La Portada | Huracanes potencialmente agresivos acechan las costas por ambos litorales
Especialistas alertan sobre la falta de preparación para enfrentar los fenómenos; ven disparidad y falta de claridad en recursos estatales y federales para enfrentar desastres
México enfrenta la actual temporada de huracanes, dentro de la cual se prevé que hasta nueve de ellos podrían alcanzar la categoría 5, como el que devastó al puerto de Acapulco el año pasado, sin la suficiente preparación, ni en cultura de prevención de desastres, ni en infraestructura resistente, ni en recursos económicos para hacer frente a las contingencias.
Las primeras amenazas concretas las constituyen dos fenómenos que podrían convertirse en ciclones tropicales y que, de acuerdo con pronósticos del Servicio Meteorológico Nacional, podrían tocar tierra en el transcurso de esta semana, uno entre Chiapas y Oaxaca, y el otro entre Veracruz y Tamaulipas.
Para este 2024, el Centro de Predicción del Clima de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) pronostica un 85% de probabilidades de que en el océano Atlántico se registre una oleada de huracanes “por encima de lo normal”.
Según pronósticos, ante el incremento de la temperatura de la superficie del mar, que se ubica en 1.2 ºC por encima del promedio habitual, en el Atlántico particularmente se prevé un registro de entre 20 y 23 huracanes, con altas probabilidades de que algunos sean de rápido crecimiento, como lo fue Otis. Y varios de ellos podrían pegar en costas mexicanas.
Tras el catastrófico paso de Otis –se formó en el océano Pacífico–, que dejó pérdidas económicas calculadas en 15.3 millones de dólares, y se ubicó como el tercer desastre más costoso a nivel mundial, sólo por debajo de los terremotos de Turquía y de Siria y las inundaciones de China, surge la interrogante: ¿Qué tan preparados estamos para un nuevo escenario adverso en la actual temporada?
Especialistas consultados por ejecentral coincidieron en que una de las debilidades de nuestro país para enfrentar los fenómenos meteorológicos es la insuficiencia de recursos públicos para prevenir y mitigar los efectos, y la gran dispersión, disparidad y falta de control de los fondos destinados a esta materia, tanto a nivel estatal como federal.
Los entrevistados acusaron omisiones y deficiencias en la puesta en marcha de los planes en materia de gestión integral de riesgos en la fase preventiva, la respuesta, atención y mitigación de los daños, aspectos que, señalaron, terminan por acrecentar el grado de vulnerabilidad, principalmente en los estados más susceptibles a este tipo de amenazas.
En cuanto a los presupuestos hay una gran incertidumbre, pues algunos gobiernos estatales cuentan con fondos especiales con cantidades muy dispares entre unos y otros y en varios casos, con cero pesos de financiamiento del fondo correspondiente.
En el caso de Sonora, estado en donde para este 2024 se destinaron cero pesos al Fondo para Prevención de Desastres Naturales, a pesar de que en agosto del año pasado el huracán Hilary dejó al menos mil 200 familias damnificadas y provocó severos daños a la infraestructura carretera y de telecomunicaciones.
Además, en las entidades que cuentan con algún programa de gestión de riesgos, 60% de los recursos se utilizan en gasto corriente, es decir, en salarios, gasolina, telefonía y otros, y muy poco se invierte en prevención de desastres.
A nivel federal, en 2020 desapareció el Fondo de Desastres Naturales (Fonden) y no fue sustituido por ningún otro instrumento. Dentro del Presupuesto de Egresos de la Federación 2024 se incluye una partida para este rubro, pero con recursos inferiores a los que manejaba el Fonden y sin reglas claras para su aplicación.
Una temporada “hiperactiva”
De acuerdo con instituciones y especialistas, esta temporada de huracanes podría ser una de las más severas de que se tenga registro, especialmente en el océano Atlántico. Además, con los efectos crecientes que genera el cambio climático, podríamos estar ante el inicio de una era de huracanes cada vez más intensos y frecuentes.
La actual temporada inició el pasado 15 de mayo en el Pacífico y el 1 de junio en el Atlántico; los dos primeros fenómenos que pueden alcanzar una magnitud importante ya están en gestación, uno por cada océano, y acechan a las costas mexicanas.
