Tradicionalmente solemos terminar el año deseándonos unos a otros que el siguiente sea uno mejor que el que finaliza. Sin embargo, y por desgracia, las perspectivas económicas y sociales a nivel global para este 2023 son bastante negativas y en algunas partes del mundo las condiciones ya son angustiosas, por lo que están pasando y pueden pasar.
Al inicio de esta semana, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) Kristalina Georgieva, presentó unas previsiones que indican que la situación de la economía no pasa por sus mejores momentos y han reducido la expectativa de crecimiento económico a la penosa cifra de tan solo 2.7 % promedio en el mundo, señalando textualmente que “las tres grandes economías, Estados Unidos, la Unión Europea y China, se están desacelerando simultáneamente”.
China, que antes de la pandemia aportaba alrededor del 35 % del crecimiento global y en su discurso de Año Nuevo, el presidente Xi Jinping ya habló de una nueva fase que implicaría que, en sus palabras, “Por primera vez en 40 años es probable que el crecimiento de China en 2023 sea igual o inferior al crecimiento mundial”.
Por el lado de la Unión Europea, la agresión rusa a Ucrania hará que la mitad de los miembros entren en recesión este año, según los expertos. Y, aunque las expectativas para los Estados Unidos tampoco son tan buenas, su economía, en palabras de la directora del FMI, “es más resistente”.
Esto es sin duda una ventaja para nuestro país, tan ligado a ellos.
Lamentablemente, estas noticias son un balde de agua fría para millones de personas que están sufriendo todavía las consecuencias de la pandemia. En un estudio reciente elaborado por la OXFAM y DFI (Development Finance International), denominado Índice de Compromiso con la Reducción de la Desigualdad [ÍNDICE CRI] 2022, se da cuenta de las políticas y acciones que siguieron 161 gobiernos entre 2020 y 2022 para abordar la desigualdad creciente.
Las conclusiones son terribles y destacan lo que sin duda será el principal problema al cual se enfrente la mayoría de los gobiernos, sean ricos o pobres: la desigualdad producto del crecimiento inusitado de la riqueza de unos cuantos durante la pandemia y, ahora, el crecimiento también impresionante de los precios de muchos productos, siendo los principales los energéticos y los alimentos, además de la escasez de éstos en algunos lugares.
Según el estudio antes mencionado, la mayoría de los países no ha mitigado la desigualdad; muchos de ellos redujeron sus presupuestos en salud y educación, en algunos casos hasta el 70 %. Y un dato que creo marca una clara diferencia sobre cómo hacer frente a la crisis que estamos viviendo es que, de los 161 países mencionados, el 95 % evadió incrementar los impuestos a las empresas y a las personas más ricas.
En uno de los cuadros del CRI donde se consideran los servicios públicos, el empleo y la fiscalidad se puede ver que de los 36 países miembros de la OCDE ocupamos el penúltimo lugar, solo superamos a Turquía, estando Chile y Costa Rica más arriba; incluso, este último país fue de los pocos que aumentaron los impuestos a las personas más ricas.
En otra clasificación de los países de renta media-alta, donde nos colocan, estamos en el lugar 17 de 40, superados por Argentina y Costa Rica, sin considerar a Chile y Uruguay, quienes se encuentran dentro de los 47 países de renta alta.
Creo que si la desigualdad no se combate con suficientes recursos sin duda crecerá.
El aumento al salario mínimo y a la pensión de adultos mayores son de las mejores propuestas del gobierno mexicano, pero debe tomar en cuenta también a la clase media, que se está pauperizando y reduciendo y, sobre todo, debe tomar en cuenta a los más ricos e incrementarles los impuestos, lo cual sería una clara acción para reducir la desigualdad tan espantosa que tenemos.