En el último número de la revista The Economist hay dos artículos interesantes sobre China y las posibles repercusiones de la situación que viven en varios sectores de ese país.
Un mundo tan convulsionado como el actual, donde hay guerra no solo entre Rusia y Ucrania, sino también entre Armenia y Azerbaiyán y entre Kirguistán y Tayikistán, nos afecta a todos a pesar de ubicarnos geográficamente lejos, debido a lo interdependientes que nos ha hecho el capitalismo a todos, y de ello no se salva China.
En uno de los artículos se describe la terrible situación que viven literalmente millones de chinos debido al colapso inmobiliario y ante lo cual la confianza del pueblo en sus gobernantes está viéndose reducida.
Por ejemplo, se menciona que entre las ciudades de Luoyang y Zhengzhou, que son 120 km en tren, se ven decenas de torres de apartamentos, unos a medio construir, otros casi terminados y unos pocos terminados pero sin habitar. No hay personal que construya algo hace tiempo, porque han entrado en quiebra o suspensión de pagos las empresas inmobiliarias que por años se enriquecieron gracias al apoyo gubernamental; en algunos casos obteniendo beneficios irregulares las autoridades al vender amplias porciones de tierras.
La situación ha llegado a un nivel insostenible, sobre todo tomando en cuenta que el 70% de la riqueza familiar es con base en los bienes raíces. Al parecer se trata de una situación única en el mundo, llegando a exageraciones como la de un dirigente del partido comunista en la provincia de Hunan que el mes pasado llamaba a comprar departamentos en un video diciendo “ya compraste un tercer departamento, ¿por qué no compras otro?”.
Además, dicho mensaje choca con lo expresado por el dirigente máximo Xi Jinping: “los departamentos y las casas son para vivir en ellos”. Pareciera, como dice la revista, que estamos frente a un esquema Ponzi que ha sido soslayado por el gobierno y ahora no hay recursos para terminar los edificios, tampoco los hay para pagar a los trabajadores y, a la vez, éstos carecen de recursos para liquidar los abonos de sus departamentos comprados.
Otro elemento que ha jugado en contra del desarrollo inmobiliario ha sido la férrea política de cero-Covid que ha enclaustrado a millones de personas en sus casas y esto ha afectado la posibilidad de que se visiten los inmuebles que están en venta, haciendo mayor la crisis.
Esto provocó, por ejemplo, que Evergrande, el mayor desarrollador chino, quebrara en diciembre pasado y que otro que hoy es el número uno en ventas, Country Garden, anunciara que las utilidades del primer semestre de este año se hayan casi reducido en un 100 por ciento.
La solución radica en que el gobierno destine miles de millones de dólares, que los tiene, a apoyar a todos los involucrados para que en algunos años se pueda normalizar la situación, misma que ahora viene aparejada con otro evento de la mayor importancia: la edición 20 del Congreso del Partido Comunista a celebrarse el mes que viene, donde seguramente el presidente y líder máximo Xi logrará eliminar la restricción de edad y se reelegirá por un tercer periodo, pero en momentos difíciles debidos a la situación descrita.
El tema es que una crisis en China el día de hoy sería de graves consecuencias para todo el mundo; ya estamos viendo como sufre Europa las sanciones a Rusia y cualquier convulsión que se dé en la segunda potencia económica del mundo nos afectará a todos.
Es por todo lo anterior que urge definir una política económica que tome en cuenta lo que está ocurriendo en todos lados y que haya visión de largo plazo, porque más allá del Tren Maya y la refinería no sabemos de otros grandes proyectos del gobierno que permitan garantizar algún día un crecimiento económico que reduzca la pobreza y la desigualdad.
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