La Comisión Nacional del Agua (Conagua), a través de la Coordinación General del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) informó que para esta temporada de ciclones tropicales se pronostican alrededor de 15 sistemas del lado del océano Pacífico, mientras que en el océano Atlántico se prevén hasta 23.
Según las estimaciones, de los 15 sistemas del Pacífico, entre ocho y nueve serían tormentas tropicales; de cuatro a cinco se convertirían en huracanes categorías 1 o 2, y de tres a cuatro en huracanes de una escala de intensidad de entre 3 y 5.
En el océano Atlántico se pronostican de 20 a 23 fenómenos, de los cuales 11 o 12 serían tormentas tropicales, de 5 a 6 huracanes que alcanzarán nivel 1 o 2, y de cuatro a cinco huracanes que llegarían a las categorías de 3 a 5.
Adicionalmente, esta temporada tiene otras particularidades, a decir los especialistas. “Se van a combinar varios ingredientes al mismo tiempo para que esta temporada sea muy activa, de hecho, le están diciendo hiperactiva”, advirtió la climatóloga Christian Domínguez Sarmiento, investigadora del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Además de las temperaturas elevadas de la superficie del mar que se han tenido desde hace más de un año, y que calentarán aún más las aguas del océano Atlántico, la investigadora especializada en meteorología tropical y percepción de riesgos hidrometeorológicos explicó que en las próximas semanas las condiciones del viento serán “favorables para que se puedan formar los ciclones”.
“Hay algo que se llama cizalla, que es una diferencia de viento entre dos niveles, en una superficie de más o menos 10 kilómetros de altura; cuando ese evento es muy intenso, no permite que se formen las nubes asociadas a los ciclones; sin embargo, durante esta temporada la cizalla va a ser casi nula”, explicó.
Por su parte, Alejandra Méndez Girón, coordinadora general del Servicio Meteorológico Nacional (SMN), dijo a este semanario que, si bien el fenómeno de La Niña, que empezaría en julio, haría que el océano Pacífico esté un poco más frío, su temperatura aún será suficiente para generar ciclones.
“Con 27 °C (en la superficie marina) ya se puede generar un ciclón. En el caso del Pacífico, sí se va a llegar a esas temperaturas. No van a estar tan cálidas como el año pasado, que estuvieron hasta 31 °C; sin embargo, vamos a tener 27 °C, que es lo suficiente o lo mínimo para que se pueda desarrollar un ciclón”, sentenció.
Méndez Girón indicó que se espera que más huracanes lleguen a tocar costas mexicanas en el Pacífico que en el Atlántico, pues de entre los 15 que se esperan en el primero, se prevé que al menos tres toquen tierra en algún lugar de México, mientras que de los 20 a 23 que se formarán en el Atlántico, quizá unos dos pegarían en costas de nuestro país.
Ambas climatólogas coincidieron en advertir que cabe esperar que algunos de esos huracanes aumenten rápidamente de intensidad, como ocurrió con Otis el año pasado.
La investigadora Christian Domínguez recordó que “ya hemos tenido fenómenos de rápida intensificación en el Golfo de México”, en particular el huracán Katrina en 2005, que devastó la ciudad de Nueva Orleans, en Estados Unidos, y una buena parte de la zona costera de los estados de Luisiana, Misisipi y Alabama.
Por su parte, Alejandra Méndez aclaró que Otis “fue un sistema fuera de lo normal, que se intensificó muy rápidamente, en menos de 12 horas, porque la temperatura del océano Pacífico estaba a 31 °C”, además de que en las capas medias y altas de la atmósfera no había viento, lo que permitió su desarrollo, por lo que es “muy probable” que sistemas de este tipo con categoría cinco puedan suceder en el Atlántico, aun cuando no se intensifiquen tan rápido, y puedan impactar en alguna costa.
Las lecciones de Otis
El pasado 25 de octubre, Otis pasó de la categoría 1 a la 5 en un lapso de 12 horas y tocó tierra con toda su fuerza en el puerto de Acapulco, Guerrero, con un saldo oficial de 50 personas fallecidas, 30 desaparecidas y pérdidas económicas estimadas en 15.3 millones de dólares.
