Widows, el cuarto largometraje del oscareado Steve McQueen (Hunger, Shame, 12 Years a Slave) inicia con un apasionado beso entre Verónica (Viola Davis) y Harry (Liam Neeson). En un primer plano cenital, la siempre dinámica cámara de Sean Bobbitt (cinefotógrafo de cabecera de McQueen) nos muestra a esta pareja en la cama. Cada beso que se arrojan es casi un golpe, un trueno, una declaración de amor que abruptamente corta (genial edición de Jael Walker) hacia la escena de un robo.
Le bastan esos segundos a McQueen, a Viola, a Neeson, para convencernos que Verónica y Harry están profunda, enardecida, dura y dulcemente enamorados.
Harry es un ladrón y junto con su equipo de cómplices da un nuevo golpe, pero algo sale terriblemente mal. Sin más preámbulo vemos cómo Verónica entierra los restos irreconocibles de Harry, quien reaparece en su memoria cual fantasma mientras ella, inconsolable, escucha una canción de Nina Simone.
Luego viene el chantaje. Un político en campaña amenaza a Verónica: resulta que su esposo les robó el dinero. Tiene un mes para reponerlo. Verónica propone un plan a las viudas del grupo de ladrones que lideraba su marido: darán un golpe que aquel tenía planeado y nunca ejecutó. Están obligadas por la amenaza de los políticos, pero en el fondo, esto es casi un homenaje al hombre con el cual aún sueña despierta.
Basada en una famosa miniserie británica homónima, y con un guion escrito por el director y la escritora Gillian Flynn (Gone Girl, Sharp Objects), McQueen dirige con enorme soltura e ímpetu esta mitad heist movie, mitad manifiesto feminista, el cual ha sido tachado de ser “su proyecto más comercial”. No entiendo a qué se refieren, ¿si tiene explosiones y persecuciones de auto entonces la película se convierte en cine “comercial”?
Esta, como el resto de sus cintas, narra el infierno personal de hombres y mujeres que son esclavos de sus pasiones: la ira, la lujuria, el hambre, o en este caso el dolor que causan el luto y la pérdida. Nadie en el universo de McQueen está libre de culpa: no lo está Verónica a pesar de su terrible dolor (se adivina la corrupción en la que está metida), no lo están los dos políticos que mienten a manos llenas, ni tampoco las cómplices de Verónica (ya denle otro Oscar a Viola), Alice y Linda.
Pero McQueen no juzga a sus personajes, al contrario, los deja debatirse en su propia inmundicia porque sabe que, debajo de toda podredumbre, siempre quedan resquicios de grandeza, de luz, de besos que resuenan cual luminosos truenos en la noche.