La distopía que ya fuimos

16 de Noviembre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La distopía que ya fuimos

js zolliker

Tu abuelo, para poder seguir viviendo, necesita de un medicamento que no hay en el sector salud por falta de presupuesto gubernamental. Hacía no demasiado tiempo, lo podías encontrar en una que otra farmacia, pero a precios abismales. Es decir que no hay opción. O la consume o se muere porque la sangre se le hace una melaza que sus riñones no pueden procesar. Su línea roja vital le puede coagular y lo mata con un evento cerebrovascular o con un infarto.

Con certeza y sin medias tintas que lo pintan todo de aceptable, a toda la familia le queda claro que el tratamiento se consigue o se buscan servicios funerarios. Listo. Simple. Es un tantán, sin pasatiempos. Esa es la triste historia de cientos de miles de familias mexicanas. Enfermos de hipertensión crónica, de cáncer, de diabetes, de enfermedades genéticas, no tienen atención médica. Los pocos que llegan a reunir los recursos para conseguirla su tratamiento en otros países, no tienen el tiempo suficiente para tramitar sus pasaportes para viajar; es una pesadilla tramitarlos y conseguirlos, salvo que tengas alguna palanca política. Queda una última opción: ir a conseguir una o dos cajas al mercado negro. Tepito, el tianguis permanente más grande del mundo, pareciese ser la mejor opción.

Ya han recurrido antes ese lugar. Es el real barrio bravo de México, compuesto de personas que llegaron o nacieron, pero cuya palabra se dice, vale más que la fortuna de los hombres más ricos de México. Si te prometen algo, te lo cumplen así les cueste la vida. En el camino, observas varias pintas políticas en diversas paredes y ejes centrales. Todas, apuntan a candidatos, pero solo del mismo partido que gobierna. Cuando preguntas a tu abuelo sobre la oposición, te responde con una mirada fulminante.

A tu corta edad olvidaste que muy poca gente se atreve a hablar de política en público por temor a la persecución del Estado. Recuerdas que un domingo entraron a casa de tus abuelos, a la fuerza y sin orden de aprensión, a capturar a un tío que nunca regresó y del que no se habla jamás pero que se sabe de cierto, disentía con el partido en el poder.

El tianguis no descansa. Probablemente no hay ningún otro lugar en el mundo, donde se concentre tanta mercancía robada, contrabandeada o pirata. Todo en el mismo lugar, disponible los siete días de la semana. Del torno a las autopartes, el barrio está más vivo que nunca porque el gobierno ha jodido la economía y lo que le queda a la población, es recurrir al mercado negro. En otros países puedes votar para cambiar al gobierno. Aquí desde hace poco más de cuarenta años, solo queda sobrevivir y aguantar al mesías de turno, al gran tlatoani que elige el presidente saliente. A ver si con suerte, con el que sigue, ahora sí ya las cosas mejoran. Pero nunca lo hacen salvo para los que trabajan en el partido. Pareciera que el destino de tu abuelo y el tuyo y el mío, es vivir jodidos y sin opciones. Así era el México de los años sesenta, setenta y ochenta. Hasta que la presión ciudadana y mucha sangre acumulada, logró que se abriera un órgano constitucional autónomo que cuidara las elecciones. Donde tú, tus vecinos, tus conocidos, cuidaran y vigilaran cada voto para que nadie contara chueco. Y entonces al país y a todos los ciudadanos nos comenzó a ir mejor, se abrió la prensa, los derechos humanos, avances lentos pero constantes. ¿Por qué demonios se quieren meter a reformar al INE? Quieren quemar el puente que permite la alternancia política para mantener su causa décadas y que la gente no pueda elegir. Por eso engañan diciendo que es muy caro, que se debe tener una democracia más amplia y menos costosa.

Los que vivimos y recordamos al Partido único y todo poderoso nos sabemos de sobra esos discursos llenos de mentiras y populismo. Pero cerca de 80 millones de mexicanos tienen menos de 40 años y les tocó vivir ya en democracia y no saben el riesgo que implica amarrarle las manos al árbitro electoral. Esa gente apenas conoce cómo era la vida cuando nos mandaba solamente un partido hegemónico, un monstruo que mataba estudiantes y comediantes críticos.

No saben realmente, cómo era la vida antes del INE. No saben que estamos a punto de convertirnos en una distopía que ya fuimos y es nuestro deber mostrarles, ir a marchar, hacer plantones y resistencia civil pacífica para que todos digamos al unísono: el INE no se toca.

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