De alguna forma, todos sabemos qué cuidados debemos tener cuando una persona se enferma de gripe. Lo sabemos y lo entendemos como que dos más dos son cuatro. Sentimos empatía por quien se suena la nariz todo el día, le recomendamos que descanse y, si es cercano a nosotros, lo apapachamos. ¿Por qué lo hacemos? Porque entendemos que se siente mal y queremos que se mejore. Ahora, ¿por qué no actuamos igual cuando alguien está enfermo de depresión?
Yo tengo dos tipos de depresión: distimia y trastorno depresivo mayor. Con la distimia me llevo bien, he aprendido a convivir con ella y hasta me ayuda cuando escribo. Pero con el trastorno depresivo mayor no. Aunque tomo medicamento y voy a terapia, a veces se despierta y me hace la vida un infierno. Pero cuando eso sucede nadie me dice, ¿te sientes mal?, ¿necesitas un apapacho? ¿quieres irte a casa a descansar? No. Las personas que estamos enfermas de depresión somos vistas como seres negativos de los que hay que alejarse para evitar un contagio. Les recuerdo, tengo depresión, no lepra.
Hace unas semanas mi trastorno depresivo mayor regresó. Veo los días en color gris, no quiero quitarme la pijama y mi esposo no tiene idea qué hacer conmigo. Es por eso que quise escribir este artículo, porque somos muchas las personas que tenemos depresión y es importante que la sociedad esté informada. Repito, no tenemos lepra y la ignorancia ante el tema nos lastima más de lo que se imaginan.
¿Cómo nos sentimos?
Tristes sin saber el motivo, con falta de motivación y desganados. Perdemos el interés por lo que antes nos gustaba hacer. No encontramos satisfacción ni disfrutamos nada de lo que hacemos o de lo bueno que nos pueda llegar a pasar. Nos cuesta mucho trabajo concentrarnos, nos irritamos fácilmente y llevamos con dificultad la vida que nos gustaría tener. Por lo menos en mi caso y antes del medicamento, en estos síntomas se resumió mi vida desde los 14 años hasta los 29.
¿Cómo nos pueden ayudar?
La intención de querer ayudar es buena, pero no basta. El apoyo social es importante, sin embargo, en muchas ocasiones nos perjudica y empeora la situación. Cuando vemos a una persona sufrir intentamos animarla, cambiar su punto de vista, y esto es justo lo que no se debe hacer. Por eso es importante saber cómo actuar y qué acciones evitar.
- Valorar a la persona: Lo sé, no somos fáciles pero no nos lo reproches. Para nosotros es demasiado frustrante nuestra realidad y no necesitamos escuchar el impacto negativo que a veces tenemos en el entorno. Ten paciencia y ayúdanos a no pensar en que somos una carga.
- No a las frases de ánimo: Son contraproducentes. ¿Por qué? Porque al ver que no recuperamos el ánimo, nos sentimos aún más culpables y con mayor frustración. No es tu intención, pero el mensaje que nos llega es que somos débiles porque no tenemos la fuerza necesaria para superar el problema y que somos culpables de nuestra situación porque es lo que hemos elegido. ¿Ejemplo de esto? Hazle entender a una anoréxica que está flaca. A mí en lo personal, no me pidas que sonría cuando mi mundo se está desmoronando.
- Aceptar que hay un problema y darle la importancia que tiene: La depresión anula nuestra voluntad. Necesitamos darle nombre al problema para que podamos afrontarlo.
- Si no eres mi psicólogo o psicóloga, no intentes darme terapia: No está en tus manos. Necesitamos ayuda especializada para establecer un diagnóstico y un tratamiento. Tienes que ser consciente de que en ocasiones, no se lograrán los resultados esperados.
Luchar contra uno mismo y sus demonios no es nada fácil. No te pido que te pongas en mis zapatos, ni falta que hace, sólo pido comprensión y que no me quites fuerza, entiende que todos los días tengo una lucha con mi otro yo que ganar.