Como decía recientemente el título de un artículo en el periódico inglés The Guardian, “Se acabó la fiesta: China toma medidas drásticas contra sus multimillonarios tecnológicos”.
Afirma el economista británico marxista Michael Roberts en la página electrónica “Sin permiso”, que todo empezó desde hace tiempo, cuando en mayo de este año el gobierno chino estableció una zona especial en la provincia de Zhejiang para realizar el proyecto y, en agosto, Xi Jinping anunció formalmente los planes para impulsar dicha “prosperidad común”, cuya base es la represión en contra de los multimillonarios chinos, principalmente los dedicados a los desarrollos tecnológicos.
Como todas las cosas en China llevan su tiempo y hay que hacer historia, cuando estaba Mao la mayoría en China era pobre; llegó Deng Xiaoping con el slogan “hacerse rico es glorioso” y así arribamos a lo que hoy vemos: el surgimiento de un puñado de oligarcas chinos que no tomaron en consideración las otras palabras de Deng, quien mencionó que “el país debía buscar la prosperidad común” y que ahora Xi Jinping retoma como fundamento.
Y lo reasume ante el aumento de los escándalos y las cada día mayores diferencias entre los pobres y los ricos, lo cual ha sido permitido por algunas autoridades que también se enriquecieron. Incluso mencionan que desde el 2015 el líder chino había advertido al politburó del Partido Comunista que leyeran al francés Piketty, quien decía que el capitalismo desenfrenado acelera la desigualdad, y esto es lo que ha ocurrido.
La pandemia ha sido el motivo central para este cambio, que a mi juicio es radical, en el comportamiento del gobierno con respecto a la iniciativa privada. Algunos datos lo demuestran, como que la proporción de la riqueza de los oligarcas chinos se duplicó del siete al 15 por ciento del PIB en 2019.
Una vez hecho el anuncio no se hicieron esperar las acciones y las respuestas de los involucrados. Por un lado, arrestaron a un secretario general del Partido en la provincia de Hangzhou y, en la misma semana, multaron a una actriz muy popular, Zheng Shuang, con 46 millones de dólares por evasión fiscal.
Al darse cuenta de lo anterior, varios de los grandes multimillonarios y sus empresas reaccionaron. Por ejemplo, la empresa Tencent, dedicada a entretenimiento, videojuegos e inteligencia artificial, la que además ha sido catalogada por el gobierno como opio espiritual, ha dictado tiempo límite para que los adolescentes puedan hacer uso de la aplicación, y se han comprometido a apoyar a las pequeñas empresas creando un fondo de más de seis mil millones de dólares con el fin de lograr la prosperidad común.
El gobierno chino ha comprendido que es imposible permitir tal disparidad en recursos. El mejor ejemplo es el que se menciona del dueño de una compañía denominada Nongfu Spring, cuyo negocio es el agua embotellada y es el hombre más rico de China, superando a los dueños de Alibaba, Tencent o Didi. Su fortuna alcanza la increíble cifra de 72 mil millones de dólares.
El objetivo central de la prosperidad común es, según el gobierno, “regular los ingresos excesivamente altos”. Como apunta Roberts en su artículo, la desigualdad, que la venían reduciendo, según el coeficiente de Gini era de 0.490 en 2018 y lo han bajado a 0.460, parecido al de México que es de 0.450.
Se trata quizá del único país del mundo que tiene la capacidad política y económica de meter al orden al sector privado con reglas muy sencillas y, en caso de no cumplirlas, las consecuencias son también muy sencillas.
La gran incógnita es conocer el inmenso reacomodo que tiene que hacer la sociedad china, en un país de más de mil 400 millones de personas, para ajustarse a esta nueva etapa que, según los planes, les permitirá distribuir de mejor manera la prosperidad que se genere, sin eliminar al sector privado.
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