La semana pasada se celebró una cumbre climática en París, bajo los auspicios del presidente de Francia, Emmanuel Macron, y la primera ministra de Barbados, Mía Mottley. Fueron dos días de reuniones y participaron más de 300 personas, entre ellos, presidentes de naciones, empresarios, ONGs y activistas de todo el mundo. La mayoría de los presidentes participantes fueron de países africanos, y de América Latina estuvieron los de Brasil, Colombia y Cuba.
Por parte de los países responsables de la crisis climática que estamos viviendo estuvieron la secretaria norteamericana del Tesoro, Janet Yellen, y el primer ministro de China, Li Quiang, así como los responsables de los principales organismos multilaterales, empezando por el secretario general de la ONU.
El objetivo central era definir y ponerse de acuerdo en la necesidad de un “Nuevo Pacto Financiero Mundial”, ya que lo existente hoy no sirve para resolver los problemas urgentes que se tienen, reconociendo además que la desigualdad es cada día mayor entre los países desarrollados y el denominado sur global, con una crisis climática que se agudiza día a día, las secuelas de la Pandemia y el conflicto derivado de la invasión rusa a Ucrania.
El secretario general de la ONU, António Guterres, lo expresó claramente al señalar que el sistema financiero internacional está “desfasado, disfuncional e injusto”, por lo que es necesario un nuevo Bretton Woods.
La señora Mottley, siguiendo la línea del secretario general, también dijo cosas muy interesantes, principalmente dos frases que fueron muy reconocidas en la reunión: “la pobreza y el clima no se pueden separar” y “la educación y el clima no se pueden separar”.
Por supuesto no todo fue miel sobre hojuelas, sobre todo cuando se trataron asuntos como la cancelación de la deuda de los países más pobres y no sólo la postergación de su pago, que es la posición de los países y organizaciones supranacionales dueños de las deudas, siendo China el mayor acreedor del mundo.
Como en toda reunión de este tipo, la declaratoria final deja muchas dudas sobre si hubo o no avances, aunque el presidente francés declaró que había habido consenso para llegar a un sistema financiero mundial más eficaz y, sobre todo, más equitativo, aunque reconoció que los resultados de la reunión no generan la obligación de compromisos vinculantes, esto es, como diríamos en México, casi puro rollo.
Tan fue así, que la esperanza que había de fijar un impuesto al sector naviero, que era una de las grandes esperanzas de varias ONGs, dado que se han hecho cálculos de que dicho impuesto podría generar 100 mil millones de dólares anuales y la propuesta estaba fuertemente apoyada por Macron e incluso la señora Yellen había expresado que era “una sugerencia muy constructiva” y que su país la estudiaría, se quedó en el tintero. Al final se supo que ni este país ni China estuvieron de acuerdo, por lo que se trató de otra buena propuesta que no avanza debido a la presión de las dos naciones económicamente más poderosas del planeta.
El documento final, leído en el Palacio de Brongniart, antigua sede de la bolsa en Paris y sede de la reunión (como bien sabemos, a los franceses les gusta el oropel), solo hace llamados al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional para mejorar sus cálculos de riesgos y financiar proyectos en el mundo, con moneda local para reducir el costo de los préstamos que están ahogando a decenas de países.
Para no variar, en nuestro país hubo poca difusión de esa cumbre y, además, no sabemos si algún representante mexicano participó y dijo algo. Mal que bien es un asunto que nos afecta a todos.
Quizás quien expresó mejor la necesidad de cambiar el engranaje económico mundial fue el presidente Lula, al decir: “Los que son ricos seguirán siendo ricos. Los que son pobres seguirán siendo pobres. Así son las cosas”.