Seamos Solarpunk: rebelarse contra las distopías es posible

22 de Noviembre de 2024

Seamos Solarpunk: rebelarse contra las distopías es posible

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¡Es momento de aceptar que nos quieren tristes! Vemos al mundo colapsar, exigimos desesperadxs un cambio, y los poderes económico-estatales niegan su capacidad de actuar; pero hay un movimiento que está cambiando esto: Solarpunk

Pertenecer a una juventud con destino incierto me ha hecho aceptar que la esperanza, que nos falta, es una herramienta política muy poderosa y urgente. Mis pesadillas y sueños diarios me aseguran que necesitamos del Solarpunk: movimientos de resistencia creativos y alegres que tengan fe en un futuro más allá del colapso ecológico y social.

Ser solarpunk es rebelarse contra el pesimismo de la distopía climática. Desde 2008, cuando se creó el término, comenzó a articularse como una negación de la negación (de la negación) de las contraculturas del capitalismo tardío. Nació influenciado de géneros literarios como el cyberpunk y el steampunk, a los cuales pronto detectó políticamente muertos y mercantilizados; incapaces de incitar al cambio social que soñaban.

Hoy el solarpunk decreta que “lo que necesitamos son soluciones, no sólo advertencias”, y estas soluciones frecuentemente giran alrededor de la comunidad, la generosidad, la ingenuidad y la independencia.

Usa el sufijo punk porque este es frecuentemente utilizado para nombrar movimientos artísticos orgullosos de ser críticos y rebeldes ante el régimen social en donde nacen. También continúa un camino de rebeldía trazado contra la llamada “hidra capitalista”, la cual tiende a mercantilizar todo lo que toca.

Lo punk huye siempre de la asimilación mediante reinventarse constantemente y tener una visión crítica ante su pasado inmediato. Por ello es que, siendo el cinismo parte fundamental del neoliberalismo, el solarpunk da un paso más allá de la negación, lo que implica iniciar a crear e imaginar más allá de lo evidente.

Dentro del Solarpunk comenzaron a gestarse reflexiones interesantes que resultaron cada vez más atractivas para sectores anarquistas y comunalistas del internet, al punto de que muchos de ellos terminaron nombrándose solarpunks a sí mismos. Se comenzó también a llamar solarpunk a obras previas que a pesar de su vejez cumplían las características, y es así como películas como Nausicaä del Valle del Viento (1984) o novelas como La Parábola del Sembrador (1993), se convirtieron en íconos de esta nueva subcultura.

Para cumplir con esto, lxs solarpunks deberían aceptar la responsabilidad de no escribir hojas de ruta: necesitamos menos de la coherencia de lo que necesitamos el diálogo. Vida digna no hay una sino miles, así que cualquier propuesta es parcial.

Enraizar nuestros sueños en nuestras localidades

El movimiento solarpunk ha tenido una transición estética clara que muestra los cambios internos de su comunidad.

Originalmente fue inspirada por la estética Art Nouveau (con artistas como Olivia Louise que publicaron sus obras en plataformas como Twitter o Tumblr), pero el solarpunk ha sido posteriormente complementado por una visión más comunitaria y meditativa, que se niega a la homogenización cultural e impulsa a que artistas hagan un uso inteligente de las tradiciones locales de sus territorios. Un ejemplo es João Queiroz en Brasil, quien pinta futuros donde las culturas indígenas del Amazonas se benefician de la tecnología, mientras existen de manera autónoma, post-colonial, y conviviendo pacíficamente con el ecosistema. Pensando en eso, recordemos una reciente entrevista del doctor en literatura colombiano, Rodrigo Bastidas. Para él, la ciencia ficción de nuestra región planetaria reflexiona constantemente sobre la identidad, la espiritualidad, la ecología y lo político.

Todas estas preguntas continúan en el solarpunk, pero deben por otra parte evitar responderse del todo para continuar un diálogo constante. Buscamos un entorno de reflexión horizontal y colectivo.

La distopía se encuentra en el presente, no en el futuro

Para mí esta propuesta me es algo personal. Estoy aún a inicios de mis veintes, pero he vivido más de la mitad de mis días con el cerebro sumido en el luto más desconcertante. Aunque busco sanar cada día, me duele ver a tanta gente de mi círculo social caer en un pesar similar.

Según estudios internos a los Estados Unidos, se ha reportado que en los últimos dos años hubo un aumento de 400% en el número de adultxs que presentan síntomas de ansiedad o depresión. En Latinoamérica y el Caribe, mientras tanto, la Unicef ha alertado que el impacto de la pandemia ha dejado juventudes pesimistas, particularmente en el caso de las mujeres quienes durante la pandemia han enfrentado dificultades particulares.

