina, que era la forma más común de tratarla.
Cifras y citas
482 casos de sífilis congénita se detectaron en niños y niñas mexicanos en 2021. Aunque esta enfermedad es fácil de curar en adultos, en los menores puede ser mortal.
40 años y 15 artículos tomó para que una persona, Peter Buxtun, se diera cuenta de que el experimento de Tuskegee no era ético.
30% de los 399 sujetos experimentales de Tuskegee habían muerto directamente a causa de lesiones sifilíticas avanzadas, se reportó en 1955.
1,308 personas, al menos, habían sido expuestas intencionalmente a sífilis, gonorrea y chancroide en diciembre de 1948 en un estudio en Guatemala patrocinado por los NIH.
10.7 muertes de sífilis por cada 100 mil habitantes era la tasa de mortalidad para esta enfermedad en 1940; con la penicilina, en 1950 bajó a 5 por 100 mil y hasta a 0.2 muertes por cada 100 mil habitantes en 1970.
“Aquí tienes una sucesión de médicos que fueron parte del estudio, y cada uno de ellos le tuvo que mentir a los hombres para convencerlos de que estaban recibiendo tratamiento… Todos esos doctores creyeron que la ciencia era más importante que cuidar a las personas, y eso es una tragedia”. Martin J. Tobin, experto en cuidados intensivos y ventilación mecánica y autor de algunos de los textos más importantes en estas materias.
“Las regulaciones (que hay) en todo el mundo se implementaron por lo que sucedió en Tuskegee”. Martin J. Tobin.
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