Los resultados económicos a nivel mundial para el año 2023 y las proyecciones para 2024 han suscitado una serie de cuestionamientos sobre la ciencia económica en varios países. Destaca un artículo publicado el pasado 20 de diciembre en la revista inglesa The Economist, donde, con el tradicional humor inglés, afirman que ha sido un año deprimente para una ciencia deprimente, agregando que los economistas hemos tenido un año terrible y, como ocurre a diario con la información económica, se pueden utilizar los datos o algunos de ellos para justificar tal o cual acción o política, más cuando se trata de proyecciones.
Una de las grandes críticas que hace la revista es que hubo una equivocación generalizada sobre el crecimiento económico en muchos países, principalmente en Estados Unidos, y que los resultados no son tan negativos como se preveía hace un año.
Por ejemplo, si tomamos el caso mexicano para 2023, la economía creció sorprendentemente, a una tasa estimada del 3.6%, siendo una de las naciones de la región con mayor incremento. Ahora bien, si tomamos el crecimiento económico durante el gobierno actual, según la CEPAL en el sexenio será de un ritmo anual del 0.93%, lo cual hará que la tasa de expansión del PIB sea la más baja de los últimos 36 años, a excepción, claro está, de que este año crezcamos cuando menos a una tasa superior al 8%, lo cual no parece fácil.
Volviendo a la revista inglesa, en dicho artículo hay una severa crítica a los trabajos encabezados por el famoso economista francés Thomas Piketty sobre la desigualdad, basada en un estudio que, según los economistas Gerald Auten y David Splinter, demuestra que la economía estadounidense no es tan desigual como afirma Piketty.
El artículo concluye con varios datos, afirmando que el tema de la creciente desigualdad carece de sustento. Supuestamente, habrá una respuesta por parte de los franceses.
En otro artículo, en la página electrónica “Project Syndicate”, Daron Acemoglu, tomando la discusión sobre la desigualdad señala algo importante, que menciono al inicio de esta reflexión, sobre la utilización de los datos: “Existen diferentes nociones de desigualdad, cada una de las cuales es relevante para una cuestión diferente y complicada por sus propios desafíos de medición únicos”.
Dice este autor que el estudio de Auten y Splinter es algo tramposo, ya que ellos miden el índice de desigualdad después de impuestos y transferencias, e insisten en que el ingreso del 1% más rico no es tan elevado como se afirma en muchos estudios.
Acemoglu menciona que hay un conocimiento generalizado sobre la participación del 1% más rico en el ingreso total o fiscal y que ésta ha crecido de un 8% en 1980 a 18% para 2019 y que, si se incluyen las ganancias de capital, se elevaría al 21%.
Sin duda, éste será un tema de discusión mayor cada día porque, por otro lado, no es tan sencillo calcular la desigualdad. Por ejemplo, el Inegi hace una encuesta sobre la informalidad y difícilmente tenemos los datos de los ingresos reales de casi la mitad de la población ocupada en nuestro país, o el envío de las remesas que cada año crecen, sin ser registradas a nivel individual por las autoridades y el Inegi, o todas las exenciones y salidas laterales que tiene el 1% mexicano más rico para ocultar su patrimonio.
En efecto, junto con las remesas, la eliminación de varias de las exenciones, las famosas “renuncias recaudatorias” y los apoyos en dinero que otorga este gobierno a millones de familias, el tema de la desigualdad ha cambiado. Lo importante es seguir avanzando en la reducción de la concentración del ingreso por el famoso 1%, y la única forma de poder lograrlo es con una medida que parece maldita: una reforma fiscal progresiva, para continuar reduciendo el margen de la desigualdad en nuestro país.
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