Se llama María Gloria Castellanos Álvarez. Tiene sesenta y dos años, tres hijos y un marido que murió hace dos años por un melanoma muy agresivo. Estudió hasta la secundaria porque tenía que trabajar y ayudar con el gasto de su familia, primero en la que nació y luego en la que formó con su esposo, cuando se casó a los veintitrés y decidieron rentar una vivienda.
A ella le gusta que le llamen Gloria. Es una persona sonriente, de baja estatura a quien se le ha comenzado a encorvar la espalda y siempre trae colgando del cuello unos lentes gruesos, pues hace no mucho tiempo le detectaron glaucoma, una enfermedad irreversible que le ha dañado los nervios ópticos y que la encamina hacia la ceguera.
Gloria ha trabajado toda su vida. Por muchos años fue empleada de una empresa que produce vinos y bebidas alcohólicas,
donde manualmente armaba y cimbraba los tapones de botellas con canica.
También fue empleada de un laboratorio farmacéutico, donde diariamente, de forma manual, troquelaba las taparroscas metálicas que servirían para determinados frascos de medicamentos. De igual forma, fue empacadora en una fábrica de chocolates y empleada de intendencia en otra.
Con muchos esfuerzos, ella y su esposo compraron en Ixtapaluca, a plazos, un terrenito en una zona poco urbanizada y no pavimentada, cercana a la carretera federal a Puebla, y donde poco a poco, a través de los años, construyeron una casa muy modesta de dos recámaras, un baño y cinco focos. Para lograr dicha meta, además de impulsar a que sus hijos estudiaran y se desarrollaran en oportunidades que ellos no tuvieron, aunaron a sus trabajos formales, tantas chambas como pudieran, por lo que ella preparaba y vendía guisados, pan dulce y formaba parte de tandas de ahorro.
En fin, que después de enviudar y de tantos años trabajando y cotizando, finalmente, decidió jubilarse en el 2020, pero entonces, comenzó una serie de trámites interminables que no ha logrado concluir para intentar que el INFONAVIT le devuelva el saldo de su subcuenta de vivienda, que por ley y por derecho, le corresponde. “Yo se que no es mucho, licenciado, pero me va a servir para terminar un cuarto para mis nietos”, me comenta apenada.
Me dice Gloria que como cada vez que llamaba para sacar cita, le decían que se cayó el sistema o se les congelaba la pantalla, fue varias veces a las oficinas de San Jerónimo y de Barranca del Muerto, pero que sólo le dijeron que no le pueden pagar su dinero porque tiene su cuenta un candado que nadie sabe explicarle. Como es de imaginar, está preocupada de que su dinero desaparezca, porque “ya hay rumores, licenciado, de que el gobierno está gastando todo en las elecciones. Si la AFORE me pudo pagar mi dinero a los veinte días, era porque tenían el dinero, si el gobierno después de un año de darme largas, me acaba de dar cita hasta para septiembre para ver apenas por qué no me pueden pagar, a lo mejor ya ni lo tienen”.
Como no sabe qué más hacer para recuperar su dinero, Gloria se me ha acercado para contarme su historia. “Ayúdeme por favor, a usted igual lo leen, porque una que es mujer, mayor y poco instruida, es como si para el gobierno fuéramos invisibles, licenciado”.