Aunque poco se podía hacer para contener un fenómeno que creció en un tiempo reducido, el daño que ocasionó este huracán motivó a reflexionar sobre la necesidad de fortalecer la cultura de la protección civil y en especial de intensificar las medidas preventivas.
Si bien los terremotos de 1985, que devastaron buena parte de la zona centro de la Ciudad de México, significaron un parteaguas que dio lugar a una cultura y a una política de protección civil en el país, especialistas coincidieron en que la transición a las nuevas políticas internacionales de reducción de riesgos de desastres obligan a cambiar el enfoque reactivo por el preventivo, algo que sigue siendo una asignatura pendiente en México.
Para Flavio Leyva Ruiz, consultor en Gestión Integral de Riesgo de Desastres y Protección Civil, la falta de preparación ante fenómenos tan erráticos y de la magnitud como la de Otis, se debe a que seguimos estancados en la fase de reacción y auxilio, cuando el 80% de las actividades de los sistemas de protección civil y contención de riesgos deberían ser meramente preventivas.
“Caemos en la monotonía, lo mismo de todos los años, nuestras actividades se basan en un calendario de fenómenos meteorológicos: la temporada de lluvias, la de huracanes, la temporada invernal, sequías, temporada de estiaje, temporada de incendios, etcétera”.
En ese sentido Leyva Ruiz señaló que, aunque en teoría se cuentan con planes de contención y la organización del Sistema Nacional de Protección Civil es la adecuada, “el problema es que no se está ejerciendo; lo único que hacemos es una reunión para dar inicio oficialmente a una temporada y de ahí nos salimos”.
Hasta la fecha, aún hay un importante déficit en las políticas de prevención de desastres, y no hay una homologación de los planes y programas en los gobiernos estatales, remarcó.
El último Censo Nacional de Gobiernos Estatales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) indica que hasta 2022, 28 de las 32 entidades del país contaban con un atlas de riesgos; sólo 21 tenían un plan o programa en materia de protección civil o similar, y únicamente 16 contaban con un plan de emergencia o de contingencia.
Los pronósticos pueden fallar
El especialista Miguel Ángel Imaz Lamadrid indicó que Otis puso de manifiesto que los pronósticos no siempre son del todo confiables, pues su apresurada intensificación “complicó toda la actuación del sistema de protección civil” y ameritó “hacer ajustes al sistema de información de arribo de ciclones tropicales”, pero lamentó que a pesar de eso, no se ha avanzado en materia de ingeniería civil para hacer edificaciones resistentes a los huracanes.
A decir del profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, así como Otis el año pasado, el huracán Odile, en 2014, fue un evento de los “que se van construyendo durante décadas”.
Sin embargo, dijo, sus efectos no están ligados propiamente a cuestiones relacionadas directamente con protección civil, sino con las instituciones encargadas del ordenamiento territorial, del manejo de las zonas federales en los arroyos y de las zonas costeras, y a los estilos de construcción en materia de ingeniería civil.
“Ése es el grave problema que tenemos, que los desastres se van construyendo debido a ciertas áreas que no se atienden por distintas dependencias, en distintas temporalidades (…) Cuántos edificios estaban construidos con estos materiales que no son resistentes a ciclones tropicales”, cuestionó el responsable del área de Ingeniería en Prevención de Desastres y Protección Civil de la UABCS.
Y apuntó: “Ése es el tipo de áreas de oportunidad que hay que atender; o si un asentamiento irregular está en una zona de alto riesgo, bueno, qué autoridad es la encargada de remover a esas personas y ponerlas en una zona segura”.
El también encargado de liderar el mapeo de riesgos en el estado de Baja California Sur señaló que si bien “los huracanes son fenómenos caóticos que resulta muy difícil determinar cómo va a ser su comportamiento”, se debe aprender de Otis y de Norma, otro huracán que ocasionó daños en el Pacífico el año pasado.
Mencionó que la gran enseñanza que dejaron Otis, en Acapulco, y Norma, que causó daños en Sinaloa y Sonora e impactó en La Paz, Baja California Sur, “con un comportamiento similar, pero en una escala menor”, recae en que, considerando que los pronósticos pueden fallar, cuando un ciclón tropical esté a una determinada distancia, “tiene que estar ya todo el sistema de protección civil en alerta máxima”.
