Desde el inicio del presente año han aparecido comentarios, análisis y estudios de organismos internacionales que señalan que será un año difícil y que la recuperación económica será muy diferente para los países desarrollados, en comparación con el resto del mundo, siendo éstos los más afectados.
Según el Fondo Monetario Internacional, la variante Ómicron seguirá afectando al primer cuatrimestre de este año y quizá se reducirá en el segundo. Como consecuencia de ello, se prevé un crecimiento de la economía global de 4.4%, básicamente a la reducción, en las perspectivas de las dos grandes economías mundiales: Estados Unidos y China, por lo que la política fiscal deberá seguir siendo prioritaria para el sector salud, así como las transferencias monetarias a los más pobres. Por otro lado, la revista The Economist menciona que, a raíz de la pandemia, las muertes en exceso en nuestro país son cercanas a 600 mil, es decir, proporcionalmente mayores a las de Estados Unidos y Brasil. Asimismo, critica lo poco que gastó nuestro gobierno en su atención, que fue de tan solo 0.65% del Producto Interno Bruto, comparado con Chile, que destinó 13%, Brasil donde fue de nueve por ciento o la India, que aplicó cuatro por ciento.
Con estos antecedentes y tomando en cuenta los resultados del crecimiento económico dados a conocer por el Inegi a través del PIB del último trimestre de 2021, varios columnistas y analistas argumentan que estamos en lo que llaman “estanflación”, acrónimo de estancamiento económico y alta inflación. Otros ya han declarado que estamos en recesión.
Yo creo que no se trata de escoger cuál palabra se acerca más a la realidad, sino analizar la realidad misma, la cual nos indica que estamos en uno de los momentos más difíciles para el actual gobierno, quien en los tres años que lleva y considerando los terribles efectos de la pandemia, terminará con un crecimiento económico de los más bajos desde hace varios sexenios.
Podríamos coincidir en que el manejo de los grandes rubros de la economía ha sido catalogado como excelente, es decir, se ha conservado la llamada buena imagen de México y, por supuesto, no hemos tenido que recurrir al FMI, como es el caso de Argentina, para no caer en default económico.
Sin embargo, este manejo, digamos prudente, es también un manejo al más puro estilo neoliberal, y por mantener las cifras macroeconómicas no ha permitido un desarrollo sano de la economía y de los habitantes del país.
Tan es así que, a pesar del crecimiento de las transferencias económicas y programas especiales, los pobres han aumentado en más de tres millones, según los datos del Coneval, sin todavía considerar el año pasado con la terrible inflación que tuvimos de más de siete por ciento.
Los incrementos importantes del salario mínimo fueron consumidos por la inflación del año pasado y la que está ocurriendo éste, y pese a los esfuerzos oficiales no han podido ni podrán controlarla, hasta que no tomen decisiones que rompan con la camisa de fuerza que implica respetar los indicadores tan felicitados por los organismos internacionales.
El país ya no da para más recortes al gasto público y desaparición de organismos. Mientras no se aumente de manera acelerada la inversión pública y la privada, más allá de las promesas, el desempleo crecerá y peligrará el pacto social entre los que no tienen nada, que son la mitad de la población, y los que lo tiene todo.
Para ello, insistimos una vez más en la urgencia de una verdadera reforma fiscal, más allá de cobrarles a los ricos evasores, que está bien, pero se requiere que se obtengan recursos para el crecimiento económico vía la inversión y el empleo formal, porque como sabemos el utilizar deuda para ello está prohibido en el recetario neoliberal.
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