Desde antes de la pandemia, las señales en el mundo indicaban que los precios de los alimentos al consumidor, entre otros, iban a subir.
Había hechos muy claros como, por ejemplo, el brote de peste porcina en China en 2018, que redujo a la mitad la población de cerdos en dicho país, la cual representaba el 50% de la producción mundial de esta carne.
Los datos económicos son fundamentales para la toma de decisiones, y quienes las toman deben considerar situaciones como la mencionada en el párrafo anterior, para luego no decirse sorprendidos por hechos, digamos, ineludibles.
Esto viene a cuento porque la semana pasada varios comentaristas, demasiados a mi juicio, se mostraron sorprendidos por el aumento en 25 puntos base hizo el Banco de México (Banxico) a la tasa de interés de referencia, pasando a 4.25 porciento.
También el mes pasado, el Inegi anunció que la tasa de inflación de la primera quincena de junio fue de 6.02% en términos anuales, rebasando ampliamente las expectativas del BdeM, que había puesto como meta una inflación del 3% para este año. En función de ese resultado, se determinó la subida de la tasa de referencia, aunque en votación dividida, hecho para muchos de nosotros obvio, pues se están enfrentando dos posiciones antagónicas sobre cómo manejar la economía.
Pero, el principal problema radica en que la inflación, para no variar, va a pegar a los que menos tienen, con todo y el gran aumento del salario mínimo que ha hecho este gobierno y los programas sociales que, con todo y sus defectos, apoyan a gran cantidad de mexicanos, la mayoría de ellos en situación de pobreza.
La dificultad que se viene para el gobierno es ver qué van a hacer cuando la inflación siga durante meses, pues las expectativas mundiales, sobre todo en el precio de los alimentos, marcan incrementos crecientes, no sólo en sus productos, sino también en las tarifas de fletes, marítimos y aéreos, las cuales han aumentado entre dos y hasta tres veces en los últimos 12 meses.
Otro ejemplo claro de lo que comentamos es lo que está pasando con el precio de la tortilla, que es el alimento principal de los mexicanos. El INEGI reportó la semana pasada que su precio tuvo un incremento promedio de casi 12% en la primera mitad de junio, en comparación con la misma fecha del año pasado, cosa que no se veía desde la primera quincena de agosto de hace nueve años.
La variación del precio del alimento que consumen más del 98% de los mexicanos va desde los 12 hasta los 22 pesos.
En la CDMX está alrededor de los 17 pesos y, por supuesto, no hay autoridad que logre controlar que no suba más, como es la expectativa de los tortilleros, en virtud de que la harina de maíz va al alza e, incluso, las máquinas para la elaboración de las tortillas también están aumentando su precio, a raíz de la subida del precio del acero. Es decir, solo vemos incrementos por todos lados.
Volviendo al tema central, estamos frente a dos posiciones con respecto a la inflación: la primera, la tradicional histórica que cree que la única misión del BdeM es controlar la inflación a rajatabla, y la otra, que se está abriendo camino en el propio Banco, que considera que si bien la inflación es un riesgo, es más riesgoso no apostar por una inversión creciente que impulse un desarrollo económico con empleo para todos y genere los recursos suficientes, vía impuestos, para atender los programas sociales.
Si nos quedamos con la política tradicional habrá una crisis de mayores consecuencias, por la falta de recursos del gobierno, por mucho que logren, como están haciendo y bien, que paguen los grandes evasores.
Ojalá y el arribo del nuevo secretario de Hacienda, junto con el nuevo integrante del BdeM, logren cambiar la política económica aplicada hasta la fecha, del más puro estilo neoliberal que tanto odian en Palacio.
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