Enfatizó: “Aquí el área de oportunidad es no subestimar los ciclones tropicales con base en la intensidad, porque en ocasiones cuando una tormenta tropical la tenemos, por ejemplo, a unos 200 kilómetros de distancia de la costa, se deben instalar las medidas de acuerdo con una tormenta tropical, para que en caso de que se incremente la intensidad en cuestión de horas —como ocurrió con ambos huracanes— pues ya estén los sistemas de emergencia preparados”.
Preparados, pero no tanto
Precisamente una de las consecuencias del devastador paso de Otis es que “se están mejorando los modelos numéricos”, para dar mayor certeza a los pronósticos tanto en la trayectoria como en la intensidad de los próximos ciclones tropicales, así como los sistemas de alerta temprana, señaló la coordinadora del SMN, Alejandra Méndez.
Éste no es un esfuerzo aislado de México, aclaró Méndez, sino que se trabaja en cooperación con la Organización Meteorológica Mundial, de la que nuestro país forma parte, y en especial con el Comité Internacional de Huracanes, “para evaluar la temporada de ciclones tropicales en la región cuatro, a la cual nosotros pertenecemos”, además de que se tiene una cooperación estrecha con el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos.
La funcionaria aseguró que “México tiene uno de los mejores sistemas meteorológicos a nivel mundial, reconocido internacionalmente”, al responder a la pregunta de si nuestro país está preparado para la actual temporada de huracanes.
Destacó que desde su fundación, hace 147 años, el SMN “tiene como su principal función, informar al Sistema Nacional de Protección Civil sobre los fenómenos meteorológicos que pueden afectar la vida humana… esto se hace las 24 horas del día, los 365 días del año”.
Y añadió que “no estamos preparados”, en la generación de infraestructura ni en promover y subsidiar que los pobladores puedan estar asegurados ante la ocurrencia de este tipo de desastres o para tomar medidas extremas, como pudiera ser la relocalización de una población.
La investigadora señaló que hay que entender que “con el cambio climático vamos a tener nuevos riesgos”, por lo que es urgente, reiteró, actualizar los reglamentos de construcción como ya se ha hecho, por ejemplo, para los temblores, y contemplar también los daños al patrimonio natural y a los cultivos. En ese sentido, el investigador Miguel Ángel Imaz aseveró que contar con los recursos suficientes, o al menos con un porcentaje definido con base en el Producto Interno Bruto de cada entidad, el número de habitantes, y el grado y tipo de amenazas y vulnerabilidades que hay en cada territorio, es fundamental para reforzar las capacidades en cada estado.
Crecen amenazas y vulnerabilidades
Los huracanes se conocen como “fenómenos multiamenaza”, ya que constan de fuertes vientos, lluvias intensas y marejadas, y pueden generar otros fenómenos naturales peligrosos como deslizamientos o inundaciones, comentó, en entrevista, Catalina González Dueñas, especialista en Vulnerabilidad de la George Mason University.
“Cuando hablamos de vulnerabilidad ante huracanes, tenemos que desglosar lo que estos factores hacen a nuestra infraestructura, a los sistemas naturales y a nuestras comunidades más propensas a sufrir daño”, comentó la investigadora, nacida en Colombia.
Por esto, dijo, se requiere de una preparación multifactorial que empieza por conocer el nivel de riesgo de una comunidad, que es la combinación de la amenaza natural y las distintas vulnerabilidades que se tienen ante ella. Y la preparación incluye un esfuerzo continuado de años.
Añadió que un primer punto a atender dentro de una política de prevención ante los fenómenos meteorológicos, es “la actualización de códigos de construcción, en los que se incluyan parámetros de diseño específicos para resistir huracanes para nuevas edificaciones, y también lineamientos para el reforzamiento de edificaciones ya existentes”.
Esto puede incluir, por ejemplo, la elevación de las viviendas; el reforzamiento de ventanas y puertas o la instalación de ventanas anti-huracanes; anclajes de techos, y el reforzamiento de muros para que puedan soportar los impactos más fuertes de estos fenómenos, remarcó.
