Si la palabra falla, la política falla, es una máxima que revela que los acuerdos a los que se llegan para participar en la construcción de instituciones y mejores condiciones sociales dependen, en gran medida, de la capacidad para comunicarnos y de la confianza que tenemos en lo que el otro nos dice.
Por ello, en una democracia como la nuestra, es necesario que las y los candidatos que desean ostentar posiciones de poder se acerquen a la ciudadanía y la convenzan de por qué ellos son la mejor opción para ocupar los cargos de gobierno, y para lograrlo, tanto el contenido de los mensajes, como la forma en la que se transmiten, son de vital importancia.
Entre quienes elegirán a sus representantes en las elecciones existe un grupo cuya relación con la política siempre representa un desafío de comunicación, ya sea porque quienes buscan el voto rara vez pertenecen a él y no conocen sus necesidades y aspiraciones o porque la forma de comunicarse con ellos requiere un conjunto de habilidades que un político generalmente no tiene. Por supuesto me refiero a las y los jóvenes, que el día de hoy representan el 30% de la lista nominal.
A pesar de ser una gran parte del padrón electoral, su participación suele ser relativamente baja, lo que muchas veces se interpreta como una falta de interés o apatía respecto de los asuntos públicos.
La historia nos demuestra que la participación de la juventud en cualquier actividad representa un cambio sustancial en su dinámica y desarrollo, si se trata de mejorar la economía, es el trabajo de las personas jóvenes el que lo consigue, si se busca el adelanto tecnológico, generalmente son las y los jóvenes quienes traen las innovaciones con las que mejora la vida de las personas. Esto implica que su participación es particularmente enriquecedora y que no son apáticos por naturaleza.
Entonces, si no necesariamente son apáticos ¿qué provoca su baja participación electoral? Parte de la respuesta es que normalmente existe una falta de identidad entre ellos y quien busca su voto, pareciera que las y los candidatos los consideran personas distintas y que por ello no son capaces de conocer sus necesidades, lo cual es falso, las personas jóvenes no buscan otra cosa que lo que buscaban todas las generaciones anteriores cuando eran jóvenes: más libertad y mejores condiciones de vida, lo que se traduce en acceso a vivienda, a servicios básicos, educación, trabajo y seguridad, sin que eso signifique dejar atrás sus sueños y aspiraciones personales.
Otra parte del problema es que quienes tienen acceso a las candidaturas suelen ser personas que no saben comunicarse de forma genuina a través de los mismos medios que la juventud.
En resumen, para los jóvenes, la política esta fallando porque las palabras están fallando, ya sea porque no llegan a sus oídos o porque no son las adecuadas. Sin embargo, su enorme potencial para mejorar las cosas y su gran número los vuelve un grupo cuya consideración es indispensable para cualquier plan de campaña o ejercicio de gobierno que pretenda tener éxito.