Es también importante recordar que incluso antes del Covid-19 la crisis de salud mental ya existía, a causa de que las rutas tradicionales entre futuro y progreso se han demostrado inaccesibles. Las nuevas generaciones se caracterizan por una precariedad que justifica la falta de sentido de vida y expectativas: “¡Más vale una hora de rey que una vida de wey!”

Quizá más que una falla, todo esto es una herramienta de nuestras economías violentas, coloniales y machistas, donde los jóvenes más precarizados son así, siempre marcados por la cultura del consumo capitalista.

Las adicciones, la adrenalina y las masculinidades agresivas se agravan por el presentismo intenso y la falta de futuro. A su vez articulan las políticas de muerte y así reproducen el sistema.

Realismo capitalista y los límites del pánico

Frente a esta realidad, se ha intentado politizar la salud mental. Los movimientos sociales contemporáneos han fomentado políticas del cuidado fuertemente inspiradas en los aprendizajes del feminismo y otras experiencias subalternas.

Esto se ha visto expresado en proyectos hermosos que, por otra parte, a mediano plazo solo obtienen coherencia si se les complementa con procesos de justicia restaurativa y solidaridad.

Mediante estos vínculos es que la salud mental se ha demostrado fundamental para los proyectos políticos más progresistas. Pero hay un problema: el mundo sigue colapsando.

¿Cómo resolver el trauma, e incluso la transmisión transgeneracional del trauma, sin antes resolver el despojo y la explotación de comunidades oprimidas?, ¿Cómo combatir la eco-ansiedad, por ejemplo, sin resolver la crisis climática y el extractivismo por sí mismos?

Una verdadera politización de la salud mental requiere propuestas para cambiar las condiciones materiales que sustentan el “realismo capitalista”, pero nos hacen falta argumentos para creer que las cosas pueden mejorar.

Realismo capitalista es un concepto adecuado. Podría pensarse como el cadáver de un cyberpunk que se lo comió el tiempo, y por lo tanto también saberlo como la contraparte y madre podrida del solarpunk.

El filósofo Mark Fisher lo describía como una incapacidad cultural de imaginar “de manera realista” un mejor mundo al actual. Si bien él no creó el término, sí describió teóricamente cómo se ha convertido en la propaganda neoliberal por excelencia, la cual ya no promete una mejora constante de la realidad sino que solo introduce la idea de que no hay alternativa contra la distopía.

Cualquier serie sobre el narcotráfico, por más banal que sea, se siente más temible que las distopías cyberpunk que buscaban asustarnos hace unas décadas. No se dan alternativas ni formas de escape, entienden al mundo como una tragedia.

¡Es que es momento de aceptar que nos quieren tristes! Vemos al mundo colapsar, exigimos desesperadxs un cambio, y los poderes económico-estatales niegan su capacidad de actuar. Nos vemos convertidxs en sociedades donde la desesperanza es la norma.

Mark Fisher dio como solución parcial buscar una salud mental que se resuelva desde la esfera pública y la militancia política, no desde la privatización muchas veces farmacológica.

Creo yo, como él, que el realismo capitalista está moribundo. Si no ha muerto es porque su alternativa, la acción política, requiere desarrollar urgentemente una imaginación capaz de crear alternativas.

Por esto es que el catastrofismo, el moralismo, la asimilación, el sectarismo, y la política del enemigo no son opción. Movimientos sociales que busquen la justicia climática, la despatriarcalización y la decolonización, requieren dar un paso más allá: imaginar un futuro en el que sí queramos vivir.

Solarpunk, no futurismo

Ideológicamente el solarpunk ha encontrado similitudes muy grandes con el comunalismo de Murray Bookchin. Una muestra es el discurso “Utopía, no futurismo”, que el fallecido autor ruso-estadounidense recitó en 1977.

Para Bookchin el futurismo es extender el presente hacia el futuro, y así quitarle a este lo incierto. El futurismo se pregunta, ¿cómo serán los automóviles en 100 años?, en lugar de preguntarse si siquiera debería haber automóviles para entonces.

Pensar utópicamente, por otra parte, implica aumentar tus capacidades mediante aumentar tu imaginación. Bookchin aceptó el reto del mayo francés, “seamos realistas, hagamos lo imposible”. Lo extiende: si no hacemos lo imposible, viviremos lo impensable, que significa ni más ni menos que la destrucción del planeta en el que existimos.

