Comenzó su vida periodística hace casi cuatro décadas, cuando en sus prácticas profesionales de la escuela de periodismo Carlos Septién García, lo mandaron como sustituto del reportero Pablo Leyva a cubrir el aviso fundacional de un nuevo partido político de izquierda, en mayo de 1989. Después de entrevistar a Cuauhtémoc Cárdenas se sintió tan pacato, que decidió que dedicaría su vida a la academia para ayudar a formar a nuevos profesionales de la información.
“El periodista persigue, tiene que estar temprano, pues sin puntualidad se nos va el entrevistado y la nota”, les dijo para comenzar la clase y al mismo tiempo, llamar la atención de aquellos alumnos que llegaron retrasados. “Desde hace poco más de una década, existe un ambiente de franca animadversión contra las democracias liberales y todo lo que representan. Vivimos tiempos complejos, pues la velocidad de consumo de información es muy superior a la capacidad que tenemos para verificar la veracidad de las notas, y eso hace que la sociedad completa sea víctima de manipulación mediática y del crecimiento de la posverdad”, dijo para comenzar su cátedra.
“¿Qué entiende usted por posverdad?”, le preguntó retadoramente, una alumna que se piensa influencer en sus redes sociales. Él le contestó a toda la clase, que un alumno de sexto semestre debiese ya saber que se trata de una mentira que hace uso de las emociones para distorsionar deliberadamente la realidad con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales. “Tomemos como ejemplo el caso de la explosión en el hospital bautista Al-Ahli en el conflicto entre Israel y Hamas”, dijo para enfatizar su punto. La misma alumna lo interrumpió y afirmó que los palestinos eran víctimas del colonialismo intelectual y de la propaganda mediática occidental. Lo sacó de sus casillas. “No diga pendejadas, señorita”, replicó con brusquedad. “Hay pruebas fehacientes en videos de todo tipo, desde noticieros musulmanes en vivo, hasta satélites rusos que registran que el misil salió de dentro de la zona de Gaza. Además, hay audios de la Yihad Islámica Palestina lamentándose del accidente”.
“¡Fue una masacre de quinientos inocentes!”, alegó agitada. Él, respiró profundo y explicó: “Vayámonos a los hechos. El hospital tiene 80 camas y el estacionamiento donde se registró la explosión tiene un aforo máximo de treinta automóviles. En esas condiciones, no hay forma en que perecieran quinientas personas. Y, peor, es que esa cifra la informó el ministerio de salud de Hamas y el mundo entero decidió obviar sus clases de periodismo y dieron como buena esa información sin considerar siquiera el tiempo que le costaría a alguien contar los restos de quinientas personas que habrían explotado por un misil”.
“Verán, jóvenes, si ustedes pretenden hacer periodismo serio, nunca deben convertirse en los tontos útiles de ningún credo, ideología o fundamentalismo. Mucho menos, deben dejarse guiar por las emociones y mal informar con tal de ser los primeros en dar una nota sin antes verificarla”, dijo. La alumna, bufó y varios de sus compañeros lo abuchearon con reclamos.
“Aunque se quejen, aunque les moleste, tienen que poder entender los hechos y en los hechos está que Hamas quiere exterminar a todos los infieles, y eso los incluye a ustedes y a cualesquiera cristianos, budistas, ateos, feministas, gays o fluyentes y a quien no se doblegue a sus reglas y credo. Así que si algo llegan a aprenderme, ojalá sea que en esta profesión siempre hay que apegarse a los hechos. Es preferible dar la nota tarde, pero correcta, que ser los primeros en hacerse virales y con millones de replicaciones de una mentira. Es cierto, todos tenemos sesgos, pero nuestras opiniones no cambiarán jamás los datos duros y verificables y a esa labor nos debemos si no queremos convertirnos en propagandistas”, les dijo antes de concluir la clase en la cual se convenció de que estaban contados los días de la civilización occidental con esa blandengue generación capaz de renunciar a la razón y a los hechos con unos cuantos reels y tiktoks.