Es de noche y Sofía Rivera llegó, destruida, a su pequeño cuarto de hotel. Se sirvió una generosa porción de tequila que compró en un Oxxo porque, le parece una reverenda estupidez, pagar el enorme sobreprecio del minibar de los lugares en los que suele hospedarse por motivos de trabajo. Es comediante y está de gira. O era y andaba. Ya no sabe qué pasará. Quizás, tenga que dejarlo todo y convertirse en chofer de Didi o algo por el estilo.
Comenzó su carrera en Monterrey hace más de una década en algunas plazas públicas, pequeñas cantinas y uno que otro bar de stand up. Desde siempre, se distinguió por su humor ácido, crítico e inteligente, y después de algunos años, su reputación creció y con ello, llegaron contratos y viajes, podcasts y videos; su vida, creía, iba en un notable ascenso. Hasta ahora, que es la segunda ocasión consecutiva en que le cancelan su show, en un diferente foro, en la ciudad de México, por amenaza de violencia.
Por un momento, camino a su habitación, pensó en disculparse y cambiar de repertorio, pero apenas se dio un regaderazo, reiteró su opinión inicial: el humor no debe ser censurable y menos por burlarse de lo políticamente correcto como norma; no les daría gusto a esos “chilangues” que afectadamente profesan con rigor las virtudes públicas del progresismo, a esos soberbios y condescendientes impulsores y beneficiarios de la cultura de la cancelación.
Sofía nació en 1985 y su infancia completa vio, cual héroes, a los niños de películas, series y caricaturas que terminaban dándole una lección a los bullies. Uno de sus chistes es que, ahora, los que se dicen defensores de la libertad de expresión son los que corren a censurar a quien no use el lenguaje inclusivo. Y piensa entonces, que la gente se enoja porque, es cierto que muy rápido llegó una nueva generación de activistas censuradores con demandas de nuevos pronombres, exigentes de advertencias de “triggers” o “desencadenantes emocionales” y supervigilantes de cualquier cosa que consideren una microagresión, como un chiste inofensivo. Protervos “wokes” intoxicados del poder que les atrae ejercer la cancelación histérica y la censura.
¿Les ofende un chiste sobre identidad de género? La moral, considera, es aquella guía de presión grupal para regular la conducta de las personas en un grupo o sociedad. La religión, es prácticamente lo mismo. Por eso les llama neo puritanos y los culpa de la decadencia del mundo occidental, pues aunque se dicen defensores de la libertad de expresión, siempre salen con un “pero” para limitar a otros según sus concepciones y usan del razonamiento circular para imponerse y si no te ajustas a sus exigencias, te acusan de intolerante. Tus creencias o chistes no solo son incorrectas o de mal gusto, ¡ahora tú eres una persona maligna!
No se termina el tequila, porque se pone a escribir más chistes ácidos sobre todo aquello por lo que la quieren cancelar. No es reaccionaria, es comediante, mujer, gay y de izquierda. Y por ello no va a permitir nunca que un grupo muy pequeño pero muy ruidoso y agresivo, le imponga lo que le imponen a la sociedad entera. Por eso seguirá contando sus chistes, aunque sea sin cobrar, con un megáfono y desde una azotea. “La risa es el remedio infalible y la resistencia inteligente y no violenta ante los que, por falsa tolerancia, cobardía y pusilanimidad, están causando la destrucción de occidente”, escribió antes de irse a dormir sin saber que aquellas serían sus últimas palabras pues sería asesinada poco después, por una horda de ofendidos.
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