Hay algunas pocas parejas que impresionan: tienen un halo especial, una melodía magnética, una química contagiosa difícil de describir en unas cuantas líneas, pero inconfundible cuando se presencia. Así son a quienes llamaré Laura y Octavio. A pesar de un largo noviazgo de ocho años, se les mira igual de enamorados que siempre, compatibles y unidos y tienen planeado casarse este fin de semana en la playa.
Yo los conocía a ambos por separado, antes de que fueran pareja. Ella, estudió medicina y vivió toda la vida en Mérida con su familia, pero se fue a estudiar a Guadalajara. Él, estudió lo mismo, pero dejó a su familia en Guadalajara para irse a Monterrey y luego a San Antonio, Texas. Curioso es, que a pesar de que coincidieron tantas veces en la misma ciudad y hasta en algunos congresos estudiantiles, nunca se hubieran topado antes sino hasta que los presenté. O más bien, hasta que se conocieron en mi boda, porque los sentamos en la misma mesa cuando me confirmó cada uno que irían sin pareja.
Total, que lo suyo, fue un flechazo inmediato. Como ninguno baila, se la pasaron toda la noche riendo y charlando. Ambos médicos, misma edad, ninguno quiere tener hijos, mismos intereses, mismos gustos en viajes y en whisky, parecidos sueños y curiosamente, ambos fueron adoptados por una familia amorosa. ¡¿Hay mayor suerte que alguien te comprenda hasta en eso?! (Yo, por cierto, no corrí esa fortuna y mi matrimonio duró apenas un par de años).
Ella, quedó tan absorta, que al día siguiente tomaba un vuelo a Cancún y lo canceló para reflexionar sobre esa extraña experiencia que tuvo la noche anterior. Y él, por su lado, hizo exactamente lo mismo, con la idea de quedarse encerrado en su cuarto y distraerse para intentar comprender, pues volver a ver pacientes le parecía una locura con la cabeza tan volátil. A mediodía, ambos se hartaron de su encierro y salieron a caminar y terminaron topándose afuera del Castillo de Chapultepec. De nuevo, platicaron de todo y nada y caminaron y comieron y bebieron en el bar de un lujoso hotel en Reforma y sin dudarlo ni un minuto, sacaron una habitación juntos y tuvieron un rapport espectacular en la cama. Después, como es de imaginarse, cada uno extendió su estadía en esta chilanga ciudad nuestra una semana santa de hace casi una década y desde entonces, no se han vuelto a separar.
En fin, que hace unos minutos, me llamó ella a mi habitación, hecha un mar de lágrimas. Me dijo que Octavio había salido a correr y ella estaba pensando en cancelar la boda. Que si podía ir a verla con urgencia. Me disculpé con mi pareja, le dije que la vería más tarde en la alberca y me apresuré al cuarto de Laura, quien me recibió vistiendo un albornoz de hotel y con el rostro descompuesto. Le tuve que servir un par de whiskies del minibar para que pudiera comenzar a contarme.
Resulta ser que para ir a recoger su vestido de novia hace unas semanas, decidieron ir en pareja a Miami, para de una vez, aprovechar y ponerse el refuerzo de la vacuna de Pfizer, donde se la pasaron como siempre, muy divertidos y acoplados. El último día, le llegó a ella un paquete que había encargado por Amazon y que había estado esperando: un kit de ADN de saliva para ver si por ese medio, lograba aprender un poco más de su familia natal, ahora que estaba por casarse.
A él, le compró otro igual por si le interesaba lo mismo (aunque ya había dicho que no), pero que accedió a hacerse cuando vio que también le comunicaría los riesgos genéticos que pudiese tener de padecer ciertas enfermedades.
Con las prisas por dejar a tiempo la habitación y por estar él, reacomodando el peso de las maletas por exceso de algunas compras, ella registró ambos kits con su correo personal y le pidió al concierge, los enviara por paquetería cuando salieron rumbo al aeropuerto. Los resultados, le llegaron esta mañana: Octavio, es su hermano consanguíneo y no sabe si cancelar el matrimonio. Yo sólo alcancé a preguntarle en cómo se lo diría. Entonces, le cambió la mirada, enderezó su espalda, se enjugó las lágrimas con la manga y me dijo: nos amamos, llevamos viviendo ocho años juntos, no queremos hijos y de no habernos hecho esa prueba, nada cambiaría. “Así será”, me dijo con asombrosa resolución, e inmediatamente después, borró el correo.