A penas inició el gobierno actual su mandato sexenal, nuestro país padeció un grave desabasto de gasolina y diésel bajo la excusa de un falso combate al huachicoleo. Es innegable que las pérdidas millonarias que se causaron desde el gobierno a la población y sectores productivos, generaron un daño patrimonial muy importante y ni cercanamente se eliminó el robo a combustibles.
Un año después, en México se comenzaron a presentar serios faltantes de medicamentos ya no sólo en unidades médicas familiares públicas, sino hasta en farmacias y hospitales privados. Encontrar tratamientos para el cáncer, medicamentos controlados y hasta aspirinas se ha vuelto a ratos una tarea imposible y es un serio problema que nos acecha en plena pandemia y emergencia nacional de salud, que ha sido causada porque el gobierno decidió no realizar las compras a tiempo, destruyó fármacos existentes, cadenas de distribución que tomaron años en crearse, y evitó la importación de materia prima. Es evidente que las muertes y pérdidas que ha causado el gobierno en este tema son inhumanas e irreparables.
Asimismo, parece estarse gestando otra gran crisis, pero que puede tener consecuencias peores: la de falta de alimentos en el país. Además de la conocida falta de apoyos para el campo, el gobierno que dice que busca un “Sistema Alimentario Justo, Saludable y Sustentable”, ha decidido seguir un camino muy extraño: además de culpar al neoliberalismo por nuestra alimentación poco sana (supongo que las familias Rothschild y Soros inventaron los tamales fritos, las tortas de chilaquiles, los esquites con tuétano, el atole y la comida rápida que por supuesto incluye a los tacos y garnachas) están buscando educarnos para que produzcamos para el autoconsumo, huertos familiares en nuestros balcones y patios, y buscan prohibir el uso del glifosato en la agricultura; un herbicida muy poco tóxico que se utiliza en todo el mundo para deshacerse de malezas que crecen junto los cultivos y que les compiten por el agua, nutrientes y luz solar, pues afirman algunos que el glifosato es un instrumento de guerra en contra de la biodiversidad, pues la maleza debería crecer lo que la naturaleza quiera.
Después de muchas presiones, se publicó un decreto presidencial para estudiar los efectos nocivos del glifosato y para dejar de utilizarlo en México para el año de 2024, pero como suelen suceder las cosas con este gobierno, ni la Secretaría de Agricultura ni la de Economía han dado permisos para importarlo, ni el CONACYT ha emitido la recomendación del volumen a importar, de manera que los inventarios están agotándose y se está poniendo en riesgo el siguiente ciclo de siembras para primavera-verano.
Esto acarrea dos riesgos primordiales, pues más del 70% de nuestros agricultores lo utilizan de forma regular: que ahora empleen otros herbicidas sumamente tóxicos como el dipiridilio (Paraquat) que puede causar daños físicos irreversibles a la gente del campo, o que disminuya hasta un 40% nuestra capacidad productiva en el campo. Esto afectaría a más de 30 millones de personas de la industria alimentaria nacional, y provocaría una escasez de alimentos agrícolas y la consecuente presión inflacionaria que provocaría que importemos todavía más comestibles, lo que paradójicamente, nos alejaría aun más de la soberanía que se espera alcanzar. Se acerca una crisis alimentaria, además de la alimenticia si no se actúa con rapidez. La inflación crece, la economía se contrae y no hay tiempo que perder, pues la temporada de lluvias está cercana y no queremos beneficiar a los agricultores extranjeros perjudicando a los campesinos y consumidores nacionales. ¿Verdad? ¿VERDAD?