La herencia

1 de Diciembre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La herencia

js zolliker

Tocaron a su puerta a las cinco de la mañana. Aunque ya había despertado –en realidad no pegó el ojo en toda la noche–, le apeteció no contestar sino pasadas las siete, justo a la hora en que, dijo la noche anterior, de forma muy casual, casi para sí, habría de despertarse. Aunque tenía invitación a desayunar a las seis de la mañana, habría de hacerles esperar a todos, pues bien sabía desde el minuto cero que no debía dejar presionarse por terceros. Aguantó lo que debía y ahora, las reglas las pondrá con señas como esa. Bien aprendió en poco tiempo, cómo se debe de hablar en el lenguaje del poder.

Mientras se vestía, con toda calma, leía las noticias del día en la Tablet. Su pareja, que le esperaba desde las cinco de la mañana también, le mandaba mensajes de WhatsApp que decidió no contestar, pues estaba disfrutando de su gusto más culposo: mirar cómo las nuevas ediciones de los principales diarios hablaban ese día de su persona, con unas cualidades excepcionales que, por cierto, de sobra sabía que no poseía.

Afortunadamente, ganó las elecciones por un margen respetable. Nadie podrá poner en duda su legitimidad, aunque haga esperar a su predecesor para el desayuno que le habían programado. Ahora, mandará como le plazca en esta nueva realidad, hace una década inimaginable, que ha heredado. No sabe cómo lo logró. No comprende cómo ganó a pesar de que las encuestas no le favorecían. Pero sabe de cierto, lo que tendrá que enfrentar: un país sumido en la violencia y el odio. Un país dividido en todo lo largo y en todo lo ancho. Un país que se debate entre falsos profetas y artificiales creyentes. Entre personas que no distinguen ideologías y que solo se guían por el descontento que se les ha alimentado en los últimos seis años. Entre personas que a diario se rompen la madre para poder con el paso de los años, hacerse de un pequeño patrimonio y quienes quieren la vida de las Kardashian, pero no estudian ni leen ni se preparan ni se esfuerzan en nada para lograr, siquiera, tener una mínima cuenta de ahorros en el banco.

Sabe que tendrá que arreglar el peor desastre de la historia del país, antes de que todo se lo cargue el demonio con una dictadura militar que impondrá cárcel y azotes a quien ose disentir o tatuarse lo que sea (incluyendo alguna tontería mal traducida del mandarín). Esa es la distopía de los tiempos actuales: populismo de derecha o izquierda, da igual. Se trata de acaparar y ser quien gobierne el descontento.

Ojalá sus maestros en política pública, aquellos que le enseñaron desde la academia, pudieran entender lo que comprende con la practicidad de quien destapa una botella de cerveza antes de intentar beberla. No tienen que cambiar el líquido ni el envase, sólo tienen que poder bebérsela.

Es verdad, el país entero, se les cae a pedazos. La pobreza es creciente y tiene necesidades básicas desestimadas y abandonadas; no satisfechas. Está ante un país donde mandan las armas y el dinero y no las leyes (y por dinero, no se refiere al de los que cotizan en la bolsa de valores).

Un país, anti-utópico. Y colaboró con su debida proporción, para lograrlo. Creyó que el mundo se debía acomodar a la geopolítica del siglo pasado, antes del internet y los debates públicos.

Al salir rumbo al desayuno al que va tarde, de pronto, le invade un sentimiento clarísimo, el primero tan transparente en toda su vida: de verdad le gustaría no haber ganado las elecciones. Habría preferido irse a su casa, a la academia o a dar conferencias para no tener que lidiar con este desastre donde el crimen organizado y la decepción, el enfado, la insatisfacción y el disgusto, coexisten. Ya es demasiado tarde. Pide que detengan el auto y ha vomitado sobre la sucia banqueta. Teme que los titulares en pocos meses anuncien que salió a refugiarse fuera de México como Porfirio Díaz. Se limpia y respira profundo sabiendo que este enorme problema, es lo que ha heredado.

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