Señas de identidad

18 de Diciembre de 2024

Señas de identidad

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LA FRONTERA INVISIBLE | La columna de Sergio Muñoz Bata

La reticencia de Ted Cruz a identificarse como latino y las posturas extremas de Cruz y Marco Rubio en contra de los indocumentados agreden la honorable tradición de defensa de una comunidad injustamente asediada

Sumergidos en un mar de incertidumbres en un país que al tiempo que les ofrece los trabajos que ellos y las industrias necesitan les hostiga por su precaria situación migratoria; y desamparados por los gobiernos de sus países de origen, los únicos aliados en los que los trabajadores indocumentados han podido confiar históricamente han sido las sociedades mutualistas de antaño, las organizaciones nacionales que les agrupan y les protegen, y los funcionarios electos que defienden sus derechos humanos y batallan para regularizar su situación migratoria en el país.

Contrario a la percepción generalizada, la migración no es el tema prioritario de los latinos en Estados Unidos. Sus principales preocupaciones son la educación de sus hijos, tener un buen trabajo y contar con un buen plan de cuidado de la salud. No obstante, siete de cada diez miembros de la comunidad hispana opina que regularizar la situación de los indocumentados es esencial, en parte por solidaridad con los nuevos inmigrantes y en parte porque reconocen entre ellos a sus hermanos, primos y amigos. En la comunidad latina, la defensa del inmigrante con o sin papeles es una obligación moral y una muestra de respeto a los derechos humanos y civiles de las personas que tienen que sobrevivir en ambientes hostiles. Vivir en la sombra no es una metáfora para los indocumentados.

En 1986, unos días después de la aprobación de la Ley Migratoria que legalizó la estancia de casi tres millones de personas el Congresista Edward Roybal, nacido en Nuevo México, me contaba que en su larga experiencia de discriminaciones por su origen hispano, nunca había sentido tanto odio hacia los representantes latinos como él, y a todo lo mexicano, como durante ese debate en el Congreso. Sin embargo, la ley se aprobó y tres millones de personas y sus familiares pudieron reintroducirle estabilidad a sus vidas. Y es precisamente por esta tradición que la reticencia del senador Ted Cruz ha identificarse como latino y las posturas extremas de Cruz y Marco Rubio en contra de los indocumentados ha hecho que la mayoría de los hispanos, (salvo los que viven Miami,) las organizaciones comunitarias y los políticos que sí se identifican como latinos no hayan celebrado sus triunfos en las asambleas de Iowa.

En una espléndida columna en La Opinión de Los Ángeles, la escritora venezolana Pilar Marrero se preguntaba por qué ningún periódico destacaba en su titular el primer triunfo de un candidato latino en una primaria, y por qué ninguna de las organizaciones nacionales latinas lo celebraban. El mismo día, el New York Times publicó un artículo del profesor Roberto Suro en la que explica por qué la dimensión histórica del triunfo de ambos políticos pasó desapercibida. La razón, según Suro, es simple: ni Cruz ni Rubio definen su identidad política como latinos, ni hablan en nombre de la comunidad ni respetan políticas fundamentales de la agenda política latina como por ejemplo la legalización de los trabajadores indocumentados, una causa que la inmensa mayoría de los políticos latinos defiende. Más exaltado, aunque sin nombrarlos, Jorge Ramos de Univisión acusó a los candidatos hijos de inmigrantes que atacan a los nuevos inmigrantes de una deslealtad casi equivalente a traición. La adjetivación de Ramos me parece excesiva aunque sé que hay muchos en la comunidad que están de acuerdo con él.

Yo hubiera querido que en esta contienda hubiera un candidato que se reconociera como latino porque con esa simple seña de identidad habría renovado la auto estima de los latinos, ahora injustificadamente acusados de criminales y violadores por irresponsables aspirantes a políticos. Yo hubiera querido tener un candidato latino con una agenda inclusiva no excluyente. Un candidato latino que ensanchara los horizontes de esa comunidad sobre la que escribió Tomás Rivera, el poeta chicano que empezó su vida trabajando de niño en los campos agrícolas y terminó siendo Rector de la Universidad de California; un candidato que ampliara esa comunidad, “ese espacio común en el que la gente comparte los mismos valores y conversa sobre sus vidas, sus triunfos y sus penas.” Un candidato que como escribió el teólogo alemán Martin Bubber “cumpliera la aspiración de la historia humana entera haciendo comunidad.”