Para nadie es un secreto que el actual gobierno está quebrado.
Ella, que tiene un poco de educación contable y que revisa las noticias con frecuencia, se ha dado cuenta que no hay dinero que alcance al ritmo en que lo están gastando.
Es sólo cuestión de tiempo o de hacer números o de abrir bien los ojos: se nota en el cada vez más decadente servicio público y médico, en el que no hay funcionarios capaces y donde no alcanza ni para los medicamentos más elementales.
Siempre admiró a su padre, sindicalista de vieja guardia y miembro del partido comunista mexicano y con quien convivió menos de lo que habría deseado, pues cuando ella entraba en la adolescencia, lo mató demasiado temprano un agresivo cáncer de pulmón. Por ello, siendo fiel a su tradición familiar y a su identidad hereditaria, ella es funcionaria del estado y militante, tanto de la institución para la cual trabaja, como para el proyecto de transformación de la nación en el cual cree a toda costa.
Ahora mismo es el tiempo de la revolución social definitiva, dice con frecuencia. Después, de dientes para afuera, reconoce que prefiere el sacrificio de algunas vidas, la oblación del bienestar presente o salud de algunos cuantos, para asegurar el bienestar futuro de muchos. ¿A poco no es deseable –cuestiona a sus compañeros del comité de fuerza y unidad vecinal– la destrucción de algunos kilómetros de selva y el relleno de concreto de algunos cenotes, con el daño ecológico que ello atraiga, a cambio del desarrollo que genere un tren por la zona maya?
Por lo anterior, ha sido más precavida que nunca en su trabajo en la subdelegación de pensionados donde se desempeña como jefa de turno desde el inicio de la administración. No es que mienta, sino que se guarda para sí, cierta información, algunos datos, ejercita ciertas triquiñuelas e incita a los familiares y a los derechohabientes viejos, maltrechos, o que no están en completo uso de sus facultades, para que firmen un documento en el que, sin saberlo, terminan renunciando a la posibilidad de pensionarse. Ese sacrificio de los inocentes, es la forma en que ella contribuye con la nueva revolución moral. Además, si están los hijos para acompañar a los padres, ¿por qué no se hacen cargo de ellos y quieren mejor cargarle al erario su vejez?
El tema es más sencillo de lo que pensaba. Sucede que antes, como todo era en papel, desde detrás de un escritorio la autoridad decidió que, en lugar de digitalizarlo todo, era mejor enviarlo al archivo porque era demasiado trabajo. Entonces hicieron responsables a los asegurados de demostrar sus empleos previos al año 1982 para no tener que contabilizarles esas tantas semanas.
Así, cuando se presentan ante ella los candidatos a pensionarse que no tienen comprobantes físicos de sus empleos anteriores a lo capturado en el SISEC (Sistema de Semanas Cotizadas), los empuja –“para agilizar el trámite, porque si no se les pueden ir meses o años muy valiosos, ya ve cómo están de difíciles las cosas”–para que firmen un documento donde dicen que no cotizaron previo a ese año (en algunos casos incluso les pone del año 2000), de tal suerte que aquellos piensan que están resolviendo un problema cuando en realidad, están renunciando a su pensión, pues semanas más adelante recibirán un correo electrónico informándoles de la insuficiencia de sus semanas cotizadas.
Obvio, sabe de sobra que podría informarles que les convendría solicitar una búsqueda física de sus cotizaciones previas a la digitalización con tan solo llenar unos formatos donde establezcan el nombre de las empresas donde laboraron.
Así, podrían recuperar lo que es suyo, pero ella piensa, con frialdad y sin remordimientos, que bien valen la pena unos perjudicados con tal de afianzar el proyecto por muchos más años. Ella, al menos lo acepta. Ella no se anda con medias tintas y es una soldado que –por la causa– siempre hará lo que sea necesario.