Un tema de la agenda educativa especialmente afectado en los últimos años es la calidad. Primeramente, la reforma de 2019 desapareció el término del Artículo 3 Constitucional, de la Ley General de Educación y del discurso oficial, para sustituirlo por “excelencia”, sin abundar en su significado. Luego, la contingencia sanitaria obligó a desplazar el término para dar espacio a la necesaria preocupación por la salud de estudiantes y docentes. A lo anterior se agrega que en estos años, prácticamente no ha habido acciones federales para impulsar la calidad de la educación. En el proceso gradual de reapertura, habrá que volver a hablar de calidad.
›¿Están los alumnos aprendiendo los aspectos mínimos indispensables de los planes y programas? No lo sabemos, pues tanto esta valoración como su respectiva solución se han dejado enteramente como responsabilidad de las escuelas, que siempre deben compensar las insuficiencias federales y estatales. Al no haber un diagnóstico nacional del problema ni recursos o programas dispuestos para resolverlo, cada comunidad escolar debe hacer su diagnóstico, diseñar su respuesta y dar seguimiento al tema.
¿Por qué se dejó de lado el concepto de calidad? Por un acuerdo político que la nueva administración hizo con algunos miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), expresión disidente del SNTE. Se argumentó que la calidad y la evaluación eran temas con carga ideológica, pero no es el caso: basta revisar los portales de autoridades educativas en países tan distintos como Estados Unidos, Corea del Sur o Cuba. En este último, el Ministerio de Educación subraya especialmente la calidad de sus servicios educativos: lejos de ser palabra prohibida, es motivo de orgullo.
El concepto de calidad tendrá que ser reincorporado en México. Debe hacerse porque no hay sistema educativo viable que omita a la calidad entre sus objetivos esenciales, y tendría que ser pronto porque nuestro país adoptó oficialmente los Objetivos de Desarrollo Sustentable 2030 de la UNESCO, entre los cuales está el de “garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos”. En tanto, urge por ahora retomar la obligación de que todos los estudiantes aprendan al menos los mínimos indispensables establecidos en los programas de estudio.
Para avanzar en la calidad requerimos de la evaluación, que también ha sido desplazada. Esta administración ha minimizado todo ejercicio relacionado con la valoración de docentes y alumnos por parte de instancias externas a la escuela. Y ni qué decir de la evaluación internacional: México se retiró de última hora del ejercicio que en 2019 llevó a cabo el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación para la Calidad Educativa (LLECE) de la UNESCO, y en el cual participaron países de todo el continente, incluyendo a Bolivia, Cuba y Nicaragua, por ejemplo. En cuanto a PISA, una alerta en redes sociales obligó al Presidente López Obrador a asumir públicamente el compromiso de participar en la prueba, aun cuando la SEP reconoció que no había previsto fondos para ello.
¿Cómo comenzar a reposicionar la calidad en la agenda educativa? La SEP ha dado un primer paso: puso a disposición de las escuelas del país instrumentos para diagnosticar aprendizajes de los alumnos de primaria y secundaria. Las escuelas podían subir sus resultados a una plataforma dispuesta para ello, pero también era posible bajar los exámenes para hacer una aplicación local. Parece un avance modesto, pero es significativo porque la Federación no había hecho esfuerzos para apoyar a las escuelas en la elaboración de diagnósticos académicos. Algunas acciones adicionales que podrían abonar en esa dirección son:
Distribuir herramientas de diagnóstico para cada momento de evaluación. Los docentes suelen recibir muy bien las herramientas que apoyen su tarea, especialmente cuando provienen de instancias calificadas. Resulta especialmente valioso que la autoridad federal ofrezca elementos para orientar la actividad académica. Habrá que dejar que cada docente decida la mejor manera de utilizar dichas herramientas.
Elaborar al menos dos versiones para cada grado en cada momento de evaluación. Una versión podría alinearse a los programas de estudio, para alumnos que mantuvieron actividad académica continua durante la pandemia, y otra versión podría apuntar solamente a los conocimientos mínimos básicos de cada grado, para los estudiantes que están claramente en un nivel menor al de sus compañeros. Ello podría ayudar a establecer con mayor precisión el tipo de ayuda que cada quien requiere.
Hacer muestreos estatales aleatorios de estas evaluaciones que, aun cuando no identificaran escuelas, aporten información sobre el avance y temas a reforzar en cada entidad. Esta información se tendría que compartir con autoridades locales, para que puedan orientar sus esfuerzos en la dirección correcta.
Orientar mayores recursos a la capacitación docente y a la elaboración de materiales de apoyo para docentes, alumnos y sus familias. Los recursos para estos efectos ya se consideraban del todo insuficientes aún antes de la contingencia. Las nuevas necesidades hacen evidente que la política educativa federal debe reconciliarse con la calidad y la equidad, y ello requiere creer en la educación y en los maestros. Una asignación presupuestal importante orientada a fortalecer académicamente a escuelas con bajos resultados sería de enorme utilidad: primero la educación de los pobres.
Alinear la oferta de formación docente a las necesidades detectadas en la evaluación. Los esfuerzos federales se han orientado casi exclusivamente a habilidades digitales. Es necesario que la SEP y los estados apoyen a las escuelas con cursos para reforzar las habilidades pedagógicas de sus docentes en grupos que hoy son cada vez más heterogéneos, y que operan tanto en modalidad presencial como a distancia. La evaluación estandarizada ayudará a lograr una focalización adecuada de las escuelas y los temas que se deben priorizar.
Tiempos extra
Se cumplieron 200 años de la consumación de la Independencia. Esta es, a mi juicio, la efeméride nacional más importante que nos tocará durante nuestras vidas. Celebrar dos siglos como nación independiente tiene que llevarnos a reflexionar en nuestros logros y en lo que nos une como nación. Repasar solo nuestras fallas, culpas e insuficiencias no sirve de mucho; para aspirar a más tenemos que construir desde nuestras fortalezas, que son muchas y muy variadas.