Y agregó: “A nivel local también se puede, se debe, asegurar el funcionamiento continuo de servicios públicos básicos. Esto incluye agua potable, saneamiento, electricidad, especialmente en edificaciones que se consideran especiales, como hospitales y colegios”. La académica apuntó que la preparación ante la llegada de tormentas tropicales y huracanes no sólo debe incluir la resiliencia de las construcciones, sino la realización de obras adicionales, como el fortalecimiento de las redes de drenaje, “uno de los puntos más importantes”.
Comentó que poner en marcha estas estrategias puede llegar a requerir grandes obras de infraestructura, como mover plantas de tratamiento de agua a lugares elevados, o crear sistemas de protección a su alrededor, así como habilitar plantas de generación de electricidad.
González Dueñas continuó con la exposición de medidas que se toman en otros países, pero que no se ven en México, como parte de una política de prevención ante la amenaza de los huracanes.
Comentó que hay estrategias que son efectivas para reducir el impacto de los fenómenos, como diques y rompeolas, que actualmente se están implementando mucho en Estados Unidos y, aunque tienen una amenaza significativamente menor de padecer los efectos de los huracanes tropicales, también se instalan en Europa.
La investigadora lamentó que desafortunadamente la emergencia no termina tras el paso del huracán, sino que se prolonga después del mismo, por lo que es muy importante, por ejemplo, garantizar el acceso de la comunidad a los hospitales, y asegurar el funcionamiento continuo de las redes generales de transporte, para que el propio hospital pueda seguir abasteciéndose, lo que puede requerir de elevar puentes y el reforzamiento de los pilotes.
Sin embargo, reconoció, pese a que México se ubica entre las regiones ciclo-genéticas del Atlántico Norte y del Pacífico Nororiental, lo cual lo hace un país “altamente vulnerable” a la incidencia de ciclones tropicales, dichas medidas, incluida la resiliencia en las construcciones, no son a la fecha una realidad en el contexto mexicano.
Incertidumbre y disparidad
Con la recién aprobada Ley General de Protección Civil y Gestión del Riesgo de Desastres, avalada el 22 de marzo pasado en el pleno de la Cámara de Diputados con 242 votos a favor, 204 en contra y cero abstenciones, cada estado y municipio del país tiene la responsabilidad de contar con los fondos necesarios para atender las emergencias derivadas de desastres naturales.
Esto quiere decir que “la Federación no los va a ayudar en ese sentido. Ya no confiamos en que vaya a haber un fondo nacional (para la atención de desastres). Si los estados no prevén ese fondo, ya sea como una asignación presupuestal anual o como una contratación de seguros para desastres, se van a ver de manos cruzadas”, advirtió Flavio Leyva Ruiz, especialista en protección civil.
De una revisión a los presupuestos estatales de este 2024 se desprende que, si bien una amplia mayoría de las 32 entidades federativas del país cuenta con una partida destinada a la atención de desastres naturales, la falta de homologación en sus criterios y la disparidad en los montos genera incertidumbre, pues no se contemplan los escenarios en que un mismo fenómeno cause estragos en dos estados diferentes y que uno de ellos cuente con fondos propios para contingencias pero el otro no.
Como ejemplo de la disparidad, en el Estado de México, que presenta una muy escasa vulnerabilidad a fenómenos meteorológicos, tiene una partida de 100 millones de pesos dentro de su presupuesto, “para la atención de desastres y siniestros ambientales o antropogénicos”.
En cambio, en Sonora fue creado un Fondo para Prevención de Desastres Naturales, al cual este año se le asignaron cero pesos, a pesar de que en agosto del año pasado, el paso de Hilary por la entidad provocó al menos dos mil 200 familias damnificadas por daños en sus viviendas, así como múltiples afectaciones a carreteras y a la infraestructura de telecomunicaciones.
A nivel federal, la mayoría de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados desapareció en 2020 el Fondo de Desastres Naturales (Fonden) —que databa de 1996— y no fue sustituido por ningún otro instrumento similar, por lo que desde entonces los recursos para enfrentar contingencias se obtienen de otras partidas, sin que haya claridad sobre su manejo.
Para este 2024, en el Presupuesto de Egresos de la Federación se cuenta con una bolsa de 17 mil 984 millones de pesos para enfrentar desastres, una cantidad 4.6% menor a lo ejercido en 2023.
