En noviembre de 1974, la escritora Agatha Christie (entonces de 85 años de edad) acudió a la premiere de Murder on the Orient Express, cinta dirigida por Sidney Lumet, basada en la novela homónima de la afamada novelista. Luego de aquella función, Christie declaró que aquella era la única película basada en sus novelas que realmente le había gustado.
El Murder in the Orient Express de Lumet era un tanque poblado de estrellas: Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Sean Connery, Vanessa Redgrave y en el papel del extravagante detective Hercule Poirot un Albert Finney que se llevó los mejores elogios de la escritora. La cinta le valió su tercer Oscar a Ingrid Bergman, quien gracias a una escena de interrogatorio filmada en plano secuencia terminó por arrebatar aquella estatuilla.
Contra esto se enfrenta el director y actor Kenneth Branagh quien, cuarenta años después, se embarca en la aventura de hacer un remake de aquella cinta. La historia no cambia: se ha cometido un asesinato a bordo del lujoso Orient Express, afortunadamente uno de los pasajeros es el mejor detective del mundo, Hercule Poirot, quien decide tomar el caso y descubrir al asesino entre los pasajeros de aquel tren.
Branagh no escatima en estrellas, clásicas y emergentes, en un reparto que incluye a Michelle Pfeiffer, Judi Dench, Daisy Ridley, Penélope Cruz, Willem Dafoe, Johnny Depp y el propio Branagh como el infalible Poirot.
Esta versión presume una cinematografía mucho más llamativa que la del 74: varios planos secuencia, tomas cenitales y en general una cámara siempre lucidora (a manos del chipriota Haris Zambarloukos) que logra resolver el entuerto de filmar en espacios cerrados y llenos de actores.
Más allá de los avances técnicos, la gran diferencia está en el protagónico. Mientras que el Poirot de Finney se muestra fascinado con resolver el caso (lanza sendas carcajadas cuando descubre alguno que otro truco del asesino), el de Branagh (con prominente y llamativo bigote, como lo describía Christie en sus textos) pierde poco a poco el gozo por la cacería para terminar enfrascado en un dilema moral que el personaje de Finney no tenía, al contrario, terminaba feliz de haber resuelto tan peculiar caso.
Lo que sí conservan ambas cintas es una falta de emociones desbordadas. Quien busque aquí un thriller saldrá decepcionado. Esto es una cinta de método, lo interesante es el estilo que despliega. Y en ese terreno no hay forma de ganarle a Lumet, a Bacall, a Bergman. Todos ellos destilan un estilo que Branagh jamás podrá emular.
@elsalonrojo