@elsalonrojo
Es un hecho bien conocido que al final de la carrera de Michael Jackson las acusaciones sobre abuso de menores fueron una constante que ensombreció su propia leyenda. Michael es un fenómeno pop que sigue vigente en el inconsciente colectivo.
Pero una cosa es suponerlo y otra muy diferente es ver cómo dos de sus víctimas, Wade Robson y James Safechuck, narran a cuadro, con lujo de detalle clínico, el acoso y abuso sexual sistemático que sufrieron por parte de Michael Jackson cuando ambos eran niños, con un común denominador: su absoluta admiración por el intérprete de Indiana.
De eso va Leaving Neverland, el más reciente documental dividido en dos partes (cuatro horas en total), exclusivo de HBO y dirigido por el inglés Dan Reed, cuyos documentales previos ya exploraban el tema de la pedofilia, aunque nunca de una forma tan directa, cruda y perturbadora.
Robson conoce al Rey del Pop cuando gana un concurso infantil de baile. Jackson queda fascinado por sus habilidades y lo invita a participar en la gira donde pasan mucho tiempo juntos, encerrados en lujosas habitaciones de hotel para luego hacer escala en Neverland, la fastuosa mansión de Jackson que incluía un parque de diversiones y zoológico privados.
La historia de Safechuck con Jackson es muy similar: un niño actor, protagonista de un famoso comercial de Pepsi que desarrolló amistad, confianza, acompañamiento en la gira y también el paso por Neverland.
En ambos casos, los ahora adultos refieren el mismo comportamiento de Michael: caricias, besos, tocamientos, sexo oral y el conteo de las decenas de rincones de Neverland donde el cantante tenía sexo con los menores, siempre cuidándose de que nadie los viera o de lo contrario “sería el fin de la vida”.
Más allá del impacto que pueda generar el relato de estas víctimas, lo que termina por pasmar al público es la displicencia de los padres, particularmente de la madre de Safechuck, quien, también a cuadro, recuerda con una sonrisa todo ese periodo en el que ella y su esposo viajaron a todo lujo, obviando la evidencia de que algo raro había en la relación de su hijo con el cantante.
Leaving Neverland no trasciende como documento fílmico, pero sí como denuncia, mostrando no sólo mecanismos de acoso y de poder, sino un conjunto de personas intoxicadas en sus propias fantasías: el fanatismo infantil por un cantante, el espejismo del glamur y opulencia que experimentaron los padres, así como la destrucción sistemática de la infancia de dos niños por parte de un hombre cuya infancia misma había sido anulada en pos de una carrera llena de éxitos y riqueza.