Cómo es posible que las empresas farmacéuticas sigan venciendo a los gobiernos de todos los países, sobre todo con la pandemia que estamos viviendo, la cual generará miles de millones de dólares de utilidades para unas cuántas compañías, a costa de la muerte de millones de seres humanos que no han podido acceder a alguna vacuna. Se calcula que ni el uno por ciento de las vacunas producidas están llegando a los países más pobres del mundo.
Incluso el pronunciamiento del gobierno estadounidense, que sorprendió a todos, de estar de acuerdo con la exención de emergencia de las normas de propiedad intelectual por parte de la Organización Mundial de Comercio (OMC), no ha logrado concretarse, gracias a los miles de millones de dólares que las farmacéuticas gastan en cabilderos.
En un magnífico análisis aparecido en la revista The New Republic y retomado por la revista digital “Sin Permiso” del periodista de investigación Alexander Zaitchik, se desnuda la historia de cómo las farmacéuticas, encabezadas por varias de las hoy famosas, como Pfizer y Merck, entre otras, generaron las condiciones para hallarnos hoy con gobiernos impedidos de actuar.
El asunto central, según Zaitchick, radica en el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), como bien dice, es un templo del monopolio dentro de la “iglesia” del libre comercio.
El periodista refiere la decisión del primer presidente de la India independiente, Jawaharlal Nehru, en el año de 1951, de construir una fábrica de penicilina y ninguna empresa quiso participar, excepto la alemana Merck que, siendo la única, puso tales condiciones que la hacían imposible.
De pronto se conjuntaron los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la UNICEF y financiaron el proyecto, con condicionado a que la fábrica siempre sería del sector público y compartiría las investigaciones o descubrimientos con otras naciones similares. De esta manera nació la hoy pujante industria farmacéutica india de genéricos, a partir de la Hindustan Antibiotics.
Por supuesto esta acción no gustó a las poderosas farmacéuticas y desde ese año lucharon por obtener lo que hoy tienen: una protección absurda en épocas de pandemia. Incluso, como menciona Zaitchik, ha habido momentos en que en los Estados Unidos se han tomado decisiones, como la del presidente Truman de apoyar un proyecto de fabricación de penicilina en la India y financió recursos para países pobres con el objeto de que desarrollaran sus medicamentos, o como la del presidente Eisenhower que cuando la vacuna de Salk contra la polio fue declarada exitosa, ofreció compartir toda la información con cualquier país, incluso con la desaparecida Unión Soviética.
Ya a mediados del siglo pasado, cuenta el periodista, el senador demócrata de Arkansas Estes Kefauver realizó una investigación sobre la industria farmacéutica de posguerra y encontró que los americanos y el resto del mundo permitían márgenes de hasta 7000% en los medicamentos patentados cuya creación había sido resultado de investigaciones financiadas por el gobierno, situación que ocurre en la mayoría de los países.
Es lamentable que, ante lo que sucede en el mundo y la necesidad de fabricación de vacunas, la OMC no haya podido suspender los ADPIC por la presión de las farmacéuticas que, una vez más, son más poderosas incluso que el presidente estadounidense y los demás líderes del mundo que lo han pedido.
Joseph Stiglitz dijo hace varios años que “mientras se firmaban los ADPIC, los ministros de comercio estaban tan satisfechos de haber alcanzado por fin un acuerdo que no se dieron cuenta de que estaban firmando una sentencia de muerte para miles de personas en los países más pobres del mundo”. Hoy eso está pasando.
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