Para su más reciente película —Palma de Oro en Cannes 2017— el ya consolidado autor sueco Ruben Östlund regresa a un tema abordado en su cinta anterior, Force Majeure (2014), donde exhibía, casi con sorna, la hipocresía e irresponsabilidad masculina, proyectando esta vez en forma de punzante farsa una crítica que incluso alcanza a la propia sociedad noruega, así como a un grupo específico: el arrogante mundillo del arte contemporáneo.
En The Square, Christian (soberbio Claes Bang) es el egocéntrico curador de un importante museo de arte contemporáneo. Camino a su trabajo, una mujer grita por ayuda; dudoso, él y otro extraño deciden proteger a la chica de su violento novio. Ellos ganan, salvan a la chica y la adrenalina del momento es tal que Christian se siente poderoso como nunca. Pronto se dará cuenta de la verdadera naturaleza de ese episodio y es cuando comenzará la deconstrucción de este personaje donde el director corta con bisturí para exponer las filias, fobias y, en general, la ignorante arrogancia, así como la masculinidad ridícula de este individuo que opera desde una frivolidad apabullante.
Construída a partir de episodios, Östlund pone a su protagonista en diferentes situaciones límite en las que reluce su verdadera naturaleza. Este hombre es un gran tonto que no sabe detentar el poder, torpe en el ligue y que no muestra el mayor interés por el arte. Christian delega sus responsabilidades en colaboradores de poca monta, que a su vez proponen “novedosas” campañas digitales, el uso de influencers y demás tácticas millennial de difusión para promover una nueva instalación: The Square, un rectángulo de luz neón blanca montado en el piso a la entrada del museo y cuyo significado versa en que aquel que se pose en sus límites deberá mostrarse solidario con sus semejantes. Aunque los temas remiten al Haneke más clásico (ese continuo shock a la clase media alta), lo que hace de este filme algo singular es el humor. Algunos chistes son chocantes por obvios (los indigentes que piden dinero en las calles, a pasos del Square) y otros son francamente logrados, como aquel episodio en la cama con Elisabeth Moss o la gala donde, en forma de arriesgado experimento, un actor se hace pasar por primate e incomoda a todos los comensales, entre ellos inversionistas entacuchados con champagne en mano. Östlund no critica al arte per se, se burla del mundo superficial que le rodea, donde importan más los cocteles y las fiestas que la obra en sí. Vamos, jamás pensé que el mundillo del arte se pareciera tanto al gremio que cubre cine.
@elsalonrojo