@elsalonrojo
¡Atención! El siguiente texto contiene spoilers.
Al final de Toy Story 3 —el emotivo cierre de una de las sagas cinematográficas más importantes en la historia del cine— Woody y sus amigos deciden quedarse con Bonnie, la pequeña niña a la que Andy le ha regalado sus juguetes de la infancia.
Es el conflicto que define la saga entera: la lealtad cuasi religiosa de Woody (Tom Hanks) hacia Andy. Sin el niño, el juguete no tiene razón de existir, pero afortunadamente hay un nuevo dios en el horizonte y se llama Bonnie.
Para la cuarta entrega de esta historia, esas ideas y decisiones se ponen en duda. La sorpresa es que, por primera vez en este universo, la individualidad gana y los dioses pierden: el juguete más importante del grupo le dará la espalda a la humana que le da razón de ser para mejor irse a vivir su propia vida.
El sentimiento que provoca Toy Story 4 —ópera prima de Josh Cooley— es ambivalente. Por un lado, estamos ante una secuela que no parece tener mayor razón de existir que el dinero, pero por otro lado resulta irresistible el conflicto existencial que plantea la inesperada estrella del show, Forky (Tony Hale), un “juguete” hecho por Bonnie a partir de un tenedor desechable, palitas de madera y brazos de alambre.
La historia se repite. “¡Eres un juguete!”, grita Woody, pero ya no a su compadre Buzz Lightyear (Tim Allen), sino a Forky, quien no entiende por qué ahora tiene vida. La respuesta del muñequito es demoledora: “Ustedes al final también serán basura, como yo”. Forky cimbra la estructura de todo Toy Story: la fidelidad a Andy (o a Bonnie) es inútil, al final todos seremos basura. El concepto de “juguete” queda en entredicho cuando el mejor amigo de Bonnie es hoy un tenedor desechable.
El poderoso argumento le queda grande a una película que no sabe mostrar de forma efectiva el gran conflicto en ciernes: cambian al vuelo personajes (Bo Peep pasa de ser tierna pastorcita a guerrera improbable), desdibujan completamente la amistad entre Buzz y Woody (de hecho, Buzz casi no tiene líneas) y sólo atinan a conservar el humor, recurriendo a nuevos personajes.
Toy Story 4 es una película que desafía a la saga. La individualidad por primera vez le gana al pensamiento de la colmena. Hay muchas ideas interesantes, pero no se muestran de una manera novedosa, entrañable o emocionante, al menos no como en las pasadas entregas. Es un cierre amargo que en el mejor de los casos debe leerse como un giro en la filosofía de Pixar.