10 entre usuarios mexicanos de redes sociales.
Juan Pablo de Leo
Los niveles de aprobación bajo los que gobiernan los mandatarios a nivel mundial se han convertido en muchas ocasiones en una obsesión para la toma de decisiones. Hay quienes viven y mueren bajo el indicador que marca la percepción ciudadana respecto a los diversos temas. Junto con las encuestas electorales —quizá hasta hace poco— los números de aprobación son producto de consumo permanente en las oficinas de estrategia y comunicación.
El martes, CNN/ORC y Washington Post/ABC publicaron las primeras mediciones desde las últimas encuestas previas a la noche del 8 de noviembre. En ellas, Donald Trump inicia su mandato con la peor aprobación de un presidente desde que se ésta se mide: 40 por ciento. Considerando que Hillary Clinton ganó el voto popular por casi tres millones de electores, Donald Trump inicia su mandato con un déficit nunca antes visto. La pregunta es: ¿le importa?. Con el control del gobierno federal, del Legislativo y próximamente del Judicial, cuando nomine al suplente de Scalia, lo obvio era la descalificación inmediata del mismas. Si no pudieron acertar en el resultado electoral, ¿por qué habrían de medir bien la aprobación?
Una parte del debate tiene que ver con la metodología y las capacidades de las encuestadoras para medir correctamente el ánimo social del electorado en los tiempos actuales. Ejemplos sobran. Del Brexit a la elección de Trump pasando por las experiencias propias en México, la credibilidad de las casas encuestadoras ha sido cuestionada por sectores con audiencias importantes. La desconfianza de poder predecir correctamente el resultado —aunque no sea esa la finalidad de las encuestas— ha generado una crisis dentro del gremio a nivel internacional que se suma a la de identidad que tiene la prensa ante fenómenos precisamente como el que ha representado Donald Trump. Otro aspecto del tema es el acercamiento que Trump tenga a dichas mediciones. Si están bien o están mal es asunto de otra índole.
Llegar al poder con el voto de la minoría en un sistema que premió la estrategia sobre la voluntad, genera todo tipo de tentaciones autoritarias para contrarrestar y tomar control. Con modelos como el de Vladimir Putin, que tiene una aprobación del 90 por ciento en una nación con libertades limitadas, por decir lo menos, o con un experto en propaganda y manipulación de mensaje como lo es el asesor principal de la Casa Blanca y fundador de Breitbar News, Stephen Bannon, Trump asumirá una posición diferente ante este tipo de números. Su objetivo es claro y tiene que ver con gobernar por los próximos cuatro años. En la medida que mantenga su base electoral la estrategia se basará en las promesas de campaña que le puedan brindar una plataforma a través de los medios, descalificará las mediciones como lo hizo en su cuenta de Twitter, y gobernará con otro enfoque que puede resultar innovador así como lo fue su modelo de medición electoral que le dio la victoria. Por lo menos hasta hace unos días, la aprobación del presidente Barack Obama era un tema de importancia en la Casa Blanca. Hoy el presidente Obama sale con cerca del 60 por ciento de aprobación. Una cifra que se contrapone a la realidad del partido Demócrata que se encuentra en una racha negativa en resultados electorales desde hace varios años. El clamor de un cambio social y político, como lo refleja el resultado de la victoria de Donald Trump, es también un contrasentido que no se entiende según los números que presenta la percepción de la población ante su trabajo.
Obama llegaba tras ocho años de una administración republicana que dejaba al país sumido en la peor crisis financiera de la época moderna, dos guerras tras la invasión de Irak e Afganistán, tras el peor ataque terrorista en suelo norteamericano.
Con lo sobredimensionado de su ego es difícil pensar que a Donald Trump no le importe la crítica. Por el contrario, ha demostrado tener una piel muy fina y un carácter muy débil cuando de crítica se trata. Por ello, la incertidumbre que genera el manejo que Trump mantendrá sobre sus números y aprobación. La presión de la oposición demócrata, la mayoría electoral que perdió, así como la prensa, se han propuesto como un verdadero bloque opositor que pueda hacer frente a Trump. En ese caso, y como lo ha sido a lo largo de la historia política estadunidense, la medición de la aprobación será fundamental para la gobernabilidad de administración en turno.
Otras cifras de la encuesta de CNN muestran la desaprobación por la forma en la que ha manejado la transición. Tan sólo en los meses que han transcurrido desde la victoria republicana aquel 8 de noviembre, los niveles de inconformidad han aumentado en siete por ciento, de 45 a 52. Las confrontaciones y efectos que ha provocado a través de sus declaraciones digitales por Twitter contra China, México, Alemania, Japón, ONU, OTAN y la Union Europea —sin tocar a Putin— entre otros, ha provocado disgusto entre la población. Pero según la encuesta, el hecho de que la aprobación y expectativas del gobierno de Trump sean bajas, no significa que las personas piensen que no va a tomar acción o cumplir con sus promesas de campaña. Son precisamente esas promesas y la posibilidad de que sean una realidad, lo que genera el reflejo reprobatorio. La imposición de tarifas arancelarias, la construcción del muro pagado por México y la cancelación del Tratado de Libre Comercio, están entre las cuatro principales promesas que la gente piensa que Trump va a cumplir como presidente en sus primeros cuatro años.
Sin olvidar el debate sobre la precisión de las encuestas y el correcto reflejo del ánimo electoral en los estudios de opinión, Donald Trump comienza este 20 de enero como el presidente menos popular y eso tiene un costo. La legitimidad que pueda imprimir en su gobierno será directamente proporcional a la capacidad o no que tenga de gobernar para todos así como tomar en cuenta la opinión o el humor social. El maltrato a la prensa es alerta suficiente para prevenir que el mismo se pueda extender a la opinión pública. Una táctica en la que que su amigo y aliado, Vladimir Putin, es un experto.