Y aún sobrevive el Fondo de Prevención de Desastres Naturales (Fopreden), establecido en 1999 como complemento del Fonden, y al cual se le han destinado en promedio 280 millones de pesos en los últimos seis años, lo que significa una disminución del 11% respecto a 315 millones con que se le alimentó en promedio durante el periodo 2013-2018.
En este marco, en marzo pasado venció el bono catastrófico que en 2020 —ante la desaparición del Fonden— contrató el Gobierno federal por una suma de 485 millones de dólares contra pérdidas derivadas de sismos y ciclones tropicales, de los cuales, 125 millones eran para cubrir las afectaciones en todas las zonas costeras del Golfo de México y la Península de Yucatán, y la misma cantidad para la atención de las zonas costeras del océano Pacífico y del Golfo de California.
Al respecto, Flavio Leyva manifestó su preocupación por el hecho de que no haya claridad sobre la forma en que se deben ejercer los recursos con los que se cuenta —de por sí insuficientes— en pleno año de transición de gobierno y ante una temporada de huracanes que se prevé complicada.
Señaló que aunque actualmente la mayoría de entidades federativas tenga fondos o fideicomisos creados expresamente para atención de desastres, al menos 60% de los recursos se destina al gasto de operación, que incluye el funcionamiento de oficinas, mientras que la inversión en medidas preventivas es nula y apenas una pequeña cantidad se contempla exclusivamente para enfrentar contingencias.
“Si nada más es un presupuesto para desastres ya caemos en lo mismo, no lo podemos mover más que cuando haya problemas”, lamentó el especialista en gestión de riesgos.
Flavio Leyva sugirió que en cada entidad se destinen recursos tanto para la prevención como para la contención de desastres, y recomendó no optar por los seguros contra desastres, porque suelen ser bastantes caros y no se pueden utilizar en políticas preventivas.
Primeras alertas
Los primeros efectos de la actual temporada de huracanes se podrían sentir esta semana. El jueves pasado, autoridades del Gobierno federal informaron que se espera que en el transcurso de este lunes en el océano Pacífico se desarrolle “una baja presión con potencial ciclónico”, el cual podría ingresar a tierra, entre los límites de Chiapas y Oaxaca, para desplazarse sobre el Istmo de Tehuantepec hasta el Golfo de México, durante la madrugada del martes.
La coordinadora general del Servicio Meteorológico Nacional, Alejandra Margarita Méndez Girón, indicó que este fenómeno favorecerá el potencial de lluvias de intensas a torrenciales en los estados de Campeche, Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán, “sin descartarse que se desarrolle a ciclón tropical”.
Añadió que en el Golfo de México se espera que durante la madrugada de este martes se desarrolle otra baja presión —también con potencial ciclónico—, que podría ingresar a tierra entre Veracruz y Tamaulipas en el transcurso del miércoles.
Apuntó que este fenómeno podría ocasionar lluvias de muy fuertes a intensas en la Ciudad de México y en los estados de México, Coahuila, Guanajuato, Hidalgo, Nuevo León, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Tamaulipas y Tlaxcala.
Adicionalmente, dijo, se esperan vientos con rachas de 50 a 70 kilómetros por hora y posibles trombas en costas de Campeche, Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz y Yucatán.
Como preludio de estos dos fenómenos que podrían alcanzar una intensidad importante, durante el pasado fin de semana se presentaron fuertes lluvias en varias regiones de los estados de Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla, Hidalgo, México, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila y en la capital del país.
Ante la situación que se avecina, derivada de fenómenos climatológicos, la Secretaría de Marina, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y la Coordinación Nacional de Protección Civil (CNPC) hicieron un llamado conjunto a las autoridades de los tres órdenes de gobierno y a la población en general, “para extremar precauciones ante el pronóstico de un temporal de lluvias en la Península de Yucatán, sureste y oriente de México”.
Estragos en el Atlántico
Los récords de Gilberto
En septiembre de 1988, el huracán categoría 5 Gilberto provocó la muerte de 225 personas y alcanzó varios récords: fue el más intenso y el de la presión barométrica más baja de los formados en el océano Atlántico hasta la llegada de Wilma, en 2005.
