Sangré lo que tenía que sangrar

24 de Octubre de 2024

Rebeca Pal

Sangré lo que tenía que sangrar

REBECA-PAl-OK

Me corté con un pelador. Pensé en la tabla y en el cuchillo como primera opción, pero opté por darle una oportunidad al nuevo pelador y a sus múltiples cuchillas plateadas. Intenté usar el protector, me sacó de quicio y lo dejé a un lado. Sabía que tenía que usarlo pero tenía prisa y no parecía complicado. Tomé el calabacín con la mano derecha y con la izquierda detuve el pelador. Al principio fue fácil y rápido, pero cuando llegué al final todo se empezó a complicar. Decidí usar mis dedos para pasar, con mucho cuidado, los restos de la verdura, pero el último pedazo se resbaló a través de las cuchillas y mi piel tuvo el disgusto de conocer el filo del magnífico pelador. Sentí mucho calor en el dedo índice y supe que algo estaba mal. Miré el dedo, noté que la yema se abría por la mitad como las hojas de un libro. Me quedé callada viendo la sangre brotar; todavía no sentía dolor. Analicé la cortada y vi que parte de mi uña había pagado factura también; se partió por la mitad y al pensar que la piel que está debajo quedó al descubierto, los músculos del abdomen se contrajeron.

Qué escandalosa puede ser la sangre. Abrí la llave y dejé correr el agua, metí el dedo y pude ver la profundidad de la herida. ¿Y el dolor? ¿Por qué no me duele? No podía comprender cómo es posible que una pequeña cortada producida por una hoja de papel duela más. “Es posible que mi cuerpo sepa que esta vez tenemos que mostrar seriedad al respecto… Creo que podría desangrarme como en el cuento El rastro de tu sangre en la nieve de Gabriel García Márquez”.

A falta de un kit de primeros auxilios, envolví el dedo en una servitoalla que amarré con masking tape. Después de una hora dejó de sangrar, fue hasta entonces que decidí inspeccionar la herida y curarla. Abajo del pellejo vi la carne viva, agarré valor y la rocié con alcohol. Salivé de más, apreté los labios y respiré profundo. No me arranqué el dedo de milagro.

Pensé que estaría una semana inactiva por la baja laboral del dedo índice de la mano derecha, pero no fue así. Mi cuerpo empezó a buscar la forma de cerrar la herida como diera lugar. Después de sangrar, se formó una costra que al día siguiente desapareció para dar lugar a un nuevo pellejo. Ese pellejo, sin juzgarme por mi error, hizo su mejor esfuerzo para juntar la piel que había quedado separada. No necesité de muchos cuidados, sólo agua con jabón y evitar todo aquello que pudiera hacer contacto con la carne viva y arruinar el proceso que hasta ahora había hecho mi cuerpo. Mi dedo sólo necesitó una semana para recuperarse del pelador. La herida, todavía visible, ya no me duele y ya no me impide escribir.

Mientras redacto este artículo, quiero compartirles lo que aprendí de mi cuerpo:

  1. Nunca me hizo sentir mal por mi error, no me juzgó por haber decidido no usar el protector. Asumió la responsabilidad de curarme sin más.
  2. Sangré lo que tenía que sangrar para poder formar la costra y cicatrizar.

Sin embargo, yo soy diferente a mi cuerpo. Me reclamo por todos los pequeños errores que cometo día con día, juzgándome y haciéndome sentir mal por ello. Cuando algo me hiere me quedo en silencio pero sangro por días, meses y, a veces, hasta años. No permito que la costra se forme porque prefiero tirarme al drama y seguir sangrando por el pasado.

Necesitaba cortarme para comprender que soy muy dura conmigo, psicológicamente me maltrato todo el tiempo y el cuerpo no hace otra cosa más que responder con amor y paciencia; tiene el don de saber curarse de mí y de los estragos que hago en él.

Cuando adolecemos es porque el cuerpo deja de tener la resistencia para protegerse. Ahora lo sé, nos enfermamos de cáncer porque somos cáncer. Espero no tener que volver a cortarme para recordar la lección.