Cada vez que digo que estoy a dieta, recibo la misma respuesta: es la tortura más grande que existe. No lo veo así por dos razones.
- Para mí hacer dieta no es privarme del alimento, es saber qué comer.
- Lo hago con la supervisión de un especialista con la licenciatura en Nutrición y Deporte.
Sin embargo, debo admitir que antes de hacer las cosas bien, también fue una tortura. Y el viaje para cambiar esa forma de pensar fue largo.
Durante años hice dietas masoquistas con altas expectativas y fallos constantes. En cada fallo me odié por no tener la fuerza de voluntad para cumplir mis objetivos. Intenté adquirirla para cambiar los hábitos que me llevaban al fracaso, pero también fallé. Hasta que comprendí que el problema de mi falta de disciplina no era porque no tuviera fuerza de voluntad. La autodisciplina es un ejercicio completamente distinto. La fuerza de voluntad es como un músculo, si lo trabajas en exceso y no lo alimentas, se fatiga, llegan las lesiones y deja de funcionar correctamente.
Nuestro comportamiento no se basa en la lógica y en las ideas. La lógica y las ideas pueden influenciar nuestras decisiones, pero son nuestros sentimientos los que determinan lo que hacemos. Y hacemos lo que nos hace sentir bien. Aquí empieza el conflicto. Creemos que ser disciplinados y tener fuerza de voluntad es una virtud que se basa en el rechazo de nuestros sentimientos, deseos y en la negación de nosotros mismos.
Mi problema surgió cuando lo que en un principio me gustaba, ahora comenzaba a hacerme sentir culpa. Ese fue mi fallo, intenté disciplinarme para tener fuerza de voluntad a través del castigo, y eso siempre es contraproducente. Quería el pastel pero al mismo tiempo sabía que no debía quererlo, y la disputa entre la culpa y la ansiedad me provocaba estrés, y ese estrés hacía que la ansiedad y la culpa crecieran. La tensión llegaba a tal punto que terminaba por rendirme y la motivación desaparecía.
Después de muchos años y muchas caídas, comprendí que si el esfuerzo no tiene una recompensa, no vale de nada porque tarde o temprano se pierde la motivación y se acaba la fuerza de voluntad para seguir adelante. Si queremos tener un enfoque sano sobre la autodisciplina, primero hay que trabajar con nuestras emociones y no luchar contra ellas. La disciplina no se basa en la fuerza de voluntad ni en la abnegación, sino en la aceptación. Hay que separar los fracasos personales de los fracasos morales. Todos fallamos en dominar nuestros impulsos, es totalmente humano.
Nuestras emociones son mecanismos que pueden ser manipulados, y una vez que logremos dejar a un lado nuestros prejuicios morales, podremos dejar de sentirnos mal por sucumbir. También debemos tener en cuenta que nuestras fallas pueden ser por un problema subyacente. Ejemplo: no puedo dejar de comer cosas dulces / como cosas dulces porque necesito cariño y el azúcar me da ese confort. Si “fallamos” constantemente y creemos es por falta de disciplina y fuerza de voluntad, hay que indagar. A través de la sinceridad podremos discerner el hambre emocional del hambre fisiológica. Cuando lo hagamos comenzaremos a sanar, y el azúcar que antes era irresistible perderá nuestro interés. Haremos cambios de hábitos sin castigarnos, porque nuestra recompensa será sentirnos bien con nosotros mismos, y cuando te sientes bien contigo, te gusta cuidar de ti.
Si comprendemos y aceptamos nuestras emociones, dejaremos de pelear con ellas. Y no, no digo que el esfuerzo y el dolor se van, yo sigo trabajando en eso. Es sólo que a mi dolor y a mi sacrificio ya les di un propósito. Eso es lo que hace la diferencia. Trabajo con mis debilidades, ya no huyo de mis ellas, las confronto, me confronto. Y sí, sigo fallando, pero también sigo superándome y eso, hace que cualquier batalla valga la pena.