Con Sully, Clint Eastwood tenía un arma de dos filos: una historia extraordinaria pero desprovista del factor sorpresa. Y es que el mundo entero sabe que en el aterrizaje forzoso ocurrido en enero de 2009 sobre el río Hudson de Nueva York, todos los pasajeros salieron ilesos, haciendo del osado piloto de la nave, el capitán “Sully” Sullenberger, un héroe instantáneo.
¿Cómo hacer una película donde todos saben el final y cuando el accidente se resolvió en apenas 20 minutos?
Afortunadamente, el capitán al mando de esta película es también un hombre experimentado. Eastwood logra ponernos en la primera fila de aquel avión mediante su representación efectiva y emocional sobre el llamado “milagro del Hudson”. Al frente, por supuesto, está la actuación sin tacha alguna de un Tom Hanks entrañable y empático (segura nominación al Oscar) en su retrato de un Sullenberg con síndrome post traumático al que la sombra del 9/11 lo persigue como pesadilla recurrente.
El heroísmo es el gran tema en el cine de Eastwood, ya sea como pistolero del viejo oeste, como detective que no sigue las reglas, como entrenador de una campeona improbable o como huraño anciano que no quiere que le pisen su césped.
Pero a Eastwood no le gustan los héroes de papel, lo suyo es el hombre que entra en conflicto con sus propias decisiones, que duda si la mejor opción será apretar el gatillo una vez más. No resulta extraño entonces que Clint se decidiera por esta historia: he aquí el relato de un hombre que salvó a los 155 pasajeros de un avión y que sin embargo es cuestionado por las autoridades aeronáuticas sobre si sus decisiones fueron las correctas.
En el fondo está el homenaje a una Nueva York de capa caída, aún con la ominosa sombra del 9/11 en la espalda. Una ciudad a la que el corazón se le detuvo por unos segundos al ver, de nueva cuenta, un avión sobrevolando a poca altura rasgando los rascacielos. La decisión de un hombre y el oportuno actuar de los equipos de rescate (todos ellos interpretados por los mismos hombres y mujeres que ayudaron aquel día) convirtieron una segura tragedia en oxígeno para una ciudad -y una nación- tan ávida en aquel entonces, como hoy, de buenas noticias.