Mucho se ha escrito sobre el XX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, celebrado la semana pasada con la asistencia de más de 2000 delegados, en donde se confirmó sin la menor duda a Xi Jinping como el gran líder que acumula los cargos de secretario general del Partido (por tercera vez), presidente de la Comisión Militar Central de China y jefe de Estado.
Pero nada de lo que ocurre en ese país es producto de la improvisación. El imperio lleva cientos de años haciendo política, lo que le ha llevado a ser hoy la principal o segunda potencia del mundo ante el declive del otro imperio, Estados Unidos.
Vale la pena recordar la propia historia de Xi. Hijo de uno de los fundadores del Partido Comunista, Xi Zhongxun, represaliado por Mao y encarcelado, lo que provocó que a los 15 años Xi fuera mandado a una provincia alejada para ser “reeducado” haciendo trabajos pesados para su edad.
No obstante, poco a poco fue avanzando en la estructura del partido hasta llegar a lo que es hoy: un líder que puede sobrepasar a Mao y convertirse, si así lo desea, en dirigente vitalicio.
Como decimos líneas arriba, nada de lo que ocurre es sorpresa y el mejor ejemplo es lo qué pasó con su antecesor Hu Jintao, a quien sacaron de la reunión y filmaron, digamos, oportunamente por la prensa extranjera para ser visto en todo el mundo, excepto en China.
El objetivo, según analistas, es borrar del mapa las acciones de Deng Xiaoping y su política de desarrollo económico con particularidades chinas, que permitió dar un cambio sustancial y convertirla en una gran potencia.
Como bien ha apuntado el antiguo primer ministro de Australia y experto en cuestiones chinas, Kevin Rudd, Xi tiene una visión del mundo que se concentra en “la política hacia la izquierda leninista, la economía hacia la izquierda marxista y la política exterior hacia la derecha nacionalista”.
Como señala Xulio Ríos en el periódico español EL PAÍS, el “xiismo” tiene como objetivo fundamental acabar con el desarrollo desequilibrado de las últimas décadas que, como hemos visto, ha generado toda una clase de acaudalados; es el país donde más crecen los millonarios, que seguramente ahora serán el objetivo a controlar.
Primero acabó con la élite de los cercanos a Jiang Zemin, quien fuera presidente, ahora tiene 96 años y no asistió al Congreso. Los nuevos miembros del aparato central del partido son todos leales, deshaciéndose del primer ministro Le Kequian, a quien sí se le aplicó la norma de renunciar al haber cumplido dos mandatos.
Ante el declive de los Estados Unidos y la crisis de los países europeos cada día en mayor tensión con China por su supuesto apoyo a Rusia en la invasión a Ucrania, en palabras de Charles Michel, presidente del Consejo Europeo: “no podemos ser ingenuos con China pero tampoco podemos estar en una lógica de confrontación sistemática”, es decir, no podemos pelearnos con los chinos por lo que hoy representan, sobre todo en materia económica, con su principal objetivo de la famosa ruta de la seda.
Seguramente se va a privilegiar la política y dentro de ella la ideología, por lo que China se cerrará para consolidar su poder. Habrá que ver qué le depara a nuestro país con este cambio, a mi juicio radical, y que obliga a tener muy claro que, si bien estamos dentro de la órbita de Estados Unidos, no podemos dejar de lado lo que en la actualidad significa China en muchos aspectos, principalmente en el abastecimiento de materias primas. Hemos visto cómo pacientemente han conquistado un lugar preponderante en África al apropiarse de territorios y puertos para asegurarse el abastecimiento de insumos.
No ha habido ningún comentario de las autoridades mexicanas con respecto al Congreso del Partido Comunista Chino y sus resultados, que sin duda afectarán también a nuestras relaciones con ellos y el mundo.
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