Le gusta llegar a sus citas con tiempo de sobra, pues le educaron con el valor de la puntualidad. Cuando va al centro de la ciudad, prefiere utilizar el transporte público, pues además de rápido, le parece más cómodo porque así, no tiene que preocuparse dónde estacionar ni mucho menos.
Su única preocupación en tales circunstancias es andar a las vivas, cuidándose de ladrones y carteristas que esos sí, han aumentado enormemente durante este gobierno.
Como aún le sobra un cuarto de hora, vaga por un par de cuadras alrededor; no niega que disfruta de su anonimato en las calles del centro de la ciudad de México.
Además, cuando camina, no solo puede observar a la gente como él en su cotidianeidad, sino que es cuando mejor y más claro piensa.
Un impulso electrificante le hace detener la marcha y volver unos pasos. Observa con minucia, el monumento que conmemora a Simón Bolívar, el libertador de Hispanoamérica.
Tiene una placa grabada que le cita: “El primer deber del gobierno, es dar educación al pueblo”. Y es que aquél brillante y aguerrido libertario, creía que el dominio de los poderosos y las élites por sobre el pueblo, dependía de la ignorancia e impreparación de las mayorías. ¡Qué razón tenía!, piensa. Nadie, por más grande y fuerte que sea, podrá someter jamás a un pueblo educado pues el conocimiento es garante de librepensamiento y emancipación.
¡Qué lejos está el pueblo de México de este ideal! México tiene una brutal deficiencia educativa que lejos de filias y fobias, ha empeorado con los años y por la pandemia.
Y es que, a pesar de ser uno de los puntos neurálgicos para formar mejores ciudadanos y por ende, un mejor país, sexenio tras sexenio, la educación pública ha sido relegada a meros intereses políticos de turno.
Prefieren a los sindicatos panzones y contentos, que buscar contar con diagnósticos precisos sobre los problemas con que contamos en términos educativos.
Hace no mucho tiempo leyó que incluso, de estar a punto de superar el rezago educativo hace unos años, el país ya ha dado un salto hacia atrás y está ahora en evidente categoría de retraso educativo, gracias a que no hay una política ni un esfuerzo nacional para
sacar adelante a las generaciones de niñas y niños que en unos años, serán los adultos que deberán tomar las riendas del país. Menudo lío.
Ahora, el presidente eligió a una mujer para ser la nueva Secretaria de Educación Pública, a la que le faltan credenciales y experiencia para afrontar un reto tan importante y complejo. Y se acaba de dar cuenta que para eso lo han convocado.
Han de querer que él, con toda su experiencia académica, les escriba un par de notas favorables como si se tratase de un espaldarazo de respaldo.
Acaba de decidir que no lo hará. No será cómplice de la mediocridad y entiende bien el riesgo personal que le conlleva decirle que no a los poderosos en turno.
Con la persona que lo recibe, se explica por el cambio de planes de último momento y le dice que, por motivos de fuerza mayor, no podrá asistir a la reunión a la que fue convocado.
Le pide que le entregue al jefe, una nota de disculpa en la que escribe lo siguiente: Le ruego me disculpe, pero una equivocación tan grande de origen, no tiene una solución sin corrección. Como bien dijo Simón Bolívar: “Las naciones marchan hacia su grandeza al mismo paso en que avanza su educación. Por la ignorancia nos han dominado más que por la fuerza. La educación es el fundamento verdadero de la felicidad. Siempre se verá al ignorante y necio, darse humos de talentoso y vivo”.
Nosotros vamos en franca reversa y no deseo formar parte de la decadencia. Antes que la paz, mi libertad de conciencia.