Me parece que, hasta ahora, el siglo XXI no ha sido tan esperanzador como proyectaba la mayoría de los políticos de las naciones llamadas desarrolladas, con las dudas permanentes de las subdesarrolladas y pobres, que somos la mayoría del mundo.
Hay muchos hechos que lo confirman, pero basta con tres: la crisis financiera de 2008, de cual muchos países no han salido; la pandemia, de la cual tampoco se han librado, y ahora, la criminal invasión rusa a Ucrania que pone de cabeza a casi todo el mundo.
Hoy nos estamos enfrentando, a mi juicio, con una de las mayores crisis del sistema capitalista, lo cual no quiere decir que éste vaya a desaparecer, pero sin duda va a resultar mermado, porque la desigualdad creciente que estamos viviendo en todo el mundo hará que la insultante riqueza de unos cuantos se lleve al traste la vida de millones de seres humanos.
Tan es así que, en la cuna de la riqueza individual, que son nuestros vecinos del norte, hasta el propio presidente Biden se ha dado cuenta, ante el hoyo financiero que significan los recursos extraordinarios que han tenido que dedicar a la pandemia y ahora a la invasión de Rusia en Ucrania.
Según los datos publicados en la prensa, el año pasado, los casi 700 billonarios que hay en Estados Unidos incrementaron su riqueza en un trillón de dólares, pero lo que pagan de impuestos es tan solo el ocho por ciento. Por eso, el presidente Biden ha propuesto el llamado billonaire minimun income tax, mismo que busca que aquellos individuos que tiene al menos 100 millones de dólares paguen una tasa de 20% sobre sus ingresos, tomando en cuenta el incremento de sus activos líquidos, lo cual afectaría al uno por ciento del uno por ciento de todos los que pagan impuestos en ese país.
Sin duda será difícil que se apruebe dicha propuesta, dada la conformación del congreso estadounidense, pero tan sólo presentarla es un avance que creo debería ser seguido en otros países, como el nuestro, en donde a los súperricos no se les ha tocado no con el pétalo de una rosa.
La OCDE ha alcanzado un acuerdo que obligará a las grandes empresas a pagar un impuesto mínimo del 15% en los países donde operan, tomando en cuenta que, según el FMI, el 1% de la población más rica, que tiene 40% de la riqueza, evade el 25% de sus ingresos usando los paraísos fiscales.
Y lo peor es que los países desarrollados están tomando la decisión de que la protección de la biodiversidad debe esperar a mejores momentos, porque lo principal es garantizar la producción alimentaria, que se encuentra seriamente afectada por la guerra y la dependencia de la globalización.
Pocos pudieron pensar que en este mundo interdependiente habría que regresar a formas autárquicas dignas de épocas pasadas, dado el incremento de los precios de las materias primas y la inflación rampante y no controlada en muchas partes del mundo que ataca por igual a países desarrollados y no desarrollados.
Está afectando por igual a todos, desde Estados Unidos y Europa en su conjunto, hasta la gran potencia mundial que es China. Es decir, en la actualidad ningún país se salva de esta crisis que tendrá consecuencias que todavía no se pueden pronosticar.
Estamos ante la disyuntiva de que “todo se vale” para asegurar que el hambre no sea el tema central en muchos países, debido a la inflación causada por la escasez de productos tan básicos como la energía o el maíz y el trigo.
Por eso creo que es el momento para que nuestras autoridades revisen sus programas presupuestales y actúen en consecuencia para lograr el abasto interno de nuestros productos básicos. Y, sin duda, esta revisión debe incluir una reforma fiscal que nos permita contar con más recursos de aquellos que se han beneficiado y aumentado sus patrimonios con la crisis, algunos de los cuales se exhiben en sus yates de manera insultante, paseándose por todo el mundo.
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