Desde que Roberto era un joven estudiante, vio un México desigual, con muchas carencias y necesidad de mejoría. Desde joven, creyó que podría contribuir con su trabajo honrado, siendo un ciudadano comprometido, un empresario derecho de los que pagan sus impuestos, una persona que cubre sus multas sin dar mordidas, un residente que respeta a la autoridad, que no compra pirata ni robado y que además, toma el compromiso de educar con el ejemplo a su familia, amigos, vecinos y empleados. Ya no. Roberto ya se cansó.
Fue voluntario decenas de veces, participó lo mismo en comités vecinales que en las escuelas de sus hijos, que en colectas ante desastres naturales, que en asociaciones para dotar de becas a personas menos favorecidas.
Siempre creyó que México tendría un futuro distinto del que le tocó a él y por años argumentó ante cualquiera, que nuestro país vería sus mejores épocas a principios del siglo XXI. Ya no lo cree. Roberto ya se cansó de tantos pasos para atrás y ha decidido dejarlo todo para irse a buscar suerte en otro lado del mundo.
No es fácil rematarlo todo, incluyendo el departamento ya pagado, los coches, bicicletas de montaña, los juguetes de sus hijos. No es fácil dejar atrás una vida tan hecha con negocios que aún funcionaban, ni fácil es dejar atrás a las costumbres dominicales, al café de la esquina, al mercado de ruedas con sus frutas y verduras frescas, al médico de confianza, a los recuerdos de la infancia. Muchos menos fácil, es dejar atrás a amistades entrañables, a la familia tan querida, a sus sueños de seguir emprendiendo en un ambiente que ya conoce y creía entender. Roberto no sabe siquiera si el negocio que intentará poner, que es totalmente desconocido para él, algún día llegará a funcionar o terminará trabajando dobles turnos y empleos para poder sobrevivir. ¡Maldice a todos los que crean que es sencillo renunciar a todo para ir a probar suerte en otra nación que no es la propia!
¿Por qué se va entonces? Porque siente que México ha perdido en cuatro años, lo que costó cuatro décadas construir. Porque su patria está colapsada: la economía no crece y se rechazan las inversiones, la inseguridad no cede, crecen los impuestos y los políticos siguen robando impunemente mientras las cárceles siguen llenas de inocentes. Porque la seguridad social está peor que nunca. Porque no hay vacunas ni medicamentos. Porque los servicios urbanos no funcionan ni en la recolección de basura o en el alumbrado. Porque el transporte público es un desastre y cada vez más peligroso. Porque el gobierno piensa militarizar la seguridad pública y eso avivará las llamas. Porque el país está incendiándose y los líderes políticos de oposición se venden al mejor postor y nadie parece querer siquiera pensar en intentar contener el fuego.
Ya no ve remedio, Roberto. Se ha dado cuenta que la gente común le cree al presidente y al gobierno porque tienen cooptados todos los medios de comunicación masiva y porque no tienen forma de averiguar que mienten y porque, a fin de cuentas, quieren, necesitan, creer.
Peor, desde su punto de vista, es que el diálogo real, se ha vuelto un ejercicio imposible y por ende, los que se encuentran en el poder han decidido ignorar los límites y él considera que ya no tiene tiempo que perder: está por cumplir cuarenta años, justo la mitad de la media estimada de vida para alguien de su edad, y no ve mejoría en su horizonte en la siguiente década. Y es que si algo ha aprendido en este sexenio, es que siempre se puede estar peor.
Por eso se va a probar suerte en otro país; para que sus hijos no desperdicien por el arraigo de él y su esposa, la mitad de sus vidas creyendo que las cosas van a mejorar.
Prefiere que ellos gocen de caminar a la escuela con seguridad, de andar en bicicleta hasta antes de que anochezca, de servicios públicos (médicos, de transporte, educación) de buena calidad. Así, al menos podrá estar tranquilo de que le dejará a sus hijos una vida mejor que la que él tuvo, aunque sea en otro país, porque su patria colapsada parece empeñada en querer retroceder hacia todo lo malo que se había superado, hasta implosionar. Y él, Roberto, ya se cansó.