Se tambalea el montaje de Temer en Brasil

18 de Diciembre de 2024

Se tambalea el montaje de Temer en Brasil

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La estabilidad política de Brasil fue arruinada por la remoción de su presidenta

Misma tijera. Temer saluda al senador Neves tras la ceremonia de su toma de posesión en Brasilia.

›La remoción de Michel Temer parece inevitable: sus aliados clave comienzan a abandonarlo; las estrellas de los medios de comunicación que lo instalaron, ahora lo destrozan y en todas partes la discusión se centra en el método para reemplazarlo.

Cuando Michel Temer fue instalado como presidente hace menos de un año tras el proceso de destitución de la presidenta electa Dilma Rousseff, la principal justificación ofrecida por los medios de comunicación brasileños fue que llevaría estabilidad y unidad a un país acosado por la crisis política y económica. Desde el principio ha ocurrido todo lo contrario: Temer y sus aliados más cercanos han sido recipientes de mucha más corrupción, controversia, inestabilidad y vergüenza que cualquiera que los haya precedido. Sus calificaciones de aprobación han colapsado a un solo dígito.

Pero la reciente aparición de pruebas que muestran cuán sucio y corrupto es Temer hace que la situación sea totalmente insostenible. Filtraciones de la investigación por corrupción revelan que Temer fue captado en video en marzo pasado, apoyando el pago continuo de sobornos por parte de un ejecutivo para comprar el silencio de Eduardo Cunha, quien presidió la impugnación y destitución de Dilma, y quien pertenece al partido de Temer. Temer ya había enfrentado acusaciones de tener una profunda participación en sobornos y contribuciones ilegales, pero éstas podrían haber sido ignoradas porque, a diferencia de ahora, no existían pruebas contundentes.

›Mientras tanto, el contendiente de Dilma en la campaña presidencial de 2014, el senador conservador Aécio Neves (quien aparece en la foto con Temer durante la inauguración del gobierno de este último), fue captado en video solicitando dos millones de reales a un empresario. Neves fue removido de su asiento por un fallo de la Corte Suprema, su oficina fue allanada y ahora enfrenta el encarcelamiento.

La hermana de Aécio fue ingresada a prisión como parte de la investigación de corrupción. En resumen, las dos figuras clave que impulsaron la destitución de Dilma fueron desmentidas, con evidencia documental —grabaciones de audio, videos y chats en línea— que pronto verán, escucharán y leerán todos los brasileños. Ése es el tipo de evidencia que los medios corporativos —notoriamente sesgados— de Brasil buscaron con futilidad durante años contra Dilma y que ahora fue descubierta justo en contra de las dos figuras clave que impulsaron su impugnación, uno de los cuales se instaló como presidente.

Decir que esta situación —la presidencia actual de Temer— es insostenible es un eufemismo. ¿Cómo es posible que un país importante sea gobernado por alguien que todo el mundo sabe alentó el pago de sobornos para mantener silenciados a testigos clave en una investigación de corrupción? La única justificación de la presidencia de Temer —que traería estabilidad y enviaría una señal a los mercados de que Brasil estaba abierto a los negocios— acaba de colapsar y no queda de ella más que un montón de humillación.

La remoción de Temer parece inevitable. Aunque se niegue momentáneamente a renunciar, sus aliados clave comienzan a abandonarlo. Las estrellas de los medios de comunicación que lo instalaron lo están destrozando. Hay discusión abierta en todas partes sobre los mecanismos que serán usados para removerlo y reemplazarlo.

Incluso para las mediocres figuras de influencia de Brasilia, ser captado en video participando directamente en un delito flagrante es una descalificación: no permanecer en la Cámara o en el Senado, sino servir como el rostro simbólico del país ante el mundo y, lo que es más importante, a los mercados de capital. Lo nuevo no es que Temer sea corrupto: todo el mundo lo sabía, incluso los que lo instalaron. Lo nuevo es que la evidencia es ahora demasiado vergonzosa —sabotea suficientemente su proyecto— como para permitirle mantenerse en el poder.

Ésta siempre fue la ironía imperante en el corazón de la acusación en contra de Dilma. Como señalamos repetidamente quienes defendíamos el enjuiciamiento, la destitución del presidente elegido democráticamente en nombre de la lucha contra la criminalidad era una farsa precisamente porque su expulsión elevaría y potenciaría a las facciones más corruptas, a los criminales y bandidos más oscuros, y les permitiría gobernar el país sin haber ganado una elección.

El empoderamiento de las facciones más corruptas del país fue un objetivo clave del proceso de destitución de Dilma. Como lo demuestra otra grabación secreta —una revelada el año pasado que capturó la conspiración del principal aliado de Temer, Romero Jucá— el objetivo real de la destitución era permitir a los políticos más amenazados por los procesos penales usar su poder político recién arrebatado para matar las investigaciones en curso (“detener el sangrado”) y así protegerse de la responsabilidad y del castigo. El empoderamiento de los políticos más corruptos de la nación fue una característica clave, no un error, de la acusación contra Dilma.

Desilusión.

La estabilidad política de Brasil fue arruinada por la remoción de su presidenta, aunque la exposición de su sucesor exacerba la tragedia.

La pregunta clave de hoy es la misma de entonces: ¿Qué sigue? Aquellos que criticamos repetidamente la impugnación de Dilma insistimos que sólo nuevas elecciones —por las cuales la ciudadanía, y no la banda de criminales en los pasillos del poder— podrían proteger a la democracia brasileña. La peor opción fue permitir que la corrupta línea de sucesión de Brasilia llegara al poder y luego eligiera a sus propios sucesores. Eso aseguraría que la criminalidad política se atrinchera aún más.

Lo que las élites brasileñas temen y odian más es la democracia. Lo último que querían era permitir que la población brasileña eligiera a sus propios líderes. Por lo tanto, le impusieron una mediocridad corrupta y odiada —que nunca habría sido elegida en condiciones normales, y que de hecho ahora tiene prohibido postularse para cualquier cargo público debido a violaciones a las leyes electorales— y fue tenía el encargo de imponer una agenda en contra de los intereses del país.

Los medios de comunicación de élite y la clase política de Brasil están tramando la misma estafa. Muchos sugieren que el reemplazo de Temer debe ser elegido no por el pueblo brasileño sino por su Congreso: El problema es que una tercera parte de ellos es objeto de investigaciones criminales formales y la mayoría pertenece a partidos plagados de corrupción.

Como vimos con la imposición de Temer, permitir que las instituciones corruptas elijan a los líderes de un país es la antítesis de las cruzadas de la democracia y la anticorrupción, algo que garantiza la reincidencia de la criminalidad y la corrupción. El único debate debe ser si las elecciones directas deben incluir no sólo al sucesor de Temer, sino también a un nuevo Congreso.

La democracia de Brasil, junto con su estabilidad política, ya ha sido arruinada por la traumática remoción de la persona que fue elegida para dirigir el país. Que su sucesor haya sido expuesto como un criminal exacerba la tragedia.

Aun así, no es exagerado decir que permitir que las mismas facciones corruptas elijan a uno de los suyos para reemplazar a Temer —negando una vez más el derecho del pueblo a elegir a su presidente e imponiendo en su lugar a un líder surgido de los recintos más despreciables del caño de Brasilia — sería un golpe mortal.

Traducción Carlos Morales