Además, hasta el 2015 había sido el ciclón tropical más intenso en impactar a México, hasta la llegada de Patricia en el Pacífico. Hasta la fecha, Gilberto sigue siendo el más intenso del Atlántico, mientras que Otis superó el año pasado a Patricia, en el Pacífico.
Gilberto inició su devastadora trayectoria pasando por encima de la isla de Jamaica, donde se calcula que provocó daños en el 80% de las casas. Luego pegó con categoría 5 en el noroeste de la Península de Yucatán, la cual abandonó por el noreste con categoría 2; sin embargo, en el Golfo de México se volvió a intensificar y tocó tierra con categoría 3 en La Pesca, Tamaulipas, e incluso llegó hasta la ciudad de Monterrey, Nuevo León, donde ocasionó graves daños, pues rebasó rápidamente el drenaje de esta ciudad, en donde no suele llover mucho.
Debilitado, alcanzó a llegar a Texas y todavía pasó por Oklahoma y Michigan, en Estados Unidos. En total se calcula que durante su trayectoria ocasionó daños por casi 14 mil millones de dólares.
Wilma pega en Cancún y Cozumel
En 2005, a finales de octubre, hubo un huracán que resultó devastador, sólo que éste lo fue en Cancún y Cozumel: Wilma. Este huracán llegó a las costas de la península de Yucatán con categoría 4 y no se intensificó más.
El problema fue que era de lento desplazamiento. En la noche del 21 de octubre tocó tierra en Cozumel y al día siguiente en Cancún, donde permaneció, aunque debilitán- dose, hasta el 23 de octubre, cuando salió hacía el Golfo de México como huracán de categoría 2 y todavía alcanzó a llegar a Florida con categoría 3.
Wilma causó graves daños en el noreste de Yucatán, en particular dejó las playas de Cancún prácticamente sin arena, y se le han atribuido directamente 22 muertes: 12 en Haití, una en Jamaica, cuatro en México y cinco en Florida. Además, mantiene el récord de la presión barométrica central más baja registrada en un huracán del Atlántico (882 mb), rompiendo el antiguo récord de 888 mb, establecido por Gilberto.
Katrina, Rita y Dennis
Fue tremendo el impacto que provocó a finales de agosto de 2005 el huracán Katrina en las costas de los estados de Luisiana, Misisipi y Alabama en Estados Unidos, y en particular en la ciudad de Nueva Orleans, donde se calcula que este ciclón tropical categoría 5 causó pérdidas por 75 mil millones de dólares.
Sus estragos fueron tales, que hicieron olvidar a los otros dos huracanes que ocurrieron en el mismo año de 2005 y que también golpearon las costas estadounidenses. Entre el 25 y el 28 de agosto, Katrina creció de tormenta tropical a huracán categoría 5.
Pero antes, la tormenta tropical Dennis se convirtió en huracán cerca de Jamaica y llegó al sur de Cuba como categoría 4. Afortunadamente, para cuando entró a tierra y pasó cerca de La Habana, ya se había degradado a categoría 1. Sin embargo, volvió a crecer hasta la categoría 4 sobre el Golfo de México.
Para cuando tocó tierra, en Panhandle, Florida, tenía categoría 3 y sus restos llegaron en forma de lluvias fuertes hasta Canadá. Dennis causó directamente 42 muertes: 22 en Haití, 16 en Cuba, tres en Estados Unidos y una en Jamaica, y sus daños en Jamaica, Cuba y Panhandle fueron considerables.
Rita fue el segundo huracán de categoría 5 de la temporada, y en septiembre, después de entrar al Golfo de México entre Cuba y la península de Florida, devastó partes del sureste de Texas y el suroeste de Luisiana, en la zona que no había sido afectada por Katrina. Igual que Katrina, se intensificó aceleradamente, pasando de categoría 2 a 5 en apenas 24 horas.
Ingrid y Manuel
La combinación de ambos fenómenos meteorológicos en 2013 —el primero llegó por el océano Atlántico y el segundo por el Pacífico— provocó la muerte de 157 personas y dejó un millón 677 mil 636 damnificados en varios estados, pero especialmente en Guerrero.