Cuando se siente con ánimos celebratorios y está con la compañía adecuada, le gusta desayunar en la parte histórica del palacio, sentado a la cabecera del majestuoso comedor presidencial, coronado con tres señoriales candiles de la época del imperio. Aunque la mesa es para veinticuatro personas, le gusta darse ese pequeño lujo cuando sabe que su invitado es persona de confianza y no se corre peligro alguno de indiscreciones.
–¿Qué celebramos? –le pregunta su interlocutor apenas entran y observa la disposición de los cubiertos.
–Que nada sustituye al amor– responde con una sonrisa afable y con ese aire de sabio y apacible que tanto le gusta imitar del uruguayo Mujica.
El menú consiste en jugo de naranja, café, papaya –que desdeña porque hoy no piensa cuidar la dieta– y de un huevo frito bañado en salsa roja y sobre un grueso tlacoyo de maíz azul con frijoles refritos en manteca y chorizo, mismo que devora mientras charla, animosamente sobre temas y anécdotas meramente personales. Su invitado, sabiéndose uno de los tres o cuatro mexicanos que, ente ciento treinta millones, han sido siquiera invitados a ese privilegiado lugar, no se atreve a interrumpirle ni a cambiar de temática, cuando en realidad, es una problemática seria la que lo motivó a solicitar audiencia.
–Tenemos una dificultad –se anima a decirle mientras él, remojaba en café, una coyota traída de su reciente viaje a Sonora.
–Me imagino que te refieres a que la autoridad electoral dijo que algunos de los nuestros, no pueden ser candidatos –le responde con una serenidad envidiable. –Cuidadito, eso sí –le advierte trasformando su rostro– si le comentas a alguien que me gusta chopear –le remata de nuevo con un guiño y una sonrisa cómplice.
–¿No le inquieta? ¿Qué hago? –le pregunta nervioso su interlocutor. –¿Nombramos de inmediato al segundo lugar en las encuestas?
Con un ademán, le indica que no, que no le inquieta y que no nombrará sustituto, quitándole toda importancia al tema. Asimismo, le ordena demandar a la autoridad por vía del tribunal, aduciendo que, si el pueblo manda, el pueblo debe ser respetado.
–Pero eso lo perderemos, no hay forma de que ganemos –le espeta su invitado.
“Serénate”, le contesta cariñosamente. Él ya sabía que el tema estaba perdido desde antes. De hecho, no quería que ellos fueran candidatos. Pero sucede, que por muchos años recorridos, ya ha aprendido a amaestrar al tigre: “Llevaremos este tema electoral y un par de temas judiciales y constitucionales hasta las últimas instancias y cuando perdamos, saldrán todos nuestros detractores y adversarios, a aplaudir a las instituciones autónomas. Confiados, los que podrían criticarnos, se quedarán tranquilos ante los grandes temas y no se darán cuenta que mientras tanto, estaremos nosotros avanzando y construyendo el entorno idóneo y que, llegado el debido momento, nos permitirá transformar al país, ahora sí, de a de veras”.
–No me cabe duda de que nadie conoce el país como usted– le alaba.
–Tú, más adelante tendrás que renunciar, ¿eh? Pero no te preocupes, nos acompañarás hasta el final –le dice mientras le da una palmada en el hombro y se retira en silencio, sonriente, rumbo a su despacho.