Las implicaciones de todo esto llevan a imaginar formas de vida que trascienden el sistema moderno-colonial. Esto ocurre mediante imaginar un mundo donde no existen ya las jerarquías de raza, clase, género o discapacidad. Construye narrativas anti-autoritarias, y explicita la necesidad de liberarse de los modelos económicos y estatales actuales para materializar lo imaginado.

El solarpunk es político pero más que nada artístico

¡No debemos subestimar la capacidad del arte de hackear la vida y el sistema! Se ha dicho que la consecuencia eventual del solarpunk sería ir más allá de entenderse como pura estética, y comenzar a construir el mundo futuro en las entrañas del viejo. Estoy de acuerdo, pero no de la forma en que muchas personas que proponen eso esperarían.

Muchxs solarpunk se involucran en la permacultura y en actividades de apoyo mutuo, lo cual es genial, pero sería también interesante ver cómo la construcción de narrativas se vería afectada por poner en práctica la creación colectiva que un arte popular y no jerárquico llegase a incitar.

Las ilustraciones, música, arquitectura, cuentos y películas no deberían subestimarse, y aunque la predominancia estética en el solarpunk podrá cambiar o no con el tiempo, eso no define su importancia.

La capacidad política alrededor de contar historias es grande, ¡y aún más cuando estas narraciones hacen comprensible una armonía entre la tecnología, la naturaleza, nuestro ego, y nuestro sentido de comunidad! No sólo en fondo sino en forma, porque como habrá notado cualquiera que haya hecho arte en algún momento (cumpliendo o no los elitistas estándares académicos), el proceso artístico brinca entre la comunicación y el desapego; el huir para entenderte, y luego de un tiempo… regresar a tu comunidad para entenderte un poco más.

Dialogar con estas circunstancias, aceptar las paradojas, termina siendo un proceso que puede llegar a sanar el trauma del capitalismo.

El arte crea posibilidades de existencia. Es una forma imprescindible en que la imaginación política se siembra y brota. Por ello es necesario aceptar al solarpunk como partícipe activo en el ecologismo, la política del cuidado, la ternura radical y los procesos de deliberación más importantes. Es terapéutico y político a la vez.

Solarpunk en México y Latinoamérica

Si bien adaptar todo esto al contexto mexicano tendrá sus particularidades, también aplica para territorios similares que hayan experimentado procesos de colonización extractivista.

México se encuentra ante una situación compleja. Diariamente sufre las consecuencias de la crisis climática de manera muy marcada, con complicaciones que aparecen más rápido que en el resto del planeta. Su política institucional no puede solucionarlo pues está atada de pies y brazos a intereses neoliberales, y formas de pensar arcaicas.

Simultáneamente este territorio es casa de proyectos políticos autónomos y comunalistas, admirados internacionalmente y con alto grado de experiencia comunitaria. En otras palabras, regiones de México ya forman parte de ese pretendido “construir el mundo futuro en las entrañas del viejo”.

Mirar a los lados es mucho más fácil cuando te encuentras acompañadx de gente que cree en tus principios y buscan objetivos similares a ti en distintas ramas de la vida pública, y así como la ficción distópica se inspiraba en su contexto más inmediato, el futuro solarpunk mexicano lo puede hacer del suyo.

Imaginemos un México que no solo no tiene sequías, sino que tiene abundancia. Donde Chihuahua en lugar de apagar incendios, organiza programas agroecológicos que le dan vida al paisaje. Donde Ciudad de México permitió que los ríos entubados regresaran a su superficie, y ahora la gente los sabe esenciales para su vida en común.

Bajo eso podemos repensar la creación de bienes comunes, y economías post-escasez donde la información se comparte y los recursos se reutilizan. Quisiera yo un México donde las infancias aprenden de la misma vecindad como recomponer máquinas descompuestas, e incluso mejorarlas o convertirlas en otra cosa totalmente distinta tal como lo hacían lxs inventores del siglo XIX. No sé ustedes, pero reemplazar la tecnología por “tequiología”, tal como propuso Yásnaya Aguilar, me parece bastante solarpunk.

En el Solarpunk, las formas actuales de pensar el trabajo, el aprendizaje, el buen vivir y la tecnología, se diluirían en relaciones de igualdad entre el ecosistema y la vida diaria. El humanismo moderno sería desenmascarado como racismo, tal como siempre fue, e iniciarían los tiempos del biocentrismo más alegre. Al menos a mí, definitivamente, me ha hecho sentir más alegre. Me ha hecho creer más no solo en el futuro, sino en la gente.