¿Veganos en el trabajo?

18 de Diciembre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

¿Veganos en el trabajo?

js zolliker

Al salir del metro, echa la mano en el bolsillo del pantalón y revisa cuántas monedas tiene. Le alcanza para poco pues aún tiene que tomar un pecero para el trabajo. Le suena la tripa pues no cenó porque su hija estuvo de visita y le preparó la última maruchan que le quedaba. Cada vez le cuesta más estirar la quincena.

No es como que Daniel trabaje poco; todo lo contrario. Entre el traslado de su casa a las distintas sucursales donde labora, invierte unas catorce horas al día. Duerme poco, pero sueña en salir adelante. Por eso, cuando no se hace cargo de su hija, se capacita, toma cursos, estudia y ahorra cuanto puede. Hace poco lo hicieron| jefe porque se nota su esmero.

Por fin, llegó a la sucursal de la colonia Condesa una media hora antes de abrir al público. Anunció su hambre y ofertó a sus subalternos: “¿alguien quiere compartir una guajolota y un jugo?”. Como casi siempre, Rosa, la recepcionista le acompañó pues entre dos alcanza: la torta de tamal es grande y llenadora como para repartirla y saciarse por un rato.

–Ya me urge que sea quincena – le dice ella mientras se limpia la crema de la punta de las manos.

–Ya sé –contesta Daniel– a mi niña le he tenido que comprar un montón de cosas de la escuela– afirma asomando su molestia con el gobierno.

–El día pinta bien –afirma Rosa, pues conoce de sobra la agenda del local. Ojalá no cancelen y dejen algo de propinas porque de verdad, ando bruja y falta todavía una semana…

A los pocos minutos, se fueron a atender a los primeros clientes y al rato, entre los demás compañeros, ya llevaban siete a eso de medio día. Después, Daniel tuvo que terminar la capacitación de dos candidatos a practicantes y decidirse por uno para formar parte de la plantilla definitiva. El güero, de mejores modales, más educado (había terminado la preparatoria), tenía también mejor técnica y fue quien se quedó con el empleo.

Después, le repitió al güero todas las reglas, entre las que se incluía que las propinas de todos se juntaban en una sola tanda, se compraba con eso comida y lo que sobraba, se repartía en partes iguales. Nada más penado que ocultarles a los demás el dinero para que no formara parte del divisible, le advirtió.

Todo iba perfecto hasta que, a eso de las cuatro de la tarde, Rosa (quien se encargaba de ir por los alimentos), preguntó por qué querrían comer ese viernes. Las opciones se reducían a pizzas de una cadena o a unos tacos de maciza del tianguis de la esquina.

Entonces, el güero habló: “perdón, pero ninguna de esas opciones, es que soy vegano”. El silencio se impuso, incómodo, entre todos los empleados. Daniel, en ese preciso momento se arrepintió de su elección y con el rostro henchido de sangre, arremetió en su contra: “mira, güero, esas mamadas son para gente rica y aquí no nos alcanza para que te pongas fresa. Nos toca de la tanda unos treinta baros por cabeza, alcanza pa’ lo que ya se dijo o un caldo de gallina. No vamos a jodernos todos para financiarte tu dieta de superioridad moral, ¿eh?... mejor te damos tu baro y te vas al puesto de jugos o a ver en donde logras tragar con eso, ¿va?”

El güero palideció, pero aceptó. Cuando los demás comían, él regresó con un coctel de verduras porque los esquites ya venían preparados con crema. Todos guardaron silencio y él lo rompió con un chiste: “el colmo de ser vegano es quedarme en estado vegetal por no comer”. Sirvió; el ambiente se relajó. Pero luego, Daniel tomó la palabra: “agarra el pedo y come cómo todos porque si te nos mueres de hambre, no sabremos si por ser vegano, reencarnas o reenverduras”. Todos soltaron una sonora carcajada. Todos, menos el güero.

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