Nadie decide largarse de su país, dejándolo todo y a todos, porque la estén pasando fenomenal. Mucho menos, nadie migra por gusto para adentrarse por semanas, sin dinero ni recursos ni protección de ningún tipo, caminando, pidiendo aventones y hasta durmiendo a la intemperie en el peligrosísimo narcoterritorio mexicano. Que se diga con todas sus letras: si lo hacen, es porque son víctimas de las circunstancias y se encuentran obligados a ello.
Tal es el caso de su hermano, que vino a México, sorteando todo tipo de peligros, para esperar a que le dieran cita para solicitar asilo político en los Estados Unidos de Norteamérica en calidad de refugiado por persecución. Entonces, según le dicen, una mañana salió al consulado para entregar ciertos papeles y al parecer, por un operativo policial sorpresa, lo bajaron del camión, lo detuvieron y se lo llevaron junto con otros, a la estación migratoria. ¡Y pensar que sólo se fue a Ciudad Juárez para conseguir esa cita lo más pronto posible!
De lo que ella ha logrado averiguar, en México, los migrantes son un negocio lucrativo y redondo. El gobierno actual aceptó convertirse en el portero del gobierno norteamericano por dos razones: intentar quedar en buenos términos para que los gringos voltearan la mirada hacia otro lado en temas sensibles donde no se están haciendo las cosas bien, y para recibir recursos extraordinarios. Ahí, es donde entran algunos empresarios, amigos del presidente que financian sus campañas, que tienen aviones y que han ganado contratos millonarios por adjudicación directa para volar a estos migrantes detenidos, a sus países de origen.
Por si ello no fuese suficiente, funcionarios, opinólogos pagados y otros convencidos, y periodistas mercenarios, no han dejado de revictimizar a quienes perecieron hacinados, asfixiados unos, lesionados otros, como si hubieran estado en una cámara de gas, pues dicen aquí y repiten allá, que fue su culpa por ellos comenzar el fuego, por estar de ilegales, por andar de paso o malos pasos, por protestar y porque de alguna retorcida forma, se lo merecían. El gobierno y el sistema completo los culpan de lo sucedido y con ello se lavan las manos y la moral en turno, y de paso, intentan sacudirse el hecho de que estaban bajo la custodia, resguardo y responsabilidad del Estado mexicano.
Peor aún, servidores públicos han intentado amedrentarla con quitarle su legal residencia mexicana que tiene desde hace más de dos décadas si continúa dando a conocer su historia y los videos de seguridad, pues lo importante para ellos, es detener la mala publicidad y no resolver el problema. Entonces, ella se echa para delante y les reta con preguntas que no han podido ni podrán responder a cabalidad: ¿cómo es que, si les quitan todas sus pertenencias, incluyendo las agujetas de los zapatos, haya un prisionero de pronto podido tener con qué incendiar unos colchones? ¿Solventes a la mano para avivar el fuego? ¿Por qué si la estación de bomberos número 1 está a menos de 3 minutos, tardaron tanto en llegar para sofocar el incendio? ¿Cómo es que nadie les quiso abrir la puerta cuando es notable que podían haberlo hecho? ¿Por qué no cesan y juzgan a ninguna cabeza?
El gobierno de Calderón tuvo el caso de la guardería ABC. El gobierno de López, su cuatrería INM. Así lo ha bautizado ella y cree que ésta, donde murió su hermano, es apenas la más actual, pero no será la última de las cuatrerías. En este gobierno todos los días se superan y demuestran que se puede estar peor y que la ineptitud y la falta de presupuestos, corrupciones y los subejercicios, matan (ya sea en vagones del metro o en centros de detención migratoria dependientes de la Secretaría de Gobernación). Lo más indignante de todo, es que gran parte de los activistas que le reclamaban a Peña el caso Ayotzinapa, ahora callan porque, o son parte del gobierno, o piensan que está bien enmudecer ante el sacrificio de “algunas” vidas inocentes para no debilitar –aún más– el proyecto que votaron y defienden. Pero que se diga fuerte y claro: en esta ocasión y sin lugar a duda, #FueElEstado.