Ninguna persona, nunca, ha tenido por sueño de vida, el convertirse en vagabundo, en un sintecho. No es la misión de nadie y, sin embargo, el número de personas en situación de calle crece cada año. Genaro, por ejemplo, que es hijo de Isabel y Jaime, alguna vez tuvo amigos, un trabajo, comida caliente en la mesa y una pareja con quien procreó dos hijos. Pero luego se volvió adicto al fentanilo y hoy sólo le queda su propia e inevitable decadencia. Un día a la vez.
Claro, él, como casi todos los adictos, tiene una explicación para su dependencia para su enfermedad. Pero a diferencia de la gente que lo rodea, Genaro no se excusa por sufrir una infancia terrible o por el estrés o por falta de atención de la salud mental.
Genaro, que ya está completamente chimuelo y tiene la piel llena de llagas y costras, reconoce que su enorme problema comenzó por comprar Tafil por internet, pues no podía encontrarlo en las farmacias. Sí, le vendieron una caja con pastillas falsas que contenían una dosis de fentanilo producido en China y que, por cierto, le ayudaban a dormir de maravilla sin realmente saber qué era lo que estaba consumiendo y el efecto que ello tendría al modificar la neuroquímica de su cerebro.
Gracias al poder sumamente adictivo del opioide sintético, que es hasta 90 veces más potente que la heroína, la morfina o la oxicodona, Genaro comenzó a comprar y consumir las pastillas con cada vez mayor frecuencia, pues el efecto de la dosis usual, le duraba cada vez menos. Tiempo después, como a los tres o cuatro meses, recibió un correo del sitio que le hacía llegar su medicamento, avisándole que por cuestiones de logística y de aduanas, no podrían venderle más.
Genaro, hizo lo que muchos otros: llamó al teléfono que aparecía en el correo y entró en contacto con una persona que le terminó confiando un secreto: podría comprar lo mismo, pero más barato, en las calles. Le dio una dirección y le giró instrucciones precisas para que lo consiguiera como 30s o Xanis. Al día siguiente, adquirió unas pastillas azuladas, pero quien se las vendió, le advirtió que tenía una dosis mucho más elevada de fentanilo que la que había estado consumiendo, por lo que debiese partir las pastillas en cuatro. Ahí, fue que se enteró qué había estado consumiendo una sustancia muy distinta a las benzodiacepinas, pero ya estaba enganchado.
Al poco tiempo, se pasaba la vida drogado. Perdió su trabajo, la esposa lo abandonó, el banco le quitó el coche y se mudó al cuartucho de una vecindad donde creyó que le alcanzarían sus ahorros para seguir con su vicio. No fue así. En menos de dos meses, estaba prostituyéndose con otros hombres para que le pagaran y poder meterse unas dosis más. Ahora, consume lo que sea, incluyendo thinner o mona, para dejar de temblar y obtener las fuerzas suficientes que le permitan robar algo o recoger de la basura, latas, botellas de PET y de vidrio para vender, hasta lograr adquirir algo de fentanilo que lo ponga a dormir por algunas horas.
Con el cuerpo marchito y pudriéndose, sus días están contados. Cada año se duplica el número de muertes por sobredosis y/o daños secundarios del fentanilo que se produce en laboratorios de China e India y que llega a México para ser distribuido por Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica, donde se estima que será más letal que el mismo Covid-19. Claro que México, no se salva. Si por aquí circula también algo se queda y sus estragos ya se notan en las fronteras, aunque ya se puede conseguir en cualquier lado. Genaro, está enfermo, condenado a muerte, porque aquí no hay presupuesto para la prevención y mucho menos, para la rehabilitación de los adictos. Miles más como él, padecerán lo mismo. Esa es la condena de la posverdad populista que prefiere no ver la enviciada epidemia que viene.
SIGUE LEYENDO: Su patria colapsada