Moana: Princesa sin corona

23 de Noviembre de 2024

Moana: Princesa sin corona

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SALÓN ROJO | La columna de Alejandro Alemán

Alejandro Alemán

Moana —la reciente adición al imaginario Disney— parece una película revolucionaria: he aquí una princesa morena, originaria de una isla polinesia con una agenda ecologista, hija del jefe máximo del lugar, pero que a pesar de ello grita a los cuatro vientos “¡no soy una princesa!” Se trata de una especie de reversión al clásico de John Wayne, True Grit (Hathaway, 1969), en la que una chica valiente y testaruda busca a un viejo pistolero ya retirado (Wayne) para pedirle un último trabajo.

Moana buscará al semidiós Maui (voz del antes luchador y hoy actor, Dwayne Johnson, aka The Rock), personaje que termina robándose absolutamente la película. Más allá de sus virtudes (que a la larga parecen ya parte del recetario feminista del nuevo Disney), Moana asemeja más a un Grandes Éxitos, recurriendo a las viejas fórmulas de su etapa menos progresista y si más efectista. Juzgue usted: el intro musical de rigor, el padre rígido y sobreprotector (La Sirenita), la responsabilidad no deseada (El rey León), el objeto inerte que cobra vida y ayuda al héroe (Aladino), y por supuesto, canciones. Muchas canciones. Demasiadas, tantas que hasta los mismos personajes se burlan de ello.

La razón es obvia: la silla de director está compartida por cuatro guionistas vueltos directores (Ron Clements, Don Hall, John Musker y Chris Williams), encargados a finales de los ochenta y noventa de sacar del marasmo a Disney, lográndolo con piezas como La Sirenita (1989), Aladino (1992) y Hércules (1997). Estos veteranos entregan un filme que dista mucho de ser original y resulta complaciente con fórmulas gastadas, con canciones que no se quedan en la memoria y cuyo mejor momento es robado de otra cinta: aquella escena de los cocos no es sino un refrito/referencia a Mad Max: Fury Road (2015).

A diferencia de piezas recientes mucho más propositivas (Zootopia, que a medio camino se convierte en film noir), Moana peca de convencional, al grado que lo más interesante no es la película, sino el corto animado que la precede. Ese sí que es una genialidad... y sin canciones. Ingeniero, locutor y crítico de cine con más de 10 años de experiencia profesional.