En algún momento de The Last Jedi, la octava entrega de la saga iniciada hace 40 años por George Lucas, el androide R2D2 intenta convencer al hoy refunfuñante ermitaño (otrora animoso) Luke Skywalker (Mark Hamill) para que se deje de cosas y salga al rescate de su hermana, Leia Organa (Carrie Fisher), quien junto a un puñado de rebeldes resiste el furioso ataque de Kylo Ren (Adam Driver). R2D2 recurre a la nostalgia vil, desplegando el holograma de Leia pidiendo ayuda a Obi-Wan Kenobi. Luke responde: “Esos son trucos sucios”. El (¿último?) Jedi tiene razón. En un despliegue de sinceridad, el director y guionista de este capítulo pareciera confesar que, antes de un buen diseño de personajes, una historia interesante o el oficio narrativo, Johnson tiene una bolsa llena de trucos sucios y no dudará en usarlos. Es innegable que Johnson tiene un entendimiento visual superior al de sus predecesores (Lucas, Abrams, Marquand). Los encuadres, el uso del close up, y la calculada edición resultan en secuencias cuyo brío es indudable (aquel asalto de esa solitaria X-Wing, la batalla kamikaze del final). Queda claro que el cineasta sabe qué botones apretar para generar emoción instantánea. El contexto es desechable, esas secuencias se podrían ver una y otra vez y su efectividad no cambia. Son de las mejores secuencias que se han filmado en toda la saga. Pero, cuando se trata de narrar una historia, el guionista Rian Johnson despliega torpeza a mares: personajes inútiles, subtramas truncas, diálogos cansinos, nulo subtexto y frases llegadoras diseñadas para que los advenedizos confundan cursilería con profundidad. The Last Jedi se erige como un producto más de la tercera ola nerd*. Si en las dos primeras (Spielberg, Lucas, Abrams, Wright, Tarantino) el flujo autoral y el entendimiento didáctico del cine permeaban en casi todas sus obras, esta tercera ola (con la fuerza millonaria del cine de superhéroes a sus espaldas) desecha al autor y al cine, privilegiando diversión y emoción sobre todas las cosas. “Deja de quejarte y diviértete”. Es la sentencia del nuevo círculo de nerds empoderados que prefieren emoción/diversión a costa de narrativa, actuaciones o trama. No es aversión al cambio, sino al cine irregular, a la estructura endeble y guiones flojos. Lo siento, pero el viejito que esto escribe aún prefiere una historia bien contada, personajes que importen y algo de cine. Si esto es el futuro, aquí me bajo. Adiós Star Wars, no te voy a extrañar. *El término es acuñado por el crítico de cine Mauricio González Lara.