Para quienes piensan que la inseguridad que se vive en este país se puede medir por los crímenes que se cometen, se equivocan. Disminuir los asesinatos no significará necesariamente que los gobiernos retomen el control territorial que han perdido y del que se han apoderado los criminales. Es decir, una estrategia que se enfoque en bajar la cifra de asesinatos no significará un país en paz ni sus habitantes más seguros, sería edulcorar la realidad, un engañabobos.
En otro momento, hasta hace seis años, el conocer y comparar el número de crímenes, su crecimiento y las tendencias, permitía tener un panorama de las acciones de gobierno y las confrontaciones criminales. Pero la atomización de los grupos, sus alianzas y enorme movilidad, junto con el deterioro social e institucional, y las estrategias fracasadas del gobierno han convertido al registro de los asesinatos en sólo una referencia que permite mirar el deterioro de una zona, pero para comprender a fondo el fenómeno debe cruzarse y analizarse con muchísimas variables más, la mayoría de ellas de inteligencia.
La primera razón. En algunas regiones, los grupos criminales tienen el control territorial o pactos con las autoridades y no necesitan asesinar, basta con extorsionar, secuestrar o desaparecer a sus enemigos o quienes se niegan a cooperar. Ninguno de estos delitos aparece en las cifras oficiales en su dimensión real, más bien hay una incuantificable cifra negra, lo que hace a los informes del Secretariado Ejecutivo inexactos y limitados, también los reportes que cada mañana recibe el Presidente.
Segundo argumento. No todos esos grupos criminales tienen un perfil en extremo violento, y los asesinatos responden a los grados de beligerancia, capacidad y nivel de confrontación entre esas organizaciones, sean pandillas o sean cárteles o con las autoridades.
En estos casos, cuando gane uno de los grupos o lleguen a acuerdos entre ellos o con autoridades, la cifra de homicidios disminuirá, y eso no significará que el Estado retome el control o que mejore el nivel de seguridad para los ciudadanos, simplemente se opera en el territorio de otra manera.
Un tercer argumento. Estos grupos criminales aprenden pronto y tienen una capacidad de adaptación mucho más rápida que la sociedad y, por supuesto, que las autoridades. Es posible, como hipótesis, que esas organizaciones comprendan pronto que demostrar un rostro de paz (una calma chicha en realidad), les reditúe más y adopten ese perfil, pero eso no evitará que el ciudadano sea amenazado, extorsionado, secuestrado, que se trafiquen drogas en la calle o que los robos sigan creciendo, porque la presencia criminal existe con otro rostro.
Después de tres sexenios en los que la violencia confirmó lo fallido de las estrategias —desde Vicente Fox hasta Enrique Peña Nieto— y se apoderó de la vida cotidiana de este país y nos dejó muertos, fosas y desaparecidos, una de las primeras lecciones aprendidas es que las cifras de los homicidios han sido manipuladas y los números son parciales, y en todo caso explican un momento, una fotografía.
Entonces, recibir ese parte informativo sobre los crímenes de cada día, sin información confiable de inteligencia sobre diferentes aspectos que aporten un contexto amplio, pasado y presente, se traducen en una simple mesa de datos que no permitirá tomar decisiones estratégicas.
En este momento, Andrés Manuel López Obrador no tiene un conocimiento estratégico de la realidad, porque las instituciones encargadas de proveerle información de inteligencia confiables continúan en una crisis que heredaron desde Fox.
En suma, el Presidente carece de información de calidad que le permita plantear escenarios prospectivos para conseguir una paz verdadera, un verdadero Estado de seguridad.
@Gosimai