Se llama Rodrigo, tiene veinte años y es hijo de una madre feminista y soltera, por lo que siempre fue educado para no ser otro machito más del montón. Sin embargo, eso no lo salvaría de los nuevos esquemas de extorsión que involucran hasta a la autoridad en varios de sus niveles. Les platico:
Rodrigo llegó con sus amigos a un bar de Coyoacán, donde les gusta asistir por el ambiente y los precios más accesibles. Llegó a eso de las 10 de la noche y por suerte, encontró un espacio para estacionar su auto, por lo que no tuvo necesidad de dejarlo en el valet parking.
No sé bien por qué en México decimos “ligar” al hecho de conquistar o lograr relacionar íntimamente a una persona que nos resulta atractiva, pero eso es precisamente lo que sucedió. Rodrigo se fijó de inmediato en una mujer que bailaba con un ritmo y una exuberante corporalidad que lo embelesó con el más hipnótico y sensual vaivén de caderas que jamás hubiese visto.
Con cierta vergüenza, fue hasta ese momento que realmente comprendió la frase que varias veces le escuchó a su abuela materna: “la que bien baila, bien sabe hacer la cama”. Tontísimo, había pensado que aquel era un tema doméstico que describía la cualidad de una persona muy hogareña. ¡Tontísimo!
Aprovechando que, al vivir con su madre podía ahorrar un poco a pesar de que ganaba una miseria en el despacho al que recién se había unido como becario, decidió enviarle una copa de espumoso (no había champagne, afortunadamente, porque de seguro, no le habría alcanzado) y ella le agradeció brindando con él a la distancia. Como él, ella estaba en una mesa con amigas, así que, en pocos minutos, lo azuzaron para que fuera a presentarse y de paso, provocara en los los demás el protocolar “ligue”.
Con mucha timidez y esperando quizás cierta resistencia ritual o rechazo –nunca había sido bueno en interpretar las señales ni los ritos–, se acercó a charlar y nunca imaginó que ella lo recibiría con un beso tan coqueto que, a propósito, le rozó la mitad de los labios; le flipó.
Para su sorpresa, a partir de entonces, las cosas fluyeron con un encanto poco común. Al rato se estaban besando y como si todo fuese un ensueño, la chica le pidió irse solos para tener intimidad en el apartamento de ella, pues su madre y hermana habían salido de la ciudad y no volverían hasta el lunes.
Como es de imagnar, se subieron a su coche y antes de ponerlo en marcha, ella lo besó apasionadamente. Entonces, una patrulla se plantó junto a su auto y ella comenzó a pedir auxilio y a gritar que la quería violar. En segundos, lo bajaron y lo esposaron y lo introdujeron en la parte posterior del vehículo oficial: su ofensa es grave, joven. Es delito serio, se enfrenta a varios años de prisión. Nosotros queremos ayudarle, agregaron. Si usted le da a la señorita treinta mil pesos, podemos interceder por usted para que ella no presente denuncia y pueda irse a su casa como si nada hubiera pasado, le dijeron. Es más, hasta se ofrecieron a llevarlo a cajeros automáticos para que pudiera retirar el dinero.
A diferencia de muchos, se negó a ceder ante sus chantajes. Entonces lo llevaron al ministerio público como abusador, sin saber que su coche tenía una cámara que grabó todo y lo subió a la nube, evidenciando lo podrido del sistema, comenzando con el contubernio extorsionador de los policías con la chica. La tecnología lo salvó porque pudo demostrar su inocencia, aunque tuvo que pasar 36 horas en un penal y gastar un dineral en abogados a los que la mayoría de la gente no tiene acceso. Así están, dice: destruyéndolo todo al grado en que si no tienes cámaras en tu auto, ya ni